26 Oct Las rayas blancas en la carne del pollo, ¿un peligro para nuestra salud?.
Los especímenes criados de forma intensiva se modifican genéticamente durante años con el objetivo de que crezcan rápido y las empresas obtengan mayores beneficios.
Lauda Conde
Las rayas blancas o estrías que atraviesan algunas carnes de pollo que se comercializan indican que nos encontramos ante una carne de peor calidad. Así lo denuncia la organización británica pro derechos de los animales The Human League, que en un reciente artículo analiza la presencia de este tipo de carne en el mercado y señala que “la aparición de estrías blancas se debe a una enfermedad muscular que encontramos entre el 50 y 90% de los pollos de cría intensiva. Esto se debe al hecho de que estos animales se modifican genéticamente durante años con el objetivo de que crezcan rápido y sean cada vez más grandes, de manera que la industria pueda obtener los máximos beneficios”. La investigación indica que en el Reino Unido el 85% de paquetes analizados en los supermercados contenían al menos un filete afectado por estrías blancas, frente al 11% en los pollos criados en libertad.
La organización pro derechos de los animales se basa en diversos estudios científicos para sustentar estas afirmaciones, todos ellos recogidos en una investigación publicada en el Oxford Academic. Esta señala que esta enfermedad muscular afecta únicamente a los pollos modificados genéticamente, que sufren afecciones como la distrofia muscular hereditaria o la miopatía nutricional, también a causa del déficit de vitamina E y de otros nutrientes. La investigación señala, sin embargo, que no existe evidencia de que estas estrías puedan afectar a la salud de los consumidores, aunque los valores nutricionales de la carne cambian sustancialmente.
No existe evidencia de que estas estrías puedan afectar a la salud de los consumidores, sin embargo los valores nutricionales de la carne cambian sustancialmente.
Así pues, si bien el consumo de esta carne no supone ningún problema para la salud, las rayas blancas sí que afectan a la textura y valores nutricionales del pollo. Según una investigación de la Universidad de Bolonia, la presencia de estas estrías blancas supone un incremento de hasta un 224% en grasa, un 9% menos de proteínas y un 10% menos de colágeno si se compara la pieza estriada con otra sin esta afección. Las infiltraciones también afectan al aporte calórico de las piezas, puesto que al ser más grasas presentan entre un 7% y un 21% más de calorías que un pollo sano. Llegados a este punto, el debate está servido: mientras que tanto organizaciones ecologistas como pro-derechos de los animales y una parte de la comunidad científica señala que lo mejor es evitar consumir este tipo de carne, la industria avícola argumenta que aunque es cierto que el porcentaje de grasa de estos pollos es mayor, este es irrelevante y no afecta en absoluto a la salud.
The Human League añade, por su parte, que “la selección genética en la industria cárnica ha ido demasiado lejos, de manera que se están creando pollos a los que se puede llamar, dados sus cambios morfológicos, «Frankenchicken»”. Lo explica Blanca Entrecanales, presidenta fundadora de Dehesa el Milagro, una granja ecológica especializada en la cría de animales y su comercialización online sin intermediarios. “Los pollos convencionales se mejoran genéticamente para producir pechuga, que sigue siendo la pieza preferida por los consumidores, cosa que se nota de inmediato en su aspecto: son, para que nos entendamos, como pollos forzudos, deformes, en los que se ha producido un desequilibrio entre su masa muscular y su crecimiento natural”, explica. De hecho, mientras que los pollos ecológicos que se crían en la granja de Dehesa El Milagro en Oropesa (Toledo) se sacrifican a las 14 semanas, “el pollo convencional se suele sacrificar a los 40 o 45 días, lo que significa que la industria trabaja constantemente para agilizar a marchas forzadas su crecimiento”.
Por su parte, Gustavo García, el encargado de la explotación Dehesa el Milagro, recuerda que “mientras un pollo criado en libertad debe tener un espacio mínimo para moverse de unos 4 metros cuadrados en el exterior, donde picotea hierbas y, en nuestro caso, consume pienso ecológico, un pollo convencional apenas tiene espacio para moverse, cosa que repercute también en la textura de la carne”. Así pues, “la carne de los pollos de cría intensiva presenta una textura mucho más tierna, a diferencia de la carne de pollos criados en libertad, que suele ser dura pero también mucho más sabrosa”, concluye García. Así pues, pese a que Entrecanales señala que “a primera vista es complicado distinguir, una vez fileteado, un pollo criado en libertad de uno procedente de cría intensiva, sí lo notaremos enseguida en la textura: si la carne es firme y tersa es que el animal se ha movido, cuando es mas tierna lo más probable es que no”.
Lo resume así la coach especializada en hábitos saludables Natàlia Calvet: “los animales están hechos para moverse, de manera que una carne que proceda de un pollo criado en libertad siempre va a ser mucho mejor a todos los niveles que la de uno que no ha podido moverse”. La experta señala que “la carne de pollo es especialmente interesante en la dieta porque aporta proteínas de alta calidad, ya que contienen todos los aminoácidos esenciales que el cuerpo necesita”. Pese a que su consumo no es imprescindible, pues se puede tomar proteína a través de otros alimentos, es una carne que puede tomarse hasta dos o tres veces por semana, puesto que “a diferencia de la carne de vaca o cerdo, la carne de ave tiene mucha menos grasa”.
Si la carne es firme y tersa es que el animal se ha movido, cuando es mas tierna lo más probable es que no”
En España, cada ciudadano consume de media 14 kilos de carne de pollo al año, con un gasto de unos 56,5 €, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Las comunidades autónomas que lideran el consumo de esta carne son Comunidad Valenciana, Aragón y Castilla y León, mientras que las que consumen menos son Extramadura, Catabria y La Rioja. Según datos de la FAO, el pollo es la carne más consumida en el mundo y se prevé que entre 2000 y 2030 la demanda per cápita de aves de corral aumente un 271% e Asia Meridional, un 116% en Europa Oriental y Asica Central y hasta un 97% en Oriente Medio y África, cosa que hace prever que se dispare la cría intensiva con todas sus consecuencias sobre el bienestar animal y el medio ambiente. En la actualidad, Estados Unido se sitúa a la cabeza mundial en la producción de pollo, seguido de Brasil, la Unión Europea, Rusia y China.