01 Oct El desafío de vivir la vejez con dignidad
“La vejez es la única cosa que llega sin tener que esforzarnos para conseguirla”, dijo Cicerón. Pero parece que, aunque esta etapa viene sola, sí hay que esforzarse para lograr vivirla de la manera adecuada.
El envejecimiento es una etapa más de la vida de cada individuo. Sin embargo, en nuestra sociedad, los ancianos pierden esa individualidad y son vistos como un “homogéneo”, englobado en lo que se llama “las personas mayores”. Así, sin más, se dispersa y se reduce el valor de la historia individual de cada uno. Llegados a la vejez, las posibilidades de elegir se ven detenidas por un entorno que decide por la persona.
Parece como si, para nuestra sociedad, el paso del tiempo y una larga vida pusiera en duda la sabiduría de la experiencia, el valor añadido de tener una larga historia cargada de experiencias y de pérdidas. Privada del reconocimiento de esos valores, la persona se vuelve “añosa” y eso la condena a envejecer sin éxito.
Estereotipos y prejuicios
De la vejez se habla, la mayoría de las veces, desde estereotipos y prejuicios. La OMS, en el Día Internacional 2016 de las Personas Mayores, lanzó bajo el lema “Actuemos contra el Edadismo” su campaña mundial contra la discriminación por motivos de edad y por la mejora de la vida cotidiana de estas personas, subrayando la necesidad de que los gobiernos legislen con el objetivo de atenderlas y dignificarlas.
Muchas veces se ve a los ancianos solo como personas en una etapa final de su vida que merma sus facultades, y eso los infantiliza sin valorar el recorrido vital cargado de experiencia que conlleva envejecer.
Estas limitadas visiones generan que las personas mayores vivan en un entorno lleno de trabas e inconvenientes que les impiden envejecer con dignidad. Es necesario, pues, ser conscientes de que esa realidad plagada de actitudes negativas y discriminaciones provoca en los ancianos graves perjuicios en todas las esferas de su vida.
En este punto, nos encontramos con ciudadanos que llegan a la vejez sin una red de apoyo familiar y social, y son tratados como un grupo homogéneo concebido desde un cúmulo de prejuicios. Ante esta realidad, muchos de ellos se dan por vencidos y claudican de gestionar su propia vida.
En España, el INE tiene registrado que 829.600 personas mayores de 80 años viven solas. Según la OMS, el 10% de los ancianos ha sufrido malos tratos en el último mes, aunque la realidad es más terrible aún, pues la OMS calcula que solo se notifica 1 de cada 24 casos.
Toma de conciencia internacional
El maltrato a las personas mayores sólo ha sido reconocido como problema mundial recientemente. El trabajo desarrollado por la INPEA (Red Internacional de Prevención del Abuso y Maltrato en la Vejez) y la OMS para la prevención de este grave problema ha contribuido a elevar la toma de conciencia internacional sobre el asunto. (Declaración de Toronto)
El trato inadecuado ha sido abordado desde distintas perspectivas, basadas en tres ejes fundamentales que erosionan su dignidad y su calidad de vida, ya sea por la actuación de otras personas intencionadamente, ya sea por la omisión en su atención o cuidados.
La realidad de los ancianos víctimas de estas actuaciones es:
- El abandono, el aislamiento, el desamparo y la exclusión social.
- La violación de sus derechos legales.
- La privación de la toma de decisiones y de un estatus propio de una identidad, ya sea en el ámbito social o familiar.
Todo esto se resume en una ausencia de respeto e igualdad por una razón de edad.
“Con la falta de respeto no se insulta a otra persona, pero tampoco se le concede reconocimiento; simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa” (Richard Sennet)
Pero ¿qué sucede cuando es la propia persona, en esta etapa de su vida, quien decide vivir fuera de lo que la sociedad considera digno?
Entre el Síndrome de Diógenes y el de Noé
La autonegligencia es la situación en la que uno -por decisión propia o por ausencia de ella- vive bajo situaciones de riesgo bio-psico-social. Son frecuentes las noticias en los medios de comunicación sobre ancianos que malviven con el Síndrome de Diógenes, o que conviven en su domicilio con numerosos animales en condiciones de insalubridad, el llamado Sindrome de Noé.
En suma, hablamos de personas que en la vida cotidiana no toman decisiones que garanticen una adecuada calidad de vida, dejando al descubierto cualquiera de las áreas del digno desarrollo de la persona, y que tampoco cuentan con red de apoyo familiar o social que se las proporcione.
Los profesionales de los Servicios Sociales califican como autonegligentes a aquellas personas mayores que:
- No satisfacen sus necesidades básicas, tales como salud, higiene y alimentación, por carecer de recursos de cualquier tipo, ya sea por falta de ingresos, por desconocimiento de los recursos sociales disponibles, etc.
- Padecen problemas de salud mental que les impiden cubrir sus necesidades cotidianas con calidad de vida, ya sea porque no estén diagnosticadas o porque no sigan el tratamiento médico de manera adecuada.
- Personas que por su modus vivendi, sin que medie enfermedad mental, viven insertas en dinámicas insalubres, como por ejemplo una falta de hábitos adecuados.
Ciudadanos adultos con capacidad de decisión
Habría que preguntarse entonces cómo nuestra historia de vida, nuestras decisiones y nuestro propio entorno nos “instalan” ahí.
Para responder a esta pregunta, hay que plantearse qué signos de nuestra vida presente pueden influir en cómo viviremos la vejez.
Conocer la historia de vida es clave en el planteamiento de cualquier tipo de acción, desde los sistemas de protección social hasta la concienciación ciudadana. Hay que tener en cuenta también que la vida depara acontecimientos imprevistos, circunstancias sobrevenidas que desestabilizan al individuo o a su red de apoyo familiar.
A la vista de lo anterior, hemos de concluir que la calidad de vida de la vejez requiere que nuestra sociedad trate a las personas mayores como lo que son: ciudadanos adultos con capacidad de decisión. Esto incluye su derecho a tomar decisiones que conlleven riesgos, así como a rechazar la ayuda y la atención que precisan.
Todo ello provoca que los trabajadores sociales encuentren dificultades para intervenir en los malos hábitos o las negligencias que sufren las personas mayores, ya sea por la actuación de su entorno o por sí mismos.
A base de repetirse en el tiempo, estas situaciones se hacen crónicas en sus vidas, y es mayor el esfuerzo que le supone al anciano cambiarlas que el beneficio o la mejora que cree obtener a cambio.
Este muro de resistencia es el gran obstáculo invisible que los sistemas de protección social tienen que superar aplicando las medidas y herramientas de que disponen para dignificar la vejez.
Rosa Gómez Trenado, Profesora de Trabajo Social, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.