Edadismo: La pandemia silenciosa que nos afecta a todos

Edadismo: la pandemia silenciosa

Edadismo: La pandemia silenciosa que nos afecta a todos

Ana I. Esteban, presidenta Solidaridad Intergeneracional

 

España es un país donde la esperanza de vida nos sitúa en el pódium mundial. Vivimos más años y, sin embargo, no hemos aprendido a envejecer ni a convivir con la vejez. Más grave aún, discriminamos el envejecimiento, incluso cuando nos afecta a nosotros mismos. Nos hemos convertido en una sociedad edadista, y peor aún, en autoedadistas, sin siquiera reconocer la palabra que define esta injusticia.

Si la infancia hubiera sido la más afectada en la pandemia, ¿habríamos actuado igual? No. La respuesta es rotunda. Porque la diferencia entre la infancia y la vejez es el valor que les otorgamos. A los niños los protegemos; a los mayores… ¿los olvidamos?

La pandemia lo dejó en evidencia. Mayores arrinconados en residencias, donde el virus se extendió sin freno. Triajes crueles en los hospitales, donde no siempre fueron criterios médicos los que les negaron una cama en la UCI, sino su fecha de nacimiento. ¿Se decidió que «ya habían vivido suficiente»? Como si la vida tuviera un cupo, como si dejarles morir fuese aceptable.

Pero la discriminación por edad no terminó con la pandemia. Sigue presente en cada consulta médica, cuando un profesional dice “eso es cosa de la edad”. La edad no es una enfermedad, el problema es el dolor o el malestar, y si hay remedios, se tienen que facilitar, se tenga la edad que se tenga.

Solidaridad intergeneracional: un puente contra la discriminación

La gran ironía es que el edadismo no solo discrimina a otros, sino que nos afecta a todos. Cada uno de nosotros, con el paso del tiempo, será víctima de aquello que hoy ignora o justifica. Mientras sigamos pensando que los mayores «ya han vivido», nos estaremos autocastigando, limitando nuestro propio futuro. La edad no puede ser el límite, aunque existan limitaciones.

Pero hay más. En este terreno fértil de discriminación, los discursos ultraderechistas encuentran el caldo de cultivo perfecto para sembrar división. Presentan a los pensionistas como una carga, a los sistemas de protección social como un lastre, y a la solidaridad intergeneracional como una rémora del pasado. Quieren hacer creer a los jóvenes que los mayores no producen, que sobran.

Nada más lejos de la realidad. Una sociedad que margina a sus mayores no solo es injusta, es también miope. La solidaridad intergeneracional es la base de la prosperidad, la única vía para garantizar un futuro estable, pacífico y humano. Si caemos en el engaño de los que promueven el derribo de nuestros valores, si damos la espalda a la convivencia y a los derechos humanos, nos espera un futuro de incertidumbre y enfrentamiento. Estamos empezando a ver cómo se puede desmantelar el mundo que surgió tras la II Guerra Mundial.

No podemos permitirlo. Es hora de poner nombre a la discriminación por edad, de reconocer su impacto y de combatirla con la misma fuerza con la que defendemos cualquier otro derecho. Porque envejecer no es un problema, es un privilegio. Y proteger a quienes envejecen hoy es la única garantía de que nosotros también seremos protegidos mañana.

 

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