27 Jul La brecha tecnológica y el apagón digital recrudecen el aislamiento de los mayores en la España vaciada.
El 40% de las personas mayores de 65 años reconoce que nunca ha entrado en internet. La brecha digital se ceba con este colectivo y puede agudizarse con la llegada del metaverso.
Luis Meyer
María Díez perdió a su madre hace unos meses. La anciana murió a los 84 años, en su cama. “Estoy convencida de que con una sonrisa en la cara gracias a algo tan simple como Whatsapp”, explica su hija. Falleció en su casa rodeada de dehesas a un par de kilómetros de Burgo de Osma, en Soria, agarrada a la mano de su marido, de su misma edad, los dos solos. “Cuando hablábamos de la muerte, me decía que esa era justo la manera en que quería dejar este mundo”, dice Díez.
No es que su madre renegara del resto de su familia, de sus hijos o de sus nietos. Hacía un par de años que hablaba con todos ellos mucho más que en toda su vida anterior. “A pesar de su reticencia, con la pandemia le compré un móvil y le enseñé a manejar la videoconferencia de Whatsapp; todos los días nos conectábamos, nos veíamos, conversábamos de cualquier cosa, se reía con la última ocurrencia de sus nietos”. Díez añade: “Su última noche la pasó así, como todas las anteriores, y me decía que se sentía más arropada que nunca”.
Es un caso claro de cómo las nuevas tecnologías son herramientas inapelables para combatir el aislamiento de las personas mayores en las zonas rurales. Por desgracia, mucho menos habituales de lo que deberían. Todavía existen más de 26.000 poblaciones a las que no llega Internet y a unas 13 millones de personas les afecta esa falta de cobertura, según los datos publicados por la Secretaría de Estado para el Avance Digital justo antes del inicio de la pandemia.
El último barómetro de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP) alerta de que, en 2021, el 40% de los mayores de 65 años encuestados reconocía que nunca había usado internet, la mayoría, habitantes de zonas alejadas de los núcleos urbanos. Aunque este porcentaje es alarmante, tiene una lectura positiva: en 2017 era el 67%, lo que apunta a una tendencia favorable pero, en cualquier caso, estamos muy lejos de cerrar una brecha digital que se ceba en las personas de edad avanzada que componen la España vaciada, y que los aboca a una situación de exclusión social.
“Deberíamos hablar más bien de una multiexclusión”, explica Noelia Morales, Doctora en Sociología por la Universidad de Salamanca y autora del estudio El reto de la brecha digital y las personas mayores en el medio rural español.
El caso de Castilla y León
“Esa gente ya de por sí tiene más dificultades porque no es nativa digital y lo ve como algo más lejano, pero además vive en un medio rural con menos recursos y posibilidades, y a medida que la sociedad demande más, como los nuevos mundos virtuales, se le va a hacer más complicado. Por eso hay que empezar por cosas más sencillas para que la nueva revolución digital les pille a todos interconectados”. La experta resalta: “Nunca van a hacer el mismo uso de internet que un adolescente, pero tampoco lo necesitan, basta con que puedan cambiar una cita médica sin necesidad de ir al centro de salud, consultar la factura de la luz o comunicarse con sus seres queridos”.
El apagón digital afecta al 35% de la población, en parte por no disponer de los aparatos necesarios, pero, sobre todo, por carecer de una conexión adecuada (21%) o de las habilidades necesarias para su manejo (29%), especialmente entre los mayores de 65 años, como explica el informe de Cáritas Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España, que advierte: “La desconexión digital es el nuevo analfabetismo del siglo XXI”.
El envejecimiento activo es que una persona mayor pueda seguir siendo independiente y autónoma, tener una vida plena en la que se relaciona con su entorno y goza una participación relevante en la sociedad. Esto es lo que desde Fundación Cibervoluntarios quiere facilitar con la tecnología, como explica su presidenta, Yolanda Rueda.
“Cuando las personas mayores se apropian de las herramientas tecnológicas y las hacen suyas se sienten dueños de sus decisiones y de sus acciones. Pueden comunicarse y expresarse, acceder a la información en internet, no tienen que depender de nadie para realizar gestiones de su vida diaria, y voy un poco más allá, pueden seguir desarrollando sus propios proyectos o impulsando sus propias causas”.
La organización tiene un programa específico, Ciberseniors, para favorecer el envejecimiento activo a través de las TIC, dirigido especialmente a las personas mayores que están en una situación de mayor vulnerabilidad digital, como quienes viven en zonas rurales apartadas, y colaboran para ello con organizaciones de Austria, Chipre, Irlanda y Rumanía.
“Las tecnologías les ayudan a mejorar su calidad de vida y la de su entorno, impulsando al mismo tiempo su participación en la sociedad”, explica Rueda, y pone un ejemplo: “Eva Rodríguez, una profesora de universidad jubilada que vive en Asturias, gracias a estos cursos gratuitos aprendió a utilizar su firma digital y el certificado electrónico para realizar gestiones administrativas y a pedir citas médicas online. Así que, como bien apuntaba Eva, la vejez no significa perder la curiosidad, incluso puede ser lo contrario, porque tienen más tiempo que antes de jubilarse”.
Respecto a la posibilidad de que el uso del móvil e internet pueda aislar aún más a las personas mayores que viven en lugares apartados (igual que sucede con muchos adolescentes en las grandes ciudades, como aseguran los teóricos de las corrientes tecnófobas), Rueda aclara: “La tecnología ayuda a mantener las relaciones personales en la distancia, pero no pretende sustituir una sobremesa familiar o una charla con una amiga. La tecnología está para sumar. Eso sí, como todo, la clave está en el conocimiento, en saber cómo utilizarla, hacer un buen uso de ella y sacarle partido”.
El fantasma del metaverso
Alfabetizar a la población es hoy tan importante como lo fue hace décadas, como defiende Manuel Area, catedrático en la Universidad de La Laguna especializado en educación y nuevas tecnologías. “Con la llegada del metaverso, inevitablemente acabaremos viviendo con esas dos realidades paralelas, la física y la virtual. Igual que en los años setenta en España había analfabetismo y desde los ministerios llevaron a cabo extensos planes de alfabetización de personas mayores, los poderes públicos deberían poner el mismo ahínco respecto a la formación digital»
Y prosigue: «Una persona de más de 60 años que no sepa manejarse con las nuevas tecnologías se va quedando atrás a la hora de acceder a servicios sanitarios, de comunicarse con la Administración, con su banco. Esa situación les está excluyendo socialmente igual que lo hacía el analfabetismo hace tiempo. Hoy ya no basta con saber leer y escribir, hay que saber manejar las redes e internet”, considera Area.
Una formación que debe empezar por lo básico: las herramientas y la conectividad de las que muchas zonas rurales carecen. Diego Pastrana, socio fundador de Tic Skulls, una empresa dedicada a elaborar programas educativos de transformación digital, vivió esta problemática en primera persona, en lo más duro de la pandemia. “Repartimos ordenadores, tabletas y routers 4 G por todo Asturias, pero en muchos casos era inútil porque muchos municipios ni siquiera tenían una conexión decente”, recuerda.
Lo hacían en persona, porque muchas familias no sabían ni encender los dispositivos ni mucho menos configurarlos o instalar programas y aplicaciones. “Íbamos con una furgoneta y, en pleno confinamiento, les enseñábamos a usarlos a través de la ventanilla. Especialmente en las zonas apartadas, era complicado encontrar cobertura de ninguna de las compañías telefónicas, y llevábamos tarjetas de todas”. Pastrana advierte de que muchas personas mayores se quedaron sin formación en nuevas tecnologías por culpa de la pandemia. “Antes había programas de alfabetización digital en los medios rurales, pero se fueron el traste con el confinamiento y en la mayoría de los casos no se han retomado”.
Los programas públicos de formación y de instalación de infraestructuras pueden tener un impulso ahora con los fondos europeos, pero adolecen de una falta de personalización. “No deberíamos hablar de un colectivo rural, sino de muchas ruralidades”, matiza Morales. “La distribución de la población es muy diferente, en el interior y el norte de España hay más municipios por habitante, y muy pequeños y alejados entre sí, está más atomizada y eso dificulta mucho la provisión de servicios digitales”.
Y añade: “En cuanto a la formación, no es lo mismo un señor de 65 años con dos carreras, que ha dirigido equipos, que otros prácticamente analfabetos. Los primeros están mucho más motivados, saben lo que significan las nuevas tecnologías, pero son precisamente quienes menos lo necesitan; los que viven aislados, en zonas remotas, son los que menos sentido le ven hacer el esfuerzo cognitivo de entrar en ese nuevo mundo, pero al mismo tiempo son los más vulnerables a la exclusión social”.
Según Morales, esa labor de motivación es fundamental. “Hay que contar para ello con agentes del territorio, esto es, dinamizadores del propio municipio, a quienes se les ponga nombre y apellidos, y son quienes tienen esa capacidad movilizadora y motivadora. Que una compañía telefónica plante un día un cartel en la plaza anunciando talleres de internet, no va a funcionar para quienes están más aislados y no entienden ni quieren entender el mundo digital. Pero si se lo propone alguien de confianza, posiblemente le convenza. Por ejemplo, presidentes de asociaciones vecinales, que suelen ser gente muy implicada y que conocen a muchas personas. Las administraciones deberían poner en ellos el foco”.
Esto plantea la cuestión de si realmente es necesario sumar a estos colectivos a la frenética carrera de digitalización del resto de la sociedad. El cierre de miles de oficinas llevado a cabo por el sector bancario en los últimos meses es una prueba de que no se están respetando los tiempos de las personas de mayor edad. “Hace falta formación, pero sobre todo, buena voluntad”, opina Pastrana. “Los bancos se orientaron al mundo online demasiado pronto, y las personas que estaban acostumbradas a imprimir los movimientos de su libreta, sacar su dinero en efectivo o hablar con su banquero de toda la vida, de pronto no pueden hacer una transferencia porque no saben ni cómo bajarse la aplicación de móvil”.
El experto denuncia, en este sentido, una clara falta de empatía hacia este colectivo. “Hay que ir poco a poco, no se puede hacer todo de golpe porque las personas mayores tienen tiempos de adaptación a la transformación digital diferentes, con la pandemia fue necesario acelerarla, pero ahora tenemos que bajar el ritmo, dar un paso atrás y pensar en todo el mundo, y que desde los Ayuntamientos haya mucho apoyo en este sentido, porque no podemos dejarles por el camino en esta transición: deben saber los pros y los contras de las tecnologías y, sobre todo, manejarlas con seguridad”.
Pastrana zanja: “Las personas mayores son, hoy por hoy, el colectivo más vulnerable a estafas por internet, y eso es algo que solo se soluciona con formación”.