06 Feb Por qué los optimistas viven más
Las neuronas que controlan los pensamientos y las que regulan la presión arterial, el sistema inmunológico o las hormonas están conectadas
MAYTE RIUS – BARCELONA
Las emociones, sentimientos y estados de ánimo positivos siempre se han relacionado con un mejor estado de salud, y en los últimos años se han acumulado investigaciones que lo atestiguan. Las últimas, un estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard que asocia el optimismo con un menor riesgo de las mujeres de morir por cáncer, enfermedad cardiaca, accidente cerebrovascular, enfermedades respiratorias o infecciones, y una investigación de psiquiatras finlandeses que muestra que el pesimismo constituye un fuerte factor de riesgo de muerte por cardiopatía coronaria.
Analizando los datos del seguimiento de la salud de 70.000 mujeres entre 2004 y 2012 (a partir del Estudio de Salud de Enfermeras), los investigadores de Harvard concluyen que las del percentil con el nivel más alto de atributos psicológicos positivos (las más optimistas) mostraban un 52% menos de riesgo de morir de infección, un 39% menos de hacerlo de ictus, un 38% menos posibilidades de fallecer de enfermedad cardiaca o respiratoria y un 16% menos de hacerlo de cáncer. Y sus conclusiones se consideran extrapolables a los hombres.
El director del estudio, Eric Kim, explicó al presentarlo que no es solo que las personas optimistas tiendan a actuar de forma más saludable, coman mejor, hagan más ejercicio y duerman mejor; también se ha visto correlación con menos inflamación, unos niveles más saludables de lípidos en sangre y más antioxidantes que protegen a las células de daños.
Estudios previos ya habían revelado que los optimistas presentan niveles más bajos de cortisol, que es una hormona que contribuye a elevar la presión sanguínea, aumentar la grasa abdominal y debilitar el sistema inmune, lo que contribuiría a proteger su salud. Otros han relacionado el pesimismo con la disminución de las catecolaminas y una mayor secreción de endorfinas, lo que implica menor actividad del sistema inmunológico y propicia el incremento de las enfermedades infecciosas.
“Hay características del optimismo como la esperanza, el pensamiento positivo y la extroversión o la tendencia a hablar y compartir que favorecen la salud y fortifican las defensas naturales; por el contrario, estados de ánimo que suelen acompañar al pesimismo, como la desconfianza, la impotencia y el fatalismo persistentes, alteran el sistema inmunológico y endocrino, dañan nuestras defensas naturales y contribuyen a producir enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, ciertos tipos de cáncer e infecciones”, afirma el psiquiatra e investigador Luis Rojas Marcos, que hace años que propugna que la tendencia a enfocar la vida a través de una lente que acentúa los aspectos favorables es un excelente protector para la salud. “Ser optimista o no predice en gran medida nuestra longevidad y son muchos los estudios que demuestran que la esperanza de vida de los optimistas es superior a la de los pesimistas”, asegura.
“El mecanismo por el que actúa el optimismo se explica por el fortalecimiento del sistema autoinmune, que permite al organismo afrontar con más recursos la enfermedad reduciendo la intensidad de los síntomas, una mejor recuperación y un aumento de la sensación del bienestar subjetivo fruto de las endorfinas generadas por el estado de ánimo”, explica Antonio Vallés, especialista en Psicología de la Salud de la Universidad de Alicante, donde imparte una asignatura denominada Optimismo inteligente. Enfatiza que “el optimismo no cura las enfermedades, pero proporciona al organismo, a través del sistema inmunológico, más recursos bioquímicos para luchar contra ella”.
Rojas Marcos recuerda que la idea de Descartes que separaba la mente y el cuerpo por indicación divina retrasó tres siglos el estudio científico de la relación entre ambos, “pero hoy se sabe que no hay tal separación, que existe una constante comunicación entre las neuronas encargadas del estado emocional, las que regulan los pensamientos y las que controlan el sistema nervioso vegetativo encargado de regular el ritmo del corazón, la presión arterial, el aparato digestivo, la secreción de hormonas y el sistema inmunológico protector”.
“Si tenemos ansiedad por nuestras preocupaciones, nuestro sistema nervioso autónomo o vegetativo se hiperactivará y alterará el equilibrio homeostático del organismo provocando problemas cardiovasculares, respiratorios, dolores musculares, etcétera”, ejemplifica Vallés. El estudio de los psiquiatras finlandeses, publicado en noviembre en la revista BMC Public Health, concluía que las personas del cuartil más pesimista tenían un riesgo 2,2 veces mayor de morir por cardiopatía coronaria que los del cuartil con el nivel más bajo de pesimismo.
Los expertos aseguran que el sistema perceptivo de las personas optimistas funciona de forma opuesta al de los pesimistas tanto ante circunstancias o hechos positivos como ante los negativos. Según Eric Kim, “ser optimista no significa estar siempre alegre, sino creer que pasarán cosas buenas en el futuro”. “Las personas optimistas tienden a localizar el centro de control dentro de ellas mismas, consideran que ocupan ‘el asiento del conductor’ de sus vidas; los pesimistas, por el contrario, tienden a poner el control de su vida en manos del destino y creen en el ‘nada de lo que yo haga importa’ así que incluso los aciertos los ven como una circunstancia ajena a ellos”, comenta Rojas Marcos.
¿DE QUÉ DEPENDE SER OPTIMISTA O NO?
“Optimistas nacemos y nos hacemos”, responde Luis Rojas Marcos, que precisa que los genes juegan un papel importante en el desarrollo de nuestra personalidad pero otro factor muy influyente son los valores culturales de la sociedad en que vivimos. “En Estados Unidos, donde resido hace casi medio siglo, se glorifica el optimismo, se presume de ser optimista, se piensa que con optimismo se vencen adversidades, se es más feliz, se tiene más éxito en este mundo e incluso más probabilidades de ir al cielo en el otro; por el contrario, en otras culturas, como la española, el optimismo tiene mala prensa, se mantiene en secreto, y en público se prefiere optar por la queja, incluso cuando se trata de personas que se sienten muy contentas con su vida”, comenta Rojas Marcos desde Nueva York.
Respecto al factor genético, explica que hay genes que estimulan personalidades optimistas y extrovertidas, como el 5-httlpr, que regula la absorción de la hormona serotonina, responsable de la producción de emociones placenteras. “Las personas que portan la versión corta de este gen muestran mayor tendencia a expresar ideas y sentimientos positivos”, detalla.
Pero la base biológica puede ser modificada por las experiencias y los factores culturales. “El optimismo inteligente, razonable o estratégico es un aprendizaje de vida consecuencia de la educación, la socialización y las experiencias personales, que pueden provocar que una persona sea más optimista –o menos–, en determinada época de su vida”, indica el psicólogo Antonio Vallés, que distingue varios tipos de optimismo y apela a no confundir el optimismo inteligente –que sabe cuando es aconsejable mantener una perspectiva pesimista– con el optimismo ilusorio, que trata de adaptar la realidad a sus propios deseos.
Rojas Marcos afirma que durante siglos se ha equiparado el optimismo con la ingenuidad pero hoy está demostrado que la perspectiva optimista es perfectamente compatible con la sensatez a la hora de resolver situaciones complicadas. “El optimismo es una forma de sentir y de pensar que nos ayuda a gestionar nuestros recursos y a luchar sin desmoralizarnos para superar situaciones adversas; está demostrado que los optimistas, antes de tomar decisiones importantes, sopesan tanto los aspectos positivos como los negativos, mientras que los pesimistas se limitan a ver únicamente los negativos”, comenta.
Y agrega que, por su experiencia, es más fácil y eficaz aprender estrategias para aumentar la visión positiva de las cosas que tratar de cambiar creencias pesimistas, “aunque si nos lo proponemos y lo trabajamos todos podemos aprender a moldear nuestra perspectiva del mundo”.
INFLUYEN GENES Y LOS VALORES CULTURALES, PERO EL OPTIMISMO SE PUEDE APRENDER
Vallés asegura que la clave para aprender a ser optimista es prestar atención a las cosas que se tienen, “valorar las capacidades y fortalezas que cada uno tenemos: responsabilidad, civismo, altruismo, empatía, inteligencia, amabilidad, etcétera, a las que habitualmente no se les presta atención”.
Algunas investigaciones apuntan que algo tan simple como pedir a la persona que escriba o piense en los mejores resultados posibles para diversas áreas de su vida como su carrera profesional o sus relaciones, o anotar los actos de amabilidad recibidos y las cosas por las que se puede estar agradecido cada día, permiten modificar la percepción y la actitud vital y pueden servir para mejorar la salud en el futuro.
SEIS VENTAJAS DEL OPTIMISTA
* Mayor resiliencia. No se dan por vencidos; ven los retos como algo alcanzable y motivador. Incluso si esos retos incluyen problemas graves ven que con esa actitud los pueden superar.
* Menor estrés. No anticipan el futuro con angustia y afrontan las situaciones adversas de forma más sosegada y sana.
* Más eficacia. Como perciben las situaciones y contratiempos de la vida diaria con mucho menos estrés pueden actuar de forma mucho más eficaz en el trabajo, con la familia y con los amigos.
* Buenos hábitos. Tienen la perspectiva de vivir cosas buenas en el futuro y se cuidan más, comen mejor, hacen más ejercicio, duermen mejor. Y enfocan las situaciones difíciles de forma más sana, con menos excesos.
* Más apoyos. Construyen relaciones sociales más fuertes que los pesimistas y su menor hostilidad social hace que tengan más apoyos en caso de situaciones adversas.
* Mejor biología. Padecen menos inflamación, presentan un nivel más bajo de lípidos en la sangre y más antioxidantes. Tienen niveles más bajos de cortisol, una hormona que contribuye a elevar la presión sanguínea, a aumentar la grasa abdominal y a debilitar el sistema inmune.
DIFERENTES TIPOS DE OPTIMISMO
El profesor de Psicología Antonio Vallés diferencia cuatro tipos de optimismo:
* Situacional. Son las expectativas favorables que tiene una persona frente a un hecho o circunstancia concreta.
* Disposicional. Es una actitud general positiva frente a las adversidades de la vida.
* Ilusorio. Consiste en una falsa expectativa favorable ante casi todos los aspectos de la vida a pesar de las evidencias en contra.
* Inteligente. También llamado estratégico, induce a ser razonablemente optimista para aquello por lo que se puede luchar y conseguir y razonablemente pesimista para no sufrir frustraciones importantes.
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