El abuelo de los tejados verdes

El abuelo de los tejados verdes

«La cosecha más importante es este intercambio de vibraciones positivas con las plantas»

Los granjeros echan raíces en los tejados de Manhattan y el chef Floren Domezain cultiva borrajas en la azotea del hotel Wellington. Aunque el «abuelo» de todos ellos, el auténtico precursor de los tejados verdes, es el payés Joan Carulla, que sembró por primera en vez en su terraza de Barcelona hace 30 años y ahí sigue, con 91 recién cumplidos.

«La cosecha más importante es este intercambio de vibraciones positivas con las plantas», asegura el venerado «señor Carulla», caminando con una energía envidiable en su vergel del quinto piso, mientras come sobre la marcha unos nísperos y echa el ojo a las hileras de patatas. «Yo siempre digo que la horticultura es la gimnasia perfecta: te agachas por aquí, te estiras por allá… Imagino que ése es el secreto para llegar a esta edad: eso y la dieta, vegetariano desde los diez años».

Joan Carulla nació allá por 1923 en Juneda (Lleida), un pueblo agrícola en el valle del Ebro, hasta donde llegaban los cañonazos durante la Guerra Civil… «Llevo toda mi vida llorando el millón de muertos. En mi pueblo cayeron más de cien y pasamos todo tipo de penurias. Sólo nos quedaron para comer patatas. Tuve la miseria cogida del cuello hasta los 33 años».

En los años cincuenta, con el oficio del campo aprendido de su abuelo y de su padre, Joan Carulla hizo el hatillo y se fue a Barcelona: «Me vine porque no tenía tierras. Abrí una tienda de ultramarinos y fui presidente del gremio local. Eran otros tiempos, cuando se podía prosperar con un pequeño negocio, no como ahora. Digamos que no me fue mal, y acabé teniendo mi terrenito en una azotea».

Tres terrazas, tres, cultiva el Señor Carulla. Son 260 metros cuadrados en total, y setenta toneladas de tierra. Una capa de tela asfáltica impide que las raíces penetren hacia abajo y un sistema de drenaje previene las humedades. La vegetación garantiza el aislamiento contra el frío en invierno y el calor en veranos. Hasta 15.000 litros de agua es capaz de almacenar con un sistema casero de captación de lluvia. Una tercera parte de la tierra que pisamos es pura materia orgánica…

«Si en algo soy maestro es en el compostaje. Yo siempre he aprovechado todo, salvo el vidrio y la loza. Hasta las botellas de plástico las utilizo para proteger a las uvas de los pájaros… Y bajo nuestros pies, descomponiéndose, tenemos basura orgánica, cajas de frutas, cartón del supermercado, facturas de papel y hasta persianas que no he querido tirar. Se lo echo a la tierra, que lo agradece todo».

Se diría que Joan Carulla ha rejuvenecido desde que le inmortalizaron hace seis años en el documental «Utopía» (de Lucho Iglesias y Alex Ruiz). El hortelano en las alturas vuelve estos días a la palestra en «El Jardín Escondido», el maravilloso libro de Pilar Sampietro e Ignacio Somovilla. Decenas de agricultores urbanos y curiosos se acercan todos los meses a visitar al «abuelo»(cuatro nietos) de los tejados comestibles, que tal día como hoy recibe a su amigo Pep Puig («el único que de verdad me apoyó cuando era concejal de Ciudad Sostenible») y a Mariano Bueno, autor de «El huerto familiar ecológico».

Joan Carulla llora de emoción en un singular abrazo con sus viejos y nuevos amigos, en el vergel de esa azotea es todo un bosque comestible con 40 árboles frutales (pronto llegarán las ciruelas, y después los albaricoques y los melocotones) y la cosecha ya lista de los puerros, las habas y los ajos, esperando a los tomates, los pimientos y las berenjenas…

«Puedo comer de la terraza gran parte del año, y patatas suele haber para toda la familia. Lo que me sobra lo doy, yo no hago negocio con esto. Eso sí, me ahorro unos buenos euros en la cesta de la compra. Y no hay nada como saborear lo que tú mismo recolectas esa mañana. Todo ecológico y sano».

Se agarra Joan Carulla con firmeza a las barras metálicas estratégicamente situadas entre las parcelas y por las que trepan las parras (hasta cien kilos de uvas). De barra en barra va avanzando casi con los ojos cerrados, sin interferir excesivamente en el particular ecosistema de la terraza: «Eso que llamamos malas hierbas son plantas cuyas cualidades aún no hemos descubierto. Hay que quitarlas pidiéndoles perdón»

Desde la azotea del Señor Carulla se domina el barrio del Clot, que hasta hace poco más de un siglo mantuvo su carácter rural, rodeado de torres y de masías. Joan está convencido de que se podría hacer más, mucho más por volver a traer la esencia de la huerta a la ciudad, y lo que más le preocupa es como transmitir la sabiduría a sus hijos y a sus nietos, y a todo aquel que decida hacerse agricultor en la alturas…

«Dicen que sólo aprovechamos un 1% de lo que podríamos plantar y cultivar en las terrazas y los balcones. Yo animaría a cualquiera que tenga un poco de espacio en la ciudad a que inicie esta mágica relación de amor con la tierra. A las plantas hay que tratarlas humildemente, con total agradecimiento. No digo ya de rodillas, pero sí con los brazos abiertos. Al fin y al cabo son ellas las que convierten la energía del sol en materia, y en todo lo que nos sirve de alimento y de medicina. Razón tenía Hipócrates».

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