27 Dic Voluntarios que acompañan a mayores que viven solos: «Es mi abuela postiza»
Muchos ancianos que no tienen familia cerca reciben visitas semanales de personas desinteresadas, con quien, a veces, solo buscan «compañía»
Nieves Mira – ABC
En España hay cerca de cinco millones de personas viviendo solas, de las que la mitad de ellas tienen más de 65 años. Muchos de estos mayores se ven forzados a vivir en una situación de soledad no deseada, porque no han tenido hijos o porque estos viven lejos o no tienen tiempo para dedicárselo a ellos. Fechas tan señaladas como la Navidad, para muchos de ellos, se convierten en un verdadero trauma, porque a menudo les recuerdan que están solos.
Muchas asociaciones y ONG trabajan por toda la geografía española para que los mayores que viven esta situación tengan compañía. Los voluntarios se prestan para visitar, casi siempre una vez por semana, a estos mayores, que muchas veces, lo único que necesitan se resume en una palabra: «compañía». Mayores y voluntarios terminan tejiendo una amistad que termina, casi siempre, solo cuando la persona mayor fallece.
Manuela y Paula: «Es mi abuela postiza»
Manuela tiene 84 años, pero un estado físico envidiable. Aunque tiene una hija viviendo en París y un hijo en Colmenar y estos, según cuenta, la visitan a menudo, se dio cuenta de que necesitaba «compañía, pasear, que me dieran conversación y mimos», y entonces se cruzó en su camino «esta niña», dice refiriéndose a Paula, aunque tiene ya 22 años. Paula es la joven que la visita, que decidió inscribirse como voluntaria tras el fallecimiento de sus abuelos, una «buena manera de ayudar a personas que están solas».
Ahora Manuela es «mi abuela postiza», dice mientras ríen y se abrazan. «Mi vida es mucho más entretenida, estoy muy contenta», le añade Manuela. Ya hace más de dos años que se conocen, y según cuentan, siempre que quedan «hay comida de por medio», da igual si es para desayunar, merendar o el aperitivo. Esta Navidad, «como las dos nos quedamos en Madrid, nos vemos seguro», cuentan.
Lucía y Mar: «Hacemos cosas que ella no puede hacer sola, como pasear»
Hace ahora un año y medio que Lucía y Mar se pusieron en contacto a través de la asociación de Grandes Amigos, y desde entonces su amistad no ha parado de crecer. Mar se acercó al voluntariado porque quería incorporar a su vida la figura del abuelo, ya que desde que se trasladó a Madrid desde Santander el contacto físico con los suyos era más difícil. Lucía la recibió con los brazos abiertos, ya que vive sola, no ha tenido hijos y la poca familia que tiene vive en Colombia. A sus 71 años, presume de formar parte de una asociación en su barrio en las que se hacen llamar junto a sus amigas «las juveniles».
Con Mar, que tiene 31 años, aprovecha, sobre todo para pasear, «lo que ella no hace sola, porque donde vivimos hay mucho paso de cebra y mucho tráfico, las calles no están bien adaptadas». Sí que confiesa Lucía que algunas tardes se le hacen demasiado largas, y Mar le ayuda a descargarle audiolibros y audiopelículas en el móvil. Por las mañanas aprovecha para hacer ejercicio, bicicleta estática, y cuenta orgullosa que «hoy, hasta he sudado». A pesar de la vitalidad que derrocha, confiesa que no le gusta especialmente la Navidad, y aunque este año tenga a alguien con quien comer y «tomar el aguardiente», dice que «si la tuviera que pasar en casa sola, no me importaría, ya he pasado sola otras antes y no pasa nada».
Teresa y Cecilia: «Se convirtió en un familiar más»
El flechazo entre Teresa y Cecilia, según cuentan las dos, fue mutuo. Aunque Teresa tiene un hijo, este trabaja en Gerona, a una distancia considerablemente larga de Zaragoza, donde vive su madre. «Él, que es un pedazo de pan» según su madre, fue quien se puso en contacto con Amigos de los Mayores y les planteó sus necesidades, porque aunque Teresa tiene 70 años y está en plenas facultades físicas, necesita compañía y conversación. En el caso de Cecilia, que se acababa de mudar de ciudad, acudió a la asociación para conocer a gente, y al mismo tiempo, poder ayudar a otras personas.
A Teresa las tardes se le hacen «muy intensas si no estoy con alguien, a pesar de que hago cosas, como por ejemplo sopas de letras para entretenerme o veo un poco la televisión, o hago palabras cruzadas». Para Cecilia solo tiene palabras cariñosas: «Es extraordinaria, lo tiene todo y yo tengo mucha suerte. Hasta se han conocido nuestros hijos, una tarde estuvimos tomando algo por ahí».
«Nos apoyamos las dos, hablamos de todo, y ya se ha convertido para mí en un familiar; sé que la tengo ahí», cuenta Cecilia, que ya había participado en actividades de voluntariado desde mucho tiempo atrás. No tiene dudas cuando le preguntan qué es lo que más le gusta a Teresa: «Estar rodeada de personas, pedirles el teléfono y luego poder llamar a sus amigas».
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