23 Abr Voluntariado para combatir la soledad de las personas mayores.
Ona Vilà i Colomer y Maria Pagès Corominas forman parte del programa Apadrinar un Abuelo de Cáritas y acompañan a personas mayores que se encuentran en residencias.
Laura Andrés Tallardá
Todos nuestros actos tienen un impacto en el mundo que nos rodea y nuestra huella puede ser, en cierta medida, imborrable. En algunos casos, pequeños gestos pueden marcar una gran diferencia en nuestro entorno y en las vidas de otras personas.
El voluntariado supone una oportunidad para aprender, pero también un compromiso importante. “Ser voluntario es tener un compromiso con la sociedad y dedicar un poco de tu tiempo a los demás para contribuir a mejorar su situación”, afirma Ona Vilà i Colomer, estudiante de Periodismo en la Universitat Pompeu Fabra de 19 años, que empezó a realizar voluntariado en el programa Apadrinar un Abuelo de Cáritas hace cinco años, cuando estudiaba cuarto de la ESO.
Convertirse en voluntario no siempre tiene que implicar coger un avión e irnos a miles de kilómetros, lejos de nuestro hogar. Podemos realizar acciones en nuestra comunidad, en nuestros barrios o en nuestros centros educativos. “Creo que para cambiar el mundo debemos empezar desde abajo, con pequeñas acciones como el voluntariado”, ejemplifica Ona.
“Tus acciones pueden hacer que una persona mayor sienta que no está sola, que tiene a alguien a su lado que piensa en ella y le hace compañía, pueden contribuir a que una familia tenga ropa o alimentos o a que un niño o niña sin recursos pueda disfrutar de unos campamentos de verano”, ejemplifica. Cree que las acciones del voluntariado quizás no puedan arreglar el mundo en su totalidad, pero sí pueden contribuir a hacerlo más justo e igualitario.
Maria Pagès Corominas, estudiante del grado de Química en la Universitat de Girona de 19 años, también forma parte del programa Apadrinar un Abuelo desde cuarto de la ESO. Le presentaron el proyecto en su instituto y decidió ocupar algunas tardes que tenía libres a formar parte de este voluntariado.
La importancia de tejer vínculos
Uno de los aspectos más importantes en el programa Apadrinar un Abuelo es poder compartir momentos, experiencias o incluso juegos para conocer la historia de la otra persona. “La mejor experiencia es cuando al llegar los residentes ya me están esperando para ir a jugar o charlar, y que al finalizar la visita me digan ‘nos vemos la semana que viene’. Es cuando me doy cuenta de que se está tejiendo un gran vínculo entre ambas partes y de que mi función como voluntaria está funcionado”, explica Maria.
Los vínculos pueden ser tan profundos que Ona siente que en algunos casos se ha creado un sentimiento de familia. “La mejor parte es ver su sonrisa al reconocer que la persona que ha ido a verla eres tú. Cuando hace cinco años que visitas la misma abuela, al final se convierte en un miembro más de tu familia, y tú de la suya”, apunta la estudiante.
En su caso, casualmente, la abuela que le asignaron para hacer el voluntariado -y que ella no conocía- es del pueblo de su madre y era amiga de su bisabuela, que murió poco antes de su nacimiento. Eso ha hecho que su vínculo sea más fuerte. “A ella le encanta que le traiga noticias ‘frescas’ del pueblo y que repasemos juntas los últimos acontecimientos. Y a mí me gusta escucharla hablar de mi bisabuela y de mi madre cuando era pequeña”, cuenta Ona.
El reto de las ‘visitas online’ por la pandemia
Debido a la pandemia del coronavirus, las visitas presenciales en residencias dejaron de poder realizarse. “Echo de menos las tardes en que compartía partidas al dominó con varias residentes mientras charlábamos y nos explicábamos qué habíamos hecho durante la semana”, puntualiza Maria.
Precisamente, en este momento las personas mayores se sienten más solas que nunca porque las visitas se han visto limitadas. Se han adoptado medidas online, pero es complicado que los residentes se sientan cómodos. “Ahora, con la adaptación del proyecto al sistema en línea, quizás la principal dificultad es la distancia. A la gente mayor se le hace extraño hablar con nosotras a través de una pantalla, les cuesta oírnos y entendernos, y a veces hasta vernos. Eso y la conexión entorpece un poco la comunicación y hace que se cansen más deprisa”, ejemplifica Ona.
El voluntariado, una lección de vida
Para Maria, los voluntariados en muchas ocasiones son sinónimo de que hay carencias en los diferentes ámbitos de la sociedad. “Mi función como voluntaria no sería necesaria si en las residencias los abuelos no se sintieran solos, por falta de contacto con familiares y amigos, y tuvieran programadas diferentes actividades a lo largo de todo el día”, ejemplifica.
A las voluntarias, el programa les ha permitido tener más en cuenta a la gente mayor y creen que escuchar sus experiencias es un gran aprendizaje y una lección de vida. “Vivimos en un mundo que se mueve y avanza muy deprisa siempre pensando en el futuro, y a menudo estos colectivos quedan apartados. Este programa te acerca a la realidad de la soledad de las residencias y te hace ver que la gente mayor puede enseñarte muchas cosas y darte muchas lecciones de vida”, concluye Ona.