27 Oct «Vivir solo no es lo mismo que sentirse solo».
42.800 alaveses viven solos, cuatro veces más que hace tres décadas. Muchos, como Juan Manuel, porque quieren: «Temo volverme adicto a la soledad». Otros, simplemente se acostumbran, como Pedro: «O te haces a esta vida o sufres, hay que seguir».
Itsaso Álvarez y Luis López
Vivimos más solos. En menos de tres décadas la cantidad de viviendas de Álava en las que reside una sola persona se ha multiplicado por cuatro. En 1991, según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), eran 10.015 los hogares unipersonales, mientras que en 2020 (último dato disponible), se habían disparado hasta los 42.800. El revolcón es enorme porque la población en el territorio ha aumentado, sí, pero no tanto como para explicar el disparado incremento de alaveses que han decidido o se han visto empujados a vivir sin compañía.
Tienen nombre. Se llaman Estíbaliz, Juan Manuel, Jesús Mari. Son solteros, divorciados, viudos. Algunos acabaron solos por circunstancias de la vida. Otros viven consigo mismos por decisión personal. ¿Qué está pasando? La tentación es explicar el asunto mirando hacia el envejecimiento. Hacia ellas, las viudas, que son más longevas que ellos y claro, en algún momento se quedan solas, sin marido y con los hijos fuera del nido hace tiempo. Pero no. También se podría mirar hacia los divorciados. Pero tampoco. Hay que mirar hacia los solteros. Son ellos quienes habitan 24.600 de esos hogares unipersonales en Álava. Más de la mitad, por tanto, del total. Y eso que «vivir solo es caro», apunta la catedrática en Sociología Teresa Bazo. «Pero ahora tienen un sueldo más alto y pueden hacerlo», agrega. También hay «más hedonismo»: más gente que quiere comodidad y tiene medios suficientes para vivir sola.
Estíbaliz Yuguero, 37 años, es una mujer emprendedora a cargo de su propio negocio de joyería. Quería diseñar ciudades hasta que el diseño paramétrico se cruzó en mi vida y ahora diseña joyas de resina que imprime en 3D y comercializa bajo la firma BaRock Jewelry. Ahora vive sola en Galdakao, «con un perro», matiza. «Yo siempre he vivido compartiendo piso con estudiantes, cuando trabajaba también. Circunstancialmente he acabado así, no estaba en mis planes. No es algo a lo que aspiraba porque a mí me gusta mucho vivir con gente», arranca. Ve lo positivo: «La libertad total que tienes en casa. No tienes ni horarios ni molestas a nadie». «Pero hay una parte negativa, el aislamiento», continúa. No es soledad, porque yo la llevo muy bien, no me importa y disfruto de ella, pero a veces me siento un poco aislada. Por ejemplo, muchas series y programas de la tele han dejado de interesarme porque ya no tengo con quién comentarlos», argumenta.
Yuguero dice sentir a menudo «presión social». «Hay cierta idea de que una mujer que vive sola y no tiene familia es porque le pasa algo o es inestable, o no sabe lo que quiere, o no lo ha encontrado, o es que nadie la quiere. No se contempla que lo haya elegido así. Es tema de conversación frecuente con mis amigas, nos pasa a todas casi a diario, pero no creo que haya mala intención detrás».
«Yo he convivido con tres parejas estables y ahora estoy soltero. A veces sientes que te sobra un poco de espacio, pero ¿solo? No», se presenta Jesús Mari Fernández, abogado natural de Ermua y residente en Vitoria. «Yo considero que el matrimonio no es más que un papeleo. A los amigos y gente que me ha dicho que es poco romántico, les he dicho, pactad el divorcio y la separación de bienes, porque cuando las cosas van mal lo que causa dolor, aparte del emocional, es lo que se prolonga la liquidación de los bienes materiales. Pero si tienes ya pactado que puedes recoger tus cosas y te vas… Una pareja mía me decía ‘siempre da la sensación de que tienes las maletas hechas’. Para mí, convivir con una pareja ha sido porque quería estar. Ser fiel, guardar ese respeto y ese compromiso de proyecto. Pero cuando aquello ya empezaba a ser una obligación…, me costaba tomar la decisión, ojo, y a la otra parte también, porque a mí también me han dejado», explica.
«Pero el vivir soltero… Sé que tengo mi casa, a la que nunca he renunciado, y mi vida aparte, que la comparto en la medida en que encaja con la otra persona, pero no en la medida de que tiene que ser todo lo mío de ella». «Tengo varias cuadrillas», dice Jesús Mari. «Y eso de ser soltero tiene sus desventajas, hay algunos amigos que se te apalancan en casa», se ríe.
Juan Manuel Feito, madrileño afincado en Alegría-Dulantzi, ha pasado por varios momentos. «Mi vivienda la he compartido con varias personas, pero un buen día decidí estar solo. Necesitaba quitar ruido, encontrarme a mí mismo. Desde hace dos años vivo solo como una elección consciente. Fuera de ahí tengo una vida social amplia», explica este hombre de 48 años, educador de profesión e integrante de Piper Txuriak, grupo de hombres que trabaja por la igualdad. «Pienso que así puedo centrarme más en mis proyectos. Ocuparme más de lo mío y no de lo de otros».
Otra decisión que ha tomado Juan Manuel Feito es vivir «más integrado en la naturaleza» y lejos de entornos industriales. «Busco viviendas lejos de los núcleos poblacionales donde estar solo pero al mismo tiempo no sentirme solo. No todo el mundo vale para esto. La sociedad en la que vivimos lleva a que estemos rodeados de ruido, y no hablo de sonidos, sino de estar siempre ocupado y no tener un espacio para estar sin hacer nada o sin el móvil, que es un continuo estímulo. Quienes hemos tenido mucho contacto con lo urbano llega un momento en que no sabemos cómo estar solos», apunta.
Feito teme volverse «adicto a la soledad, donde me siento cómodo, cuando las relaciones me retan a romperla». Alguna vez echa en falta llegar a casa y tener a alguien. «Entonces me esmeraría más en cocinar. Si no, tiendo a descuidarme», comenta.
La gasteiztarra Fuensanta Hidalgo formó hace años un grupo de gente que no tiene a nadie. «Somos catorce o quince. Nos reunimos, un día vamos al cine, otro día a tomar un café, vamos al monte los domingos. Cuando estoy con ellos no me acuerdo de la soledad. Estamos muy bien, es una forma de salir de casa. Porque si no, no sales, siempre tienes que tener a alguien que te dé un empujoncito para salir, para que la soledad no sea tan sola».
A esta mujer le gustaría tener pareja. «¡Claro!». Pero lo ve «complicado una vez que te has hecho a desenvolverte sola». «Es muy difícil dejar cosas atrás. Tú no quieres dejar de hacer tus cosas, y la otra persona tampoco. Llega un momento en que renunciar a lo tuyo… Yo pienso que la soledad no se paga con nada. Entras y sales cuando quieres, no das explicaciones a nadie. Me marcho un fin de semana y no tengo que decir a nadie si voy o vengo. En cambio, si tienes una pareja ya estás más controlada, adiós libertad. Estás acompañada, sí, pero controlada. Porque con una pareja todo el día incordiando… Por eso muchas mujeres solas ya no queremos tener a nadie. Y luego el tema de los hijos, cualquiera no quiere una mujer que tenga hijos y nietos, como yo», señala.
Fuensanta opina que «nadie prefiere estar solo, pero hay que encontrar a la persona adecuada para convivir sin perder libertad». Ve asimismo que «ellos no se quieren atar y te quieren para un momento. Pues para eso estás sola».
Esta bilbaína lleva más de dos décadas divorciada. «Nos llevábamos muy bien, pero cuando las cosas se cruzaron, discutíamos todo el rato mientras los hijos estaban al lado y dije, esto no puede ser. Sólo me siento sola por la noche, pero es lo que toca. Algunas veces es más duro. Se me murió la hermana, el sobrino, he tenido momentos muy tristes, pero mire, hoy he pasado la mañana con mi hija y tengo un día de lo mejorcito. Y tengo dos nueras y un yerno con los que he tenido mucha suerte», reflexiona.
Mari Carmen vive sola desde hace 14 años cuando la última de sus tres hijos se casó. «Sola me arreglo mejor, lo prefiero. Te levantas, haces tus cosas, no tienes que lavar nada de nadie… Tengo amigas, estoy con mis hijos, mis nietos, normalmente salgo todas las tardes. Ahora que soy mayor el Ayuntamiento me ha puesto una chica que viene dos días por semana, hora y media, para las tareas de casa», comenta.
Mari Carmen Torca Diez dice, no obstante, que a sus hijos prefiere verlos compartiendo hogar con otra persona. «Calle, calle, solos no, me parece mejor que estén casados». «Lo que yo veo es que muchas mujeres quieren estar solas y ellos con compañías, pero ya la convivencia no se aguanta tanto como antes. ¿Antes, qué mujer trabajaba cuando contraía matrimonio? Pocas. Y ahora sí, y solas tienen más posibilidades de seguir adelante».
Este jubilado de Telefónica y padre de una mujer y un hombre ya independizados es viudo desde hace 16 años. «Mi mujer murió de cáncer de pecho. Se me fue una persona que era mi corazón, mi cuerpo, mi vida. Lo mío lo tenía ella y lo de ella lo tenía yo. Íbamos mucho de vacaciones. Pero tienes que hacerte a ello, había que seguir adelante. O te haces a vivir solo o sufres. No queda más que intentar saber lo que es la vida, mirar hacia el futuro recordando el pasado e intentar salvar cada día lo mejor posible».
El otro día conocí a una señora viuda, su nieto va con los míos al colegio, y me decía ‘ay qué sola estoy’. Ya ves la alegría que tengo yo, esa alegría es la que quiero que tú tengas, le suelo decir, y ya ahora que vamos a tomar un café una vez al mes o así por Bilbao, nada de ligues, sólo es un café, ya se ríe de vez en cuando».
Pedro Fernández se arregla bien en casa. «Yo he hecho la comida siempre, mi mujer venía de trabajar y tenía el plato en la mesa. Hoy tengo caldo de garbanzos y un solomillo de pavo que hago con un bote de melocotón, porque yo no como fuera nunca», indica. «¿Compras? Aquí, en la pescadería, en la carnicería…». «Y después de la siesta me voy adonde ‘los jubilados’. Pienso mucho, todos los días, el la pobre mujer que se ha ido, pero mi vida sigue, lo mío no se acaba. Cuando voy a mi pueblo, en León, ahí sí que me pega algo la soledad».