Vivir con ictus

Vivir con ictus

La mayoria de los pacientes que han sufrido un ictus, buscan soluciones para mejorar su calidad de vida, fundamentalmente porque terminan sufriendo alguna discapacidad que les impide valerse por si mismos.

Marta de Andrés

Isabel, enfermera en la UVI de un conocido hospital de cirugía cardiovascular de Barcelona, la vida le cambió en unos instantes. De un momento a otro, mientras cenaba tranquilamente con unos compañeros de trabajo, sufrió un ictus que le tuvo 14 días en la UVI. Hoy cuenta su historia de superación en el documental «Ictus, un terremoto emocional», en el que explica cómo continua la vida después de sufrir este duro golpe.
«Sentí un dolor intenso en la cabeza, se me paralizaron los miembros, no podía articular palabra y perdí el conocimiento. Me desperté 14 días después en una UVI en la que yo era la paciente. Me habían hecho una craneotomía, estaba hemipléjica y mi única sensación era un frío insoportable». Así describe Isabel Palomeque, enfermera de Barcelona el ataque cerebro-vascular, o ictus, cuando tenía 24 años. Ya han pasado siete años y, como ella dice, «el tiempo es una medicina potente. Desde la desesperación de mi primer encuentro con el espejo, he pasado a la lucha por hacerme un hueco en una sociedad que se resiste a admitir personas con discapacidad como un miembro más».

Sabe de lo que habla, pasó de ser una brillante enfermera con una carrera profesional por delante a, de la noche a la mañana, tener casi que reaprender a leer y a escribir. «No se daba un céntimo por mi vida los primeros días. Vivo, pero con secuelas difíciles de asimilar. Puedo desplazarme sin ayudas ortopédicas importantes. Uso un protector de esguinces. Eso me limita, sin duda, pero la afasia motora es terrible. Me cuesta mucho leer y escribir. He perdido la capacidad de hablar en inglés ó catalán.

Sin un «¿por qué?»

Isabel reconoce que ninguno de los especialistas a los que ha consultado desde entonces sabe con certeza porque le sucedió esto. «La teoría más repetida es que se supone que tenía una malformación congénita en los vasos sanguíneos de algún rincón de mi cerebro. Una bomba de relojería esperando actuar. Tardó 24 años, pero actuó. Puede decirse que, con ayuda de mi familia, hemos intentado probar todos los recursos de que somos conocedores para paliar los efectos del Ictus», explica. «Sin embargo, añade, las neuronas necrosadas son irremplazables. Es el origen de las secuelas que sufro. He probado todos los recursos para activar lo que llaman plasticidad neuronal: fisioterapia, hipoterapia, método Perfetti, medicina tradicional china, y un largo etcétera. Evidentemente combinado con medicación permanente de la mano del neurólogo. Tampoco se sabe qué es lo que va mejor. Todo tiene un mayor o menor sentido y todo coopera para lograr la mejor recuperación».

Lo que explica Isabel es una constante en la mayoría de los pacientes que han sufrido un ictus, en mayor o menos medida todos buscan soluciones para mejorar su calidad de vida combinando la medicina «tradicional» con otros métodos alternativos. Fundamentalmente porque el 40% de ellos termina sufriendo una discapacidad que le impedirá valerse por sí mismo.

En estos casos, la ayuda del entorno es fundamental. Isabel vive sola y, gracias a la Ley de Dependencia, tiene una persona que le ayuda con la limpieza de su casa. Pero reconoce que no sería nada sin su madre. «Ella me cubre allí donde no llego. También mi padre siempre tiene un hueco para ayudarme en muchas cosas. En cualquier caso donde encuentro también un apoyo de camaradería es en mis hermanos, sus amigos y algunas de mis antiguas amigas. Son los que me han devuelto la risa y casi me olvido de mi situación real cuando comparto con ellos confidencias en esas horas tan entrañables de los viernes noche y sábado».

El baile, su aliado

Y es que Isabel es un ejemplo excepcional de cómo seguir adelante, de cómo buscar la felicidad a pesar de la tragedia. Ella lo ha conseguido a través del baile, su gran afición, llegando a bailar hasta con el mismísimo Joaquín Cortés. «Siempre me gustó bailar. Creo que no soy la única mujer de mi edad que tiene este sentimiento. Nunca pensé en subir a un escenario. Mi profesión era (y es) enfermera. Sin embargo un día, por azar, contacté con un coreógrafo que se empeñó en que con mi medio cuerpo sano podía bailar e interpretar danza con ayuda de otros bailarines profesionales. Aprendí lo que se llama danza integrada y me sentí útil por primera vez desde mi lesión. A mi alrededor había alguien interesado por ver lo que yo hacía. Nunca agradeceré lo suficiente a Joaquín Cortés que me abriera esta ventana convenciendo a mi familia y a mí misma de mis posibilidades de desarrollar esta actividad», describe emocionada.

«Mi primera actuación fue en Danza Integrada Contemporánea. La obra se llamaba Vitriol con la compañía Alta Realitat. Un espectáculo rompedor y algo desgarrador con una interpretación preciosa de una canción de Frank Sinatra. Me metí de lleno en el tema. Luego han seguido otras actuaciones. En Madrid «In grave» con la compañía El Tinglao, baile flamenco con mi amigo y coreógrafo Pepe Galán, cooperación con una escuela de baile orientada a personas con síndrome de Down en Barcelona y lo que siga. Por mí, tengo cuerda para rato. Es un tema de largo recorrido y lo pienso apurar», explica.

http://www.abc.es/salud/pacientes/vivir-ictus-10605.html



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