04 Jul Vivir cien años: la revolución de la cuarta edad
Nunca habíamos estado tan cerca de prolongar la vida más allá de lo conocido ni nos habíamos enfrentado al reto de estructurar una sociedad que en gran parte ha traspasado la frontera de lo que, hasta ahora, llamábamos “vejez”.
GUILLERMO ARENAS
El ser humano está envejeciendo. Esta afirmación, que podría haberse escrito en cualquier época y seguir siendo cierta, nunca ha tenido tanto significado. Nuestra esperanza de vida se ha incrementado de manera espectacular en las últimas décadas, y va a seguir creciendo. Según un informe de la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), el 13% de la población europea tendrá 80 o más años en 2080, más del doble que hoy. Solo en España, las proyecciones son de que habrá un 32% de mayores de 65 en 2050. El futuro pasa en buena parte por las personas de mayor edad.
El concepto de vejez también está cambiando, y la perspectiva de un mundo en el que es común llegar a los 100 años ya no es una utopía. El INE (Instituto Nacional de Estadística) prevé que, de aquí a 2050, en nuestro país pasemos de 11.000 a 109.000 centenarios, con un aumento de la esperanza de vida de 2,5 años para las mujeres y 1,9 para los hombres. Alguno de esos sexagenarios, octogenarios o centenarios del futuro seremos nosotros mismos.
Las preguntas en este escenario se multiplican: ¿Estamos preparados a todos los niveles —médico, económico, social o tecnológico— para afrontar una sociedad en la que la media de población sea mucho mayor? ¿Qué debemos ajustar para que el sistema no se derrumbe? ¿Somos conscientes de cómo el envejecimiento puede cambiar nuestro mundo?
Bienvenida, cuarta edad
Las nuevas situaciones suelen requerir nuevas fórmulas de denominación, y un cambio tan profundo en nuestra manera de vivir no podía escapar a los neologismos. Desde hace tiempo, los sociólogos han introducido el término cuarta edad para referirse a los mayores de 80 años. El cambio ha empezado, incluso si no lo hemos advertido.
“El reto ya lo tenemos aquí, no hay que esperar”, explica el doctor Antoni Salvà, director de la Fundación Salut i Envelliment de la Universitat Autònoma de Barcelona. “Estamos en una media de 18,8% de personas mayores de 65 años y tenemos un índice de envejecimiento que es superior a uno. Es decir, que hay más personas mayores de 65 que menores de 15”. La misma opinión llega desde otros ámbitos. “Estamos convencidos, y hay datos científicos y estadísticos que lo demuestran, de que este es el mayor reto que afronta la sociedad del siglo XXI”, asegura Fernando Ariza, subdirector de la Mutualidad de Abogacía y coordinador de la Escuela de Pensamiento que su organismo ha puesto en marcha para afrontar esa otra expresión de nuevo cuño que es la economía del envejecimiento. “Este desafío es mucho mayor que el de la tecnología”, añade. “Las bases hay que ponerlas ya, porque si no nos va a atropellar”.
Esas bases son, necesariamente, transversales a todos los aspectos de la sociedad, aunque, sin duda, el primer pensamiento de muchos se inclina hacia lo económico. ¿Qué va a pasar con las pensiones? ¿Está en peligro el ya maltrecho Estado de bienestar? “Si la decisión es meter la cabeza debajo del ala, empezaremos a asumir que esto último puede ser así”, explica Pablo Antonio Muñoz Gallego, catedrático de comercialización e investigación de mercados de la Universidad de Salamanca. “Hay dos resortes que ayudan a compensar el impacto del envejecimiento: la mayor incorporación de las mujeres y de inmigrantes a la población activa, y la tecnología”, continúa Muñoz Gallego. “Es clave que las mujeres cuenten con facilidades para incorporarse al mercado de trabajo después de terminar sus estudios o cuando llegan los hijos. Las inversiones en tecnología no solo nos facilitan la vida en el día a día, sino también la mejora de la productividad en las empresas. Esta creación de riqueza ayudará a mantener un crecimiento también de la recaudación de impuestos y de las cotizaciones a la Seguridad Social, que a día de hoy son insuficientes y acaban engordando el déficit y la deuda de un país”.
Los ajustes a esta nueva realidad también podrían llegar a ese temido momento de aplazar la edad de jubilación. La clave, quizás, resida en encontrar fórmulas que se adapten tanto a las nuevas necesidades globales como a las de las personas individuales. “Por una parte, vivimos más años y nuestra capacidad laboral se mantiene durante más tiempo”, apunta Muñoz Gallego. “Por otra, podría seguir avanzándose en el sistema de jubilación flexible, para que se pueda mantener una actividad laboral y, a la vez, cobrar parcialmente una pensión”. La misma opinión es compartida por Enrique Gil Calvo, doctor en Sociología por la Universidad Complutense y autor del libro El poder gris: una nueva forma de entender la vejez. “Es imprescindible abolir la jubilación forzosa, sustituirla por una jubilación a la carta, con pensiones proporcionales a la duración de las carreras laborales, e incentivar fiscalmente la prolongación de la actividad económica hasta edades mucho más tardías que en la actualidad”, sostiene.
Vivir más, pero mejor
Una vez que hemos asumido que viviremos más y, probablemente, trabajemos más años, hay otros aspectos de igual importancia que debemos tener en cuenta. Porque permanecer más tiempo en este mundo no tiene por qué significar que vivamos mejor. “Con el aumento de la esperanza de vida hemos visto cómo, lógicamente, hay un aumento de la prevalencia de enfermedades crónicas”, explica Laura Fernández Maldonado, responsable del área de pacientes y ciudadanos de la Fundació Salut i Envelliment. Desde su organismo, ponen en marcha programas que “fomenten el autocuidado de las personas, para que tomen conciencia de la importancia de prevenir la aparición de estas enfermedades, sobre todo las que están muy vinculadas con los estilos de vida”.
Esta adaptación comienza, por tanto, por cada uno de nosotros. Prevenir las posibles enfermedades del futuro será más importante que nunca, pero algunos cambios saltan a la esfera de lo público. “Hay que intentar trasladar esa mentalidad preventiva a los sistemas sanitarios”, sostiene el doctor Salvà. “Las propuestas de la OMS de envejecimiento saludable van en la línea de defender que haya una integración de servicios sanitarios para hacer frente a este reto, pero no es suficiente. Lo que pueden hacer los gobiernos y las instituciones es darse cuenta de que todo el dinero que se invierte en actividades preventivas es dinero muy bien gastado, primero en el bienestar de las personas y, segundo, en hacer más sostenible el reto del envejecimiento”. Enrique Gil Calvo comparte esa misma advertencia, especialmente urgente si nos comparamos con otros territorios. “Los países nórdicos sí están respondiendo con suficiente antelación, de acuerdo a su tradición de Estados responsables, pero los anglosajones y latinos estamos infinitamente más retrasados”, señala. “El peor ejemplo es el caso español, que se niega a reformar su sistema de Seguridad Social, ya deficitario en la actualidad, pero que amenaza con quebrar cuando comiencen a jubilarse las abultadas cohortes nacidas con el baby boom de 1964 a 1974”.
La adaptación de las instituciones sanitarias, especialmente las dependientes del Estado, será una de las grandes pruebas a las que nos enfrentaremos. “El sistema actual es bueno para dar respuesta a enfermedades agudas, pero no tanto para hacer frente a personas con polipatologías o enfermedades mentales como el Alzheimer. Hay que darse cuenta de que hace falta un cambio en profundidad, organizarse de otra manera para encarar esta situación”, incide Salvà, que pone un ejemplo reciente de una medida mal resuelta.
“El sistema sanitario tiene que coordinarse con el sistema social, que ha vivido un punto de ilusión que se ha visto truncado con la Ley de Dependencia. Es un ejemplo de que se pueden hacer cosas muy interesantes, pero que se ha desarrollado de manera muy insuficiente porque desde el primer momento no se garantizó su financiación”, concluye.
La economía y la salud son los dos aspectos que nos vienen a la mente cuando pensamos en la vejez, pero no son ni mucho menos los únicos que sufrirán un cambio drástico en las próximas décadas, a medida que la tercera y la cuarta edad vayan ganando espacio en los gráficos de población. “Esto va a mover muchos cimientos de la sociedad, no solo el económico”, advierte Fernando Ariza. “Hay muchas cuestiones éticas, riesgo de exclusión social, riesgo de pobreza energética…”. Se impone, por tanto, cuestionarse el propio concepto de vejez y, sobre todo, el papel que van a desempeñar los mayores en una sociedad cada vez más obsesionada con la juventud eterna, aunque sea a través de un filtro de Instagram.
Formados y reivindicativos
¿Se seguirá menospreciando a los ancianos —el llamado edadismo— dando por hecho que su aportación al conjunto de nuestra sociedad es más limitada? Gil Calvo recuerda la teoría que ya expuso en El cerebro gris: “Esta tendencia no se reducirá, sino que se agravará. Sin embargo, los nuevos mayores, mucho más formados y con mayor experiencia asociativa, no se dejarán discriminar pasivamente. Por el contrario, reivindicarán sus derechos a la igualdad con mucha mayor combatividad. Sobre todo su mitad femenina, que ya dispondrá de una larga trayectoria laboral y profesional, por lo que será capaz de liderar las reivindicaciones feministas de la tercera y cuarta edad”.
Efectivamente, los mayores del mañana habrán tenido acceso a una mejor formación que los de la actualidad. Por ejemplo, en el manejo de la tecnología, algo que debería reducir la brecha generacional. “Hemos observado que las personas mayores que utilizan internet tienen más satisfacción con la vida, seguramente porque aumentan su disfrute, al igual que ocurre con viajar, pasar horas con amigos o conocidos, o participar en organizaciones sociales”, señala Pablo Antonio Muñoz Gallego remitiéndose al trabajo sobre economía del envejecimiento que realizó desde la Universidad de Salamanca.
Esta mayor implantación de la tecnología en los sectores de edad avanzada todavía tiene que equipararse al de otros países: “El uso de internet por personas de 65 a 74 años de Noruega, Holanda o Dinamarca es casi el triple del de España, aunque estoy seguro de que este diferencial se reducirá rápidamente”, indica Muñoz Gallego. Y tendrá también efectos beneficiosos para esos dos ejes citados anteriormente: la salud y la economía.
Economía del envejecimiento
“Nosotros vemos la tecnología como un medio más para llegar a la población”, explica Laura Fernández Maldonado, que pone un ejemplo real. “Nestore es un proyecto en el que hemos trabajado y que ofrece un acompañamiento, un entrenamiento virtual con un agente que te brinda consejos que se adapten a tu persona, que estén de acuerdo con tus intereses”. Este asistente personal, similar a Siri o Alexa, busca salvar la frialdad de lo tecnológico gracias a recomendaciones personalizadas. “Si no tienes suficiente actividad física, Nestore te dice lo que caminas, te pone una meta y te sugiere, por ejemplo, ir a la biblioteca si te gusta leer. Incentiva a la persona en base a sus propios intereses”, relata Laura Fernández Maldonado.
El término economía del envejecimiento se ha añadido ya a las conversaciones del sector empresarial, y muchos lo han subrayado en rojo. “Existe un estudio de la Comisión Europea sobre el envejecimiento que señala que el 30% del PIB que se genera en la UE está vinculado de alguna forma a la economía del envejecimiento: productos, servicios a la tercera edad, ocio…”, apunta Fernando Ariza. De cómo y cuánto consuma este sector de la población va a depender buena parte de la economía.
También, de cómo se adapten distintas industrias a sus necesidades. “Turismo, viajes y servicios de ocio son áreas de negocio que seguirán creciendo”, señala Muñoz Gallego. “En general, lo que crece es la demanda de bienes y servicios pensados para la tercera edad. Ahí podemos incluir seguros, residencias, asistencia sanitaria, domótica…”.
Pero en este aspecto también va a cambiar la perspectiva social sobre la vejez, esa que relega a la tercera y a la cuarta edad a áreas de pasividad y de dependencia. “Las nuevas personas mayores serán mucho más reivindicativas, sabrán inventarse nuevas formas de hacerse valer y de hacerse respetar”, remarca Enrique Gil Calvo.
Todos estos cambios —sociales, económicos, sanitarios y éticos— los veremos a escala global, pero quizás sea necesario construirlos desde la percepción personal. Y ese principio está fuera de las concepciones específicas de cada época. Simone de Beauvoir lo resumía así en su libro La vejez, publicado en 1970: “En el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja”.
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