Virginia: «Es frustrante no llegar a todo: cuidar a mis hijos, mi casa y a mi suegro con Alzheimer».

Virginia: «Es frustrante no llegar a todo: cuidar a mis hijos, mi casa y a mi suegro con Alzheimer».

Esta mujer dejó su trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a sus hijos y su suegro con Alzheimer durante 8 años. Hoy, esta enfermedad en avanzado estado no le da tregua y demanda más ayudas económicas para cuidar de los seres queridos en casa con ayuda profesional.

Laura Peraita

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Virginia vivía felizmente casada con su marido y dos hijos hasta que comenzó a preocuparse por los cada vez más numerosos despistes de su suegro, que vivía solo desde que quedó viudo. «Decidimos que viniera a vivir a casa con nosotros hace ya 8 años. Desde entonces dejé de trabajar para ocuparme de él y convertirme en su apoyo, su enfermera, su taxista para llevarle a citas médicas, talleres para contener al máximo su Alzheimer y que le afectara más lentamente a su estado físico, motriz, psicológico y emocional».

Cuando Virginia se quedó embarazada de su tercera hija, ya el médico le avisó «en tu estado, ¿sabes la que te viene encima con un enfermo de alzheimer?». «Fue así como me puso sobre la pista del avance de la enfermedad porque hasta entonces no sabíamos lo que nos deparaba, solo éramos testigos de que a mi suegro se le olvidaban cosas. Y, efectivamente, se convirtió en una situación incompatible».

Virginia recuerda con tristeza que desde entonces ella no ha tenido tiempo ni para mirarse al espejo. «La enfermedad de mi suegro es muy cruel y ahora hay muchas cosas que él ya no puede hacer. Hay que supervisarle las 24 horas del día. Ya no duerme de noche. He pasado dos años durmiendo en un sofá para vigilar si hacía algo que fuera peligroso. No entiende lo que le pasa aunque tratemos de explicárselo mil veces cada día. Acepté cuidarle porque pensé que era yo la única que me sacrificaría y porque considero que es muy importante que mis tres hijos tengan la figura de su único abuelo cerca. Me doy cuenta que nos ha afectado a todos».

Su hija pequeña de 7 años ha tenido que decir que ‘no’ a fiestas con amiguitos porque Virginia no podía llevarla y dejar al abuelo solo. «Tampoco podemos ir a comer todos juntos a un restaurante porque mi suegro se pone nervioso, no sabe dónde está, se desorienta, no sigue las conversaciones, no controla esfínteres, se quiere ir… En los planes familiares siempre falta uno, el que cuida al abuelo. Es más, mi hija de 17 se encarga a veces de él, cuando tendría que estar muy centrada en sus estudios para la Universidad».

Reconoce que por la ley de Dependencia han logrado una ayuda de una persona dos horas y diez minutos diarios de lunes a viernes. «Es ridículo. Muy insuficiente. No se ajusta a lo que necesita y ni siquiera cubre los fines de semanas ni festivos. No nos soluciona nada. Hemos solicitado revisión y, si nos la conceden, la ayuda sería de 4 horas y puede que tarde hasta más de un año en llegar», lamenta esta mujer.

Confiesa que está muy cansada y estresada porque duerme mal y siempre está en tensión por si hace bien las cosas ante una enfermedad que cada día presenta nuevos retos y que es aún muy desconocida.

Llegó un momento en que Virginia decidió pedir ayuda profesional. «Son entre 10 y 12 euros la hora. Una barbaridad para muchas familias, pero necesitábamos alguien profesional que nos diera seguridad en los cuidados y que tuviera las herramientas para reforzar lo que el alzheimer va arrebatando a mi suegro. No queríamos alguien que solo cubra sus necesidades básicas de limpieza y alimentación. Estos pacientes necesitan mucho más y deben tener atendidas sus demandas físicas, psicológicas y emocionales porque llega un momento en que hacen y dicen cosas que no se comprenden, sin sentido aparente, y no se les puede tratar a gritos ni pensar que lo hacen para fastidiar, hasta que llega un momento en que pierden incluso el habla. Yo lo que necesito es verle feliz, en calma. Y así todos estamos también en calma».

La falta de ayudas económicas por parte del Gobierno ha llevado a Virginia, como a miles de familias, a plantearse no atender a su suegro en casa. «Me produce un dolor enorme, una gran impotencia y frustración sentir que no puedo con todo, que no llego a cuidar a mis hijos, mi casa y mi suegro que necesita ayuda profesional porque es lo mejor para él. La idea de llevarle a una residencia me tortura mientras nadie nos ayude a cuidar en casa a nuestro ser queridos ni nos permita que un abuelo esté con sus nietos».

 



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