23 Ene Vestirse con un “traje de la vejez” para entender mejor a las personas mayores.
Un grupo de estudiantes de la Universidad de Granada se ponen un equipamiento que provoca en el usuario las limitaciones físicas y sensoriales susceptibles de ser padecidas a partir de los 85 años.
Javier Arroyo
La impaciencia, o el desconocimiento, nos puede llevar a pensar que cuando una persona mayor tarda varios minutos en sentarse, en acercarse o en coger alguna cosa de la balda superior de una estantería es porque tiene algún empeño en no darse prisa y en tenernos esperando. Es evidente que ellos y ellas, las personas mayores de 80 u 85 años, por poner un límite, ni disfrutan de ello ni lo hacen a propósito. Y para demostrarlo empíricamente, existe un traje que permite desmentir esa teoría, fruto solo de la prisa e ignorancia de los más jóvenes. Los estudiantes del Máster de Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores de la Universidad de Granada (UGR) visten ese traje en cada edición para romper cualquier tentación de prejuicio.
Andrea Lucena Perea y Yipsy Pérez Torres, ambas de 26 años, cursan el máster este año y ambas han vestido el llamado “traje de la vejez”. Es un equipamiento compuesto de gafas, chaleco, guantes, zapatos, rodilleras, coderas, etc., oportunamente tecnologizadas para provocar en el usuario las limitaciones físicas y sensoriales susceptibles de ser padecidas por las personas “de 85 años en adelante, que es cuando realmente puede comenzar el deterioro más severo en los mayores”, explica Laura Rubio, profesora de Psicología del envejecimiento de la Facultad de Psicología de la UGR y de este máster.
Andrea, trabajadora social que ya ha ejercido, se pone las gafas que simulan tener una visión tras un desprendimiento de retina, los auriculares que le provocan acúfenos, el chaleco que le genera sobrepeso y las rodilleras y coderas que le dan artrosis y limitaciones de movimiento. Su primera sensación al pasar de 26 a 90 años es “angustiosa”: “No te puedes mover como quieres. Quiero ir más rápido, pero no puedo”, asegura.
Para Yipsy Pérez, alumna del máster y médica, que también se ha echado encima 65 años de más en dos minutos, la sensación es la de “sentirse atrapada, un agobio”. “Por mi profesión”, cuenta Pérez, “trabajo con gente mayor y la tratas con empatía y procuras ponerte en su piel, pero al ponerme el traje, entiendo su sensación y estoy segura de que las atenderé mejor aún”. Coincide Lucena: “Sabemos en lo que trabajamos y tenemos sensibilidad, pero este traje nos la dará aún más”.
Esa era la idea de José Luis Cabezas, profesor del departamento de Psicología Evolutiva y de la UGR y del máster que, junto a catedrático Juan Antonio Maldonado Molina, compraron hace un par de años este traje de la vejez. “Se trataba de ponernos en los zapatos de las personas mayores”, dice Cabezas, que descubrió este traje en Alemania y lo compró para sustituir lo que él hacía antes con métodos artesanales a partir de bolsas con pesos, gafas oscuras y otros elementos.
Se trata de que “quienes van a trabajar con personas mayores entiendan que no es que quieran llamar la atención, sino que es su realidad 24 horas al día”. De hecho, el único objetivo de los fabricantes de este traje es ese, la simulación del envejecimiento. Y esta vestimenta, explica Cabezas, solo facilita una sensación del estado físico. Quienes atienden a los mayores deben tener en cuenta también el estado psicológico —atacado por la frecuente pérdida de memoria, pérdida de círculo social, etc.— , algo que por ahora quienes trabajan con mayores solo pueden imaginar.
En España había a 31 de diciembre de 2021, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 9,3 millones de personas mayores de 65 años. De ahí hasta los 85, detalla Laura Rubio, una mayoría de personas mantiene un estilo de vida aún bueno. “Es a partir de los 85 cuando pueden comenzar problemas más severos derivados de enfermedades y problemas físicos”, asegura. España tiene 1,56 millones de personas con más de 85 años, de los que 18.020 superaban los 100 a principios de este año. Y eso porque “este es uno de los países con mayor cantidad de personas centenarias del mundo”, dice Rubio.
El problema de las personas mayores, explica, llega con frecuencia desde fuera: la sociedad, “que solo considera útil lo productivo”, percibe a estas personas como improductivas y, encima, como consumidoras de recursos del estado. Eso, de tanto insistir, “se lo llegan a creer los mayores hasta el punto de preguntarse para qué sirven, para qué se levantan cada mañana”. Esos problemas de percepción ajena y los de su salud son los mayores peligros para las personas de edad avanzada. Rubio concluye: “Démosles apoyo y ofrezcámosles oportunidades para seguir participando en la vida social”.
Con la vejez no atinamos. Igual que —a veces— pensamos que los mayores van lentos porque quieren, también creemos que la vejez es un periodo triste de la vida. Y, en general, es todo lo contrario, explica Laura Rubio. “Hace 30 años que años está descrito un fenómeno que se ha llamado la paradoja de la vejez. Es un hecho que las personas mayores, más que en cualquier otro grupo de edad, experimentan cada día con más frecuencia emociones positivas y cada vez menos negativas. Es decir, que con la vejez eres más feliz que si eres joven”, concluye.