Ver envejecer a los padres, cuando los sentimientos se ocultan.

Ver envejecer a los padres, cuando los sentimientos se ocultan.

Rabia, pena, tristeza, incertidumbre, miedo… La fragilidad de los progenitores se vive con temor por percibir el final.

Laura Peraita

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Ver cómo nuestros padres se hacen mayores es un acto tan natural como la vida misma. Sin embargo, percibir esas primeras señales como hijos es un proceso complicado de asumir en las mayoría de los casos por la ingente cantidad de sentimientos que genera este hecho. Por muy adultos que sean los hijos, los padres siempre son los padres, esas figuras fuertes que están disponibles cada vez que surge un problema. Por eso, ver tambalear ese pilar tan importante y ser testigos de la pérdida de autonomía de quienes siempre han sido un referente y apoyo, puede resultar muy doloroso.

Según José Carlos Bermejo, director general del Centro de Humanización de la Salud, «nos sorprende la llegada de la torpeza física y psicológica. Nos duele también, y mucho, la primera vez que aceptamos que nuestro padre o madre no se acuerda de algo que le hemos dicho recientemente o cuando no sabe (¡y entonces sí que es un drama!) que soy su hijo. Más difícil se presenta cuando hay que poner ciertos límites como reducir la libertad en las salidas o en el manejo del dinero».

Vulnerabilidad, incertidumbre, pena, tristeza, amenaza, rabia, indefensión… son algunos de los sentimientos que invaden a los hijos ante esta realidad. Y también soledad. Soledad, según apuntan los expertos, porque es un sentir que pocas veces se exterioriza. «Se oculta –puntualiza Javier Yanguas, Doctor en Psicología y director científico del Programa de Mayores de Fundación «la Caixa», -porque parece que todos queremos demostrar que tenemos una buena vida y por eso da reparo expresar que nos sentimos mal por este asunto, lo que nos lleva a estar más solos en nuestro dolor. Pero hay que decirlo, y normalizarlo, por una razón muy sencilla: es parte de la vida».

En este sentido, Aurelio López-Barajas, CEO de Supercuidadores, añade que este envejecimiento debería estar más aceptado socialmente para que no sea tan doloroso. «Pero no se visibiliza. Sigue siendo tabú. Es más, no paramos de ver campañas para retrasar el envejecimiento que, aunque esté centrado en temas más bien estéticos, no deja de ser una forma de no afrontar este proceso del final de la vida, de tal manera que cuando llega, lo tememos. Visibilizar este deterioro en el aspecto físico, psicológico y emocional y sentir dolor, tristeza y rabia por ello es normal porque les queremos y es darnos cuenta de que estamos más cerca de un final que supone una separación física».

José Carlos Bermejo reconoce que tenemos que asumir que en el proceso educativo no nos han transmitido suficientemente la actitud de aceptación de la fragilidad y la vulnerabilidad. «No nos han enseñado tanto a ‘integrar la sombra’ y hemos de reconocer que no estamos tan preparados para el reconocimiento de las implicaciones de la vulnerabilidad cuando se convierte en fragilidad. Una cierta negación personal y colectiva nos mantiene en un espacio de confort defensivo y quién sabe si adaptativo».

Destaca, además, que la exaltación o hipertrofia de la autonomía, propia de los tiempos que corren, es menos humanizadora que la conciencia de la interdependencia y la consiguiente actitud de humildad. «Y la verdad es que la sorpresa ante el envejecimiento de los padres no es algo que solo pase a los demás, que nuestros conocidos nos cuenten. Lo tenemos servido todos en el menú de la evolución de nuestras vidas. Educar a la frustración (inteligencia emocional), verbalizar el dolor de las pérdidas (duelo), no permitir la negación de la vulnerabilidad, reconocer la necesidad de ayuda en la fragilidad (lo mismo en la última fase de la vida que en la primera), enseñar a cuidar en la dependencia, investigar los procesos de envejecimiento desde las ciencias humanas, son caminos para humanizar provocando la aceptación de que nuestros padres también envejecen y eso nos duele».

Cuando la adaptación a la vejez es tranquila -sin enfermedades o incapacidad física de por medio- es más fácil de asimilar por los hijos, según matiza Yanguas, «porque los padres siguen ocupando el centro de gravedad de la organización familiar, de las reuniones en su casa como lugar de encuentro, de la transmisión de valores… En este caso, los hijos pasan por un periodo de ajuste más tranquilo, aunque en el momento en que se percatan de verdad del envejecimiento real de sus progenitores todo cambia: se dan cuenta de que ellos como padres también se están haciendo mayores e, incluso, miran a sus hijos de forma diferente».

Diferentes situaciones de partida

En el caso de que los padres sufran una situación de dependencia en esta etapa «los hijos se adentran en las tinieblas de los cuidados y deben montar un número circense para ocuparse de los padres enfermos, de la pareja, del trabajo, de la casa y de los hijos que, por lo general, por si fuera poco, suele coincidir que están en la adolescencia -señala javier Yanguas-. Al final nace un sentimiento de agobio, estrés y culpabilidad por pensar que no se atiende bien ni a los mayores ni a los hijos. Inevitablemente es un momento de gran complejidad emocional», confiesa Javier Yanguas.

Aurelio López-Bajaras asegura que cuando nos invade la pena de ver a nuestro mayores envejecer, debemos dar la vuelta a estos sentimientos. «Hay que pensar en lo realmente afortunados que somos por no haberles perdido en el camino de la vida. Es una gran suerte tenerles a nuestro lado, compartir momentos y que nos transmitan experiencias, aunque ya no sea de la misma manera que cuando eran más jóvenes».

Añade que debemos asumir la evolución natural del ser humano y, del mismo modo, «aprender a morir y preparar ese momento con grandes cuidados hacia nuestros mayores con grandes dosis de cariño, comprensión y paciencia. No se trata tanto de añadir años a la vida, sino vida a los años, que el tiempo que podamos compartir con ellos sea lo más gratificante posible».

Pasos para una adecuada transición

A pesar de la dureza de asumir un cambio de etapa en los padres, los expertos recomiendan pensar en la fortuna de poder acompañarles en esta etapa de la vida y ser testigos de su evolución porque hay personas que pierden a sus progenitores antes de que les corresponda por edad.

Compromiso e implicación

No eludir responsabilidades en el cuidado de los padres, comprometerse e implicarse, permitirá a los hijos enterarse de verdad ‘de qué va la vida’, sentir la satisfacción de una labor bien hecha y no lamentarse por sentimientos de culpabilidad por los que se podía haber hecho por los padres y no se hizo.

Ponerse las pilas con la vida

Los especialistas en el tema apuntan que percibir el envejecimiento de los padres es darse cuenta de que la vida es finita y, por eso, es un momento ideal para reflexionar lo que se ha hecho y lo que no en los años vividos para vivir ahora con mayor intensidad.

Acercamiento familiar

El cuidado de los padres debe asumirse con mucha entrega por parte de todos los hijos para que no se creen diferencias ni disputas. Si se hace de manera organizada puede ser una buena ocasión para unir más a la familia.

Expresarse y saber pedir ayuda

El dolor, la rabia, la pena, la incertidumbre… que genera que un ser querido entre en esta fase final de la vida debe ser expresado con personas del entorno como un sentimiento más, a pesar de que aún sea un tema tabú. Hacerlo normaliza este sentir generalizado y facilita la solicitud de ayuda a los demás o a los profesionales.