Una vida poco saludable encoge el cerebro

Una vida poco saludable encoge el cerebro

* Los malos hábitos incrementan el riesgo de demencia
* Las medidas preventivas a partir de los 50 reducen el peligro

María Sánchez-Monge | Madrid

Hace poco nos enteramos de que el cerebro humano es el único que pierde volumen con los años. Otros primates no sufren este efecto, pero proporcionalmente viven bastante menos que nosotros. Puede ser que el tributo por tener una vida más larga sea que nuestro órgano pensante encoja y padezcamos enfermedades neurodegenerativas. Es nuestro destino y no lo podemos modificar… o tal vez sí. Un nuevo estudio revela que ciertos cambios cerebrales asociados a la demencia se producen con más frecuencia en las personas que fuman, tienen hipertensión arterial, son obesas o sufren diabetes. Estos factores de riesgo pueden controlarse y, con ello, reducir el riesgo de males como el Alzheimer.

Todos esos hábitos y patologías dañan los vasos sanguíneos, produciendo lo que se conoce como enfermedad vascular. Ésta es la causante de los infartos de miocardio y los accidentes cerebrovasculares, pero también está muy relacionada con el deterioro de las funciones cerebrales que conducen a la demencia. Así lo han demostrado diversos estudios. El último de ellos, publicado en la revista ‘Neurology’, aporta datos clave sobre cómo evoluciona el cerebro de los individuos de mediana edad según el tipo de vida que lleven y las patologías que padezcan.

Un equipo de investigadores liderados por Charles DeCarli, de la Universidad de California (EEUU), estudió a más de 1.300 personas sin demencia cuya edad media rondaba la cincuentena. Se evaluaron los factores de riesgo de todos estos individuos y se les hicieron escáneres cerebrales mediante resonancia magnética. También se les realizaron test para analizar sus funciones cognitivas.

Transcurrida una década, se observó que las personas con factores de riesgo vasculares presentaban una pérdida de volumen cerebral general más acusada, así como una reducción de la zona del hipocampo, que es la más susceptible al Alzheimer. Además, se apreció un aumento de las lesiones de la denominada sustancia blanca, que también pueden ser indicativas de deterioro cognitivo. En las pruebas de habilidades cognitivas se observaron problemas en cuestiones como la toma de decisiones.

Curiosamente, no todos los factores producían el mismo efecto. Mientras que la hipertensión arterial estaba más relacionada con las lesiones de la sustancia blanca, la diabetes y el tabaquismo iban asociados a una mayor pérdida de volumen en el hipocampo. Finalmente, los obesos presentaban una reducción del tamaño del cerebro en su conjunto. Se trata, no obstante, de matices. Lo fundamental es que todos estos signos de una vida poco sana acababan dejando una huella potencialmente dañina.

Estudios como este alientan la posibilidad de prevenir la enfermedad de Alzheimer. «Empezamos a tener datos fehacientes de que un cambio de hábitos de vida a partir de los 50 años puede reducir el riesgo de padecer demencia a los 70», asevera Pablo Martínez-Lage, coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología. Esa apuesta por la salud neurológica se traduce, en la práctica, en los mismos consejos que se dan para evitar los infartos de miocardio o los ictus: dejar de fumar, evitar exceso de peso con una dieta equilibrada y ejercicio físico…

Esto no significa que una persona que siga a rajatabla esas recomendaciones se vaya a librar definitivamente del Alzheimer. El desarrollo de la enfermedad depende de más factores. Pero la adopción de hábitos saludables puede ayudar a los sujetos más predispuestos a padecerla a compensar el daño cerebral que produce y frenar o retrasar su aparición.

Martínez-Lage precisa que aún no se conocen bien los mecanismos por los que peligros como el tabaco o la obesidad provocan neurodegeneración. Mientras que los problemas cardio y cerebrovasculares se producen por roturas u obstrucciones de los vasos sanguíneos, las demencias se generan por procesos más sutiles. «Es un daño que se detecta más a nivel celular y a lo largo de mucho tiempo», señala el neurólogo. «Lo que ocurre es que los vasos pequeños del cerebro dejan pasar la sangre, pero no cumplen adecuadamente la función de llevar oxígeno y nutrientes a las células nerviosas», añade. El resultado final es la muerte neuronal.

http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/08/01/neurociencia/1312220820.html