01 May Teatro para combatir la violencia machista entre adolescentes.
Una asociación con psicólogos, pedagogos y actores busca enseñar herramientas en las aulas para crear relaciones de pareja basadas en el respeto, la confianza y la igualdad.
Cristina Saldaña
Dos adolescentes se preparan para una primera cita. Delante del espejo surgen las primeras dudas. “¿Si hoy me acuesto con él, pensará que lo hago con todos? Y si no, ¿pensará que soy una frígida?”, se pregunta ella. En cambio, él: “Bueno, todavía no estoy seguro de si me apetecerá hacerlo, pero, ¿qué van a pensar de mí si ella quiere y al final no ocurre nada?”. Los alumnos que presencian el diálogo en una de las clases del instituto público Juana de Castilla, en Madrid, estallan en carcajadas. La obra les atrapa porque se sienten identificados con esas inseguridades antes de un primer encuentro. Este método conjuga la interpretación y la psicología para sensibilizar a los más jóvenes sobre la violencia machista y darles herramientas para construir relaciones de pareja sanas.
La obra continúa y los personajes, Ali y Edu, interpretados por los actores Ana Viguera y Agustín Sasián, comienzan una relación y aparecen las primeras discusiones. Son integrantes de la asociación Teatro que Cura, formada por psicólogos, pedagogos y actores, que llevan esta experiencia a las aulas desde 2017. Los chavales siguen la obra con expectación, en una función programada el pasado diciembre. Desde entonces, la respuesta ha sido tan positiva que han ampliado la temática de sus obras para tratar también el acoso escolar por petición de los centros. Cerca de 5.000 estudiantes de institutos de Madrid han asistido ya a sus representaciones.
Todos en la sala intuyen que en algún momento surgirá la violencia física, pero la que cuesta más ver es la que aparece antes, la psicológica, como el control derivado de los celos. Poco a poco las risas se apagan. “El novio le ha hecho el lío para que haga lo que él quiere. La está manipulando para que vaya a la fiesta”, comenta uno de los chicos. La psicóloga, Susana Martín Cuezva, interviene en la escena, atenta a la reacción. “¿Alguien se siente igual?”, pregunta. No emplea el verbo sentir al azar. “A veces damos más importancia a lo que pensamos que a lo que sentimos y por eso a los jóvenes les cuesta mucho identificar sus emociones”.
La terapeuta elige entre las manos levantadas. “¿Tú cómo habrías actuado?” El personaje Edu intenta convencer a una alumna para que cancele sus planes como si se tratara de la coprotagonista, Ali. Al principio esta se mantiene firme, pero termina por ceder. “Al inicio el grupo aparece como observador, pero luego se les coloca en el lugar de los protagonistas y se les enseñan formas de resolver el conflicto”, explica Martín Cuezva. Y añade: “La idea es que puedan reflexionar en conjunto, escuchen y compartan sus ideas. El objetivo es que aprendan a crear vínculos basados en el respeto, la confianza y en la igualdad, y no en el machismo o el sometimiento, así como a detectar comportamientos nocivos”.
Casi la mitad de los adolescentes (48%) nunca ha recibido en la escuela educación afectivo sexual. Son datos del estudio La situación de la violencia contra las mujeres en la adolescencia en España, impulsado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. En él se indica que trabajar este tema desde una perspectiva igualitaria reduce el riesgo de ejercer violencia machista en los chicos y de sufrirla en las chicas. En 2019, los menores juzgados por este delito fueron 312, un 25% más que el año anterior, según datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial. Desde que se iniciaron las estadísticas en 2003, 1.083 mujeres han sido asesinadas en España por sus parejas o exparejas.
“Si no me enseñas el móvil significa que algo tendrás que ocultar”, acusa Ali a Edu. La escena termina con el teléfono aplastado contra el suelo. Uno de los adolescentes de la segunda fila se endereza de golpe. Es el elegido para salir al escenario y expresar cómo habría actuado en esa situación. “No enseñarte mi móvil no significa que te quiera menos. A mí también me da miedo que estés hablando con otras personas, pero para que funcione debemos confiar el uno en el otro”, dice el chico. Sincerarse con la otra persona para poner sobre la mesa las inseguridades de uno mismo es todo un acto de coraje. La psicóloga les muestra así que la comunicación es una salida a los conflictos. Incluso las profesoras sentadas al fondo cuchichean sobre el tema. Más tarde admiten haber visto situaciones similares en su entorno o en ellas mismas hace no mucho.
Conforme la trama avanza, las tensiones de la pareja se van acumulando hasta que al final estallan. Ali decide ponerle fin a la relación con Edu. “Mis padres creen que esto no es normal. Me han aconsejado denunciar”, dice la protagonista. La psicóloga incide en lo ciego que está alguien envuelto en la violencia de una relación desigual, pero va más allá: “No debemos quedarnos en el bueno o el malo. Mejor no hablar de culpables, sino de personas responsables de sus actos porque transmite capacidad para evolucionar. Tanto Ali como Edu necesitan ayuda porque no han aprendido otra forma de relacionarse en el amor”. Entre las lecciones que quieren transmitir están aprender a valorarse a uno mismo, el respeto mutuo o el autocontrol. Aún hay espacio para una moraleja. Si no hay conciencia, se repetirá una y otra vez.