16 Dic Sobreprotección, miedo, manipulación y otros rasgos tóxicos de los padres que marcan a los hijos.
Si bien es cierto que todos los padres creemos que hacemos lo que más les conviene a nuestros hijos, existen ciertos momentos en los que, sin darnos cuenta, estamos llevando a cabo ciertos comportamientos que no son del todo convenientes para ellos.
Rosa María Portero Ruiz
Algunas señales pueden alertarnos sobre este hecho. Son indicios que suelen concretarse en cambios (progresivos o abruptos) en el comportamiento y en su actitud:
– Actitud hostil hacia los padres, o bien búsqueda excesiva de aprobación.
– Introversión.
– Aparición de mentiras y conductas disruptivas.
– Empeoramiento del rendimiento académico.
– Incumplimiento y demora en el seguimiento de órdenes.
– Mayor dependencia hacia las figuras de referencia.
– Aparición de miedos no evolutivos.
– Aumento o disminución de conductas de afecto que no son debidos al cambio de etapa evolutiva.
– Verbalizaciones de baja autoestima.
– Llamadas de atención y victimización.
– Insatisfacción con los logros conseguidos, autocrítica excesiva e inconformismo injustificado.
– Radicalización en las opiniones.
LAS ‘PEORES’ COSAS QUE PODEMOS HACER A NUESTROS HIJOS
Es difícil delimitar cuales son las peores cosas que podemos hacerle a nuestros hijos, pero aquí destacamos algunos ejemplos:
– Transmitirles nuestros miedos e inseguridades. Los niños miedosos tienden a desarrollar inseguridad y, por ende, baja autoestima puesto que se perciben como incapaces de enfrentarse a situaciones complicadas.
– Compararlos con sus hermanos o iguales. Cuando hacemos esto, el mensaje que les estamos transmitiendo es «preferiría que fueras de otra forma y, en este caso, te parecieras a…». Es decir, sentirán rechazo por parte de sus padres y, en consecuencia, inseguridad en ellos mismos. Además, pueden sentir presión por parecerse a otras personas y, frustración en los casos en los que no lo consigan.
– Sobreprotegerlos.
– No dialogar con ellos. Es importante que, independientemente de la edad de nuestros hijos, establezcamos con ellos una comunicación eficaz, en la que sepamos explicar, y ellos entender, el porqué de nuestras actitudes con ellos, ya sea de castigo o de felicitación. Es importante evitar frases como: «porque lo digo yo».
– Incumplimiento de promesas. Es relevante cumplir las cosas que les prometemos a nuestros hijos y ser constantes en este aspecto, puesto que de ser al contrario, les generaremos desconfianza en nosotros.
– Utilización de chantaje emocional. La manera en la que nos relacionamos con nuestros hijos sienta bases para la manera en la que se relacionarán ellos en un futuro con otras personas. De esta forma, si nosotros establecemos un patrón de chantaje emocional para conseguir objetivos, en un futuro ellos actuarán de la misma forma con otras personas.
– Invalidar emociones. No existen emociones buenas o malas, todas son necesarias y hay que darles su espacio para que los niños no sientan rechazo ni vergüenza hacia ninguna de ellas.
– No poner límites. Es crucial que nuestros hijos tengan límites, entre otras cosas para sentirse protegidos y para adaptarse al mundo que les rodea. De lo contrario, no sabrán diferenciar lo que está bien de lo que está mal.
– Volcar sobre nuestros hijos las expectativas que tenemos hacia ellos, sin que sean compartidas.
– Hacer de nuestros hijos una prolongación de nuestro «YO».
– Responsabilizarlos de cosas para las que no tienen edad suficiente.
– Lanzarles mensajes contradictorios por parte de los padres. La ausencia de un criterio común hace que los padres se desautoricen entre ellos y el niño carecerá de un referente claro al que hacerle caso.
– Ausencia de continuidad (en la aplicación de castigos, por ejemplo). Un error común es aplicar ciertas normas y límites en determinadas situaciones, y, posteriormente, no aplicarlas en las mismas situaciones en las que previamente si lo hicimos. Esto genera confusión en el menor.
¿CÓMO EVITAR CONTAGIAR NUESTROS MIEDOS?
Los padres son las principales figuras de referencia para sus hijos y, por ello, las personas de las que aprenden. Son su ejemplo a seguir y de quienes absorben todo tipo de información, hacia el sentido más positivo, pero también hacia el negativo.
Para evitar transmitirles a nuestros hijos nuestros miedos e inseguridades, resultan relevantes varios aspectos:
– En primer lugar, es necesario identificarlos. Parece algo evidente, pero a veces no somos conscientes de cuáles son los miedos que nos afectan día a día y que, de cierta manera, transmitimos a los demás de diferentes formas.
– En segundo lugar, es importante darnos cuenta de los comportamientos que llevamos a cabo delante de nuestros hijos y condicionados por estos miedos. Imaginemos que tememos que alguien entre a robar en nuestra casa, y para ello todas las noches revisamos reiteradas veces la puerta, las ventanas y la alarma.
Si estas conductas las realizamos delante de nuestros hijos, y las acompañamos de verbalizaciones relacionadas con este miedo, es más probable que se lo transmitamos a nuestros hijos y en un futuro valoren con mayor probabilidad la ocurrencia de esta situación.
– En tercer lugar, es imprescindible hablar de estos miedos e inseguridades con nuestros hijos, para darles un punto de vista realista, sin exagerar. Con esto también podemos conseguir abrir canales de comunicación con nuestros hijos, que expresen sus temores y así podamos ayudarlos a enfrentarlos de la manera más efectiva.
– En cuarto lugar, no reforzar los miedos haciendo que eviten aquellas situaciones que les generan miedo.
– En quinto lugar, validar las emociones que experimenten tus hijos ante algo que le genere miedo. Imaginemos que a nosotros nos atemorizan los perros de un tamaño relativamente grande. Si tu hijo/a, de repente, te dice que también tiene miedo a esto, es probable que sea un miedo transmitido y que nos hayan podido ver reaccionar a él de forma temerosa. En este caso, no hay que restarle importancia ni dejarlo pasar, sino intentar hacer que se enfrenten a estos miedos poco a poco, para ir superándolos y que no se mantengan e intensifiquen en el tiempo.
– En sexto lugar, transmitirles que confiamos en ellos. Los niños deben experimentar, curiosear, tropezarse y caer para aprender. Es necesario que sepan que confiamos en que pueden hacerlo y, si ocurre algo, estaremos ahí para apoyarlos, desde la confianza y no desde el miedo.
¿CÓMO LES AFECTA LOS CHANTAJES EMOCIONALES?
El chantaje emocional de un adulto hacia su hijo/a es más común y perjudicial de lo que pensamos.
En el afán que tenemos los padres de controlar las conductas de los hijos y de que sigan los criterios que a nosotros nos parecen correctos, echamos mano de todos los recursos que nos puedan permitir la consecución de diferentes objetivos.
En muchos casos, basta con dar una orden o una indicación a los hijos para que cumplan las normas que dictamos. Sin embargo, cuando esto falla podemos caer en la manipulación emocional, sobre todo, generando culpa en los hijos, victimizándonos. Debemos tener en cuenta que hemos de enseñar a los hijos a ser independientes y a que toleren la frustración de una forma sana y sin coacciones.
El chantaje emocional puede tener, entre otros, dos efectos perjudiciales que también les afecte de forma negativa en su desarrollo y posterior etapa adulta:
– Que los hijos muestren un rechazo hacia los padres
– Que actúen en la vida por agradar y cumplir expectativas de otros.
¿HASTA DÓNDE DEBE LLEGAR NUESTRA PROTECCIÓN?
Resulta comprensible y común intentar evitar que los hijos sufran y pasen por situaciones difíciles o que impliquen peligro. Es complicado saber cuál es la fina línea que separa la «protección sana» de la sobreprotección, pero debemos tener en cuenta un aspecto fundamental: no podemos impedir que nuestros hijos sufran, puesto que crecerán sin conocer un aspecto ineludible de la vida.
De esta manera, en un futuro, sufrirán por no saber cómo afrontar ciertas situaciones. Aunque me de pánico que mi hijo se suba a la tirolina más alta, conviene transmitirle que confiamos en él y que si se cae, yo estaré ahí para ayudarlo y apoyarlo.
Los límites son necesarios, pero debemos fomentar la autonomía de los hijos, invitándolos a abrirse a la experiencia y salir de la burbuja en la que a veces los mantenemos. Todo esto educándolos en los valores de responsabilidad, sensatez e independencia.
¿CÓMO EVITAMOS LA DEPENDENCIA?
Lo importante es facilitar y favorecer que los hijos sean capaces de ejercer sus derechos personales y tomar sus decisiones de forma independiente, aunque en muchos casos necesiten del consejo de los padres. Hay que aludir al tipo de vínculo que se establece con los hijos.
Un vínculo seguro, que es aquel en el que las figuras de apego siempre están presentes, tanto física como emocionalmente, se revela como el tipo de vínculo que facilita la madurez, la independencia y una autoestima adecuada en los hijos.
De esta manera, conviene escuchar y considerar las opiniones de nuestros hijos, permitirles que sean capaces de poner sus propios límites de forma asertiva y respetuosa, reforzar todos aquellos comportamientos de nuestros hijos que suponen autonomía e independencia y enseñarles las destrezas adecuadas para que se puedan valer por sí mismos en un futuro. La mejor fórmula para ayudar a nuestros hijos a ser independientes es la mezcla de límites y normas con afecto y cariño.
¿CÓMO PODEMOS EVITAR REPRODUCIR EPISODIOS DE VIOLENCIA VERBAL O FÍSICA HEREDADOS?
Y si sufrimos episodios de violencia en nuestra infancia, ¿cómo podemos evitar reproducir esos patrones?
Una vez más, hemos de aludir al tipo de vínculo que hemos generado en nuestra infancia. En general, tendemos a repetir aquello que hemos aprendido, aunque racionalmente consideremos que no es lo más adecuado.
Es probable que, si hemos recibido una educación basada en la sobre exigencia, en la responsabilidad extrema e incluso si nuestras figuras de apego han utilizado el castigo físico o la violencia, nosotros tendamos a utilizar los mismos recursos para manejar e influir en el comportamiento de nuestros hijos.
Lo importante entonces es ser conscientes de cual es nuestro comportamiento y de cuáles son los valores y objetivos que tenemos como padres. Si lo que pretendemos es que nuestros hijos crezcan con firmeza en valores, pero con libertad, hemos de reconsiderar el comportamiento que tenemos hacia ellos y reflexionar sobre los perjuicios que la educación de nuestros padres nos ha podido generar.
Hay que tener cuidado de que no se produzca un efecto péndulo; es fácil encontrar a padres que han sido objeto de violencia en su infancia, que se vayan al extremo opuesto de la sobreprotección y del consentimiento de todo tipo de conductas en un intento erróneo de que nuestros hijos no sufran «traumas».