Si participas, vives

Si participas, vives

Vivir de oídas, escuchando lo que otros hacen no es lo mismo que vivir tu propia vida. Ser el protagonista requiere esfuerzo, voluntad de participar. No siempre es fácil, pero participar es lo que nos permite abrirnos a otras perspectivas, a ver la vida desde ángulos que nunca habríamos imaginado. Aprendemos y desaprendemos.

En nuestra sociedad, la participación activa es más importante de lo que solemos pensar. Estar involucrado, formar parte de algo, nos da propósito, nos conecta con los demás. Y esto es cierto para todas las etapas de la vida, pero más aún en los momentos en que nos sentimos más aislados o cuando la soledad toca a nuestra puerta. Hoy más que nunca, necesitamos estar presentes, conectados, porque participar es lo que nos mantiene vivos, lo que nos da un lugar en el mundo.

Para muchas personas, especialmente las mayores, participar en la vida social puede convertirse en un desafío. La rutina, el miedo al rechazo, o simplemente la falta de oportunidades, pueden hacer que se retraigan. Y es que la participación no siempre es fácil; requiere energía, tiempo y, a menudo, salir de la comodidad de lo conocido. Sin embargo, lo que obtenemos a cambio es mucho más valioso: una vida plena y conectada, una red de relaciones que nos sostiene y nos enriquece.

Y cuando hablo de participar, no me refiero únicamente a involucrarse en actividades comunitarias o políticas. Participar es más que eso. Es tener una conversación, tender la mano a un vecino, tomar decisiones que nos afectan a nosotros y a los demás. Es estar presente y sentir que nuestra voz cuenta.

A pesar de su importancia, la participación tiene barreras. Algunas son invisibles, pero no por eso menos reales. La brecha digital, por ejemplo, es una de las grandes trampas de nuestro tiempo. Vivimos en un mundo cada vez más conectado, donde gran parte de las relaciones y oportunidades pasan por el ámbito virtual. Pero muchas personas, especialmente mayores, quedan excluidas de esta realidad, ya sea por falta de conocimientos o de acceso a las tecnologías.

Otra barrera importante es la percepción que tenemos del envejecimiento. El edadismo o discriminación por edad sigue presente. A veces, las personas mayores se sienten apartadas de las decisiones importantes, infravaloradas o, simplemente, no escuchadas. Esta visión es injusta y desincentiva la participación. Parecería que no importa perder los conocimientos y las experiencias de personas que han vivido casi un Siglo, y además tienen todos los derechos porque no caducan con la edad. Las personas que envejecen son esenciales para seguir construyendo una sociedad más justa y equilibrada.

La belleza de participar

Pero cuando rompemos esas barreras, lo que surge es hermoso. La participación no solo tiene un impacto positivo en la sociedad, sino que transforma a quienes participan. Para quienes se involucran, se abre un mundo de posibilidades: nuevas conexiones, nuevas amistades, y un renovado sentido de propósito. Además, está demostrado que participar de manera activa mejora la salud mental y física, reduciendo el riesgo de enfermedades asociadas al aislamiento, como la depresión.

Y lo mejor de todo es que no se necesita hacer grandes gestos para participar. A veces, una pequeña acción, como asistir a un taller, unirse a un club de lectura o simplemente mantener una conversación, puede cambiarlo todo. Es en esos momentos de interacción, de intercambio, donde encontramos nuestro lugar, donde volvemos a sentir que formamos parte de algo mayor que nosotros mismos.

El arte de dar el paso

La clave está en dar el primer paso. Cada persona, sin importar su edad o situación, tiene algo que aportar. Y aunque existen desafíos, las oportunidades también están ahí. Participar no es una carga, es una puerta abierta a una vida más rica y plena. Cuando decidimos formar parte de nuestra comunidad, de los debates, de las decisiones, no solo mejoramos nuestra vida, sino que contribuimos a enriquecer la de los demás.

Porque si algo nos enseña la participación es que compartir, ceder y abrirnos al mundo, nos mantiene vivos. No dejemos pasar la oportunidad de ser protagonistas de nuestras propias vidas.