30 Abr Sexo y discapacidad no son incompatibles
El sexo contribuye a mejorar la calidad de vida en todos los aspectos y en todas sus dimensiones: bienestar emocional, relaciones interpersonales, desarrollo personal etc
Beatriz G.Portalatín | Madrid
Gran parte de la sociedad sigue confundiendo sexualidad con relaciones sexuales, y relaciones sexuales con coitos. Mantiene la idea de que cuanto más nos aproximemos a ciertos ideales de hombre y mujer, mejor, y que si se tiene pareja, mejor todavía. Hecho, por tanto, que se se agrava con personas con discapacidad en las que en muchas ocasiones sus cuerpos se alejan del ideal de belleza, y que puede que no tengan ni pareja ni coitos. Por ello, «en ocasiones la sociedad lo acaba viendo como una sexualidad de segunda categoría, o bien que no puede ser plena. Indudablemente, se equivocan», asegura tajante Carlos de la Cruz, responsable de la Asesoría de Sexualidad y Discapacidad del Ayuntamiento de Leganés, (la única de estas características en toda España) y vicepresidente de la Asociación Sexualidad y Discapacidad.
El 13 de diciembre de 2006, se celebró en Nueva York la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en la que varios de sus artículos muestran explícitamente aspectos claves sobre Salud Sexual y Reproductiva (SSR). Del mismo modo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó en 2009 una guía de recomendaciones generales sobre la Promoción de la Salud Sexual y Reproductiva (SSR) para estas personas, ya que esta entidad defiende que todos los seres humanos tienen derecho a vivir una sexualidad sana, libre, y responsable. Todos.
«El sexo a su vida les aporta lo mismo que a la mía», asegura de la Cruz, es decir, el sexo contribuye a mejorar su calidad de vida en todos los aspectos y en todas sus dimensiones: bienestar emocional, relaciones interpersonales, desarrollo personal etc.
Del mismo modo, la Fundació Ecom, que agrupa más de 180 asociaciones de personas con discapacidad física de toda España, mantiene que «deben tener la libertad de decidir sobre cualquier aspecto de su vida, también sobre su sexualidad». Por ello, su objetivo como sociedad, comenta su presidente Antonio Guillén, no es otro que el de integrar a las personas con discapacidad en todas las esferas de la vida cotidiana, y la sexualidad es una más de ellas. «La discapacidad no constituye un factor que imposibilite las prácticas erótico-afectivas y el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos», afirma.
Además, de la Cruz mantiene que hay dos errores claves en todo este andamiaje: uno, es no ver (no querer ver) la sexualidad de las personas con discapacidad y otro, es verla como si todas las discapacidades fuesen iguales. «Si ya es un error utilizar recursos infantiles con personas adultas con discapacidad intelectual, ¡más aún con personas con otro tipo de discapacidad!», se lamenta.
Atendiendo a los diferentes tipos
Por ello, la presidenta de la Asociación de Sexualidad y Discapacidad, Natalia Rubio, psicóloga y sexóloga, pone de manifiesto la importancia de diferenciar entre los distintos tipos de discapacidades: «Es muy importante atender las diferencias, matices y peculiaridades de cada una de ellas». Para eso existen dos clasificaciones. Primera, tipos de discapacidad: intelectual, sensorial, física y mixta (intelectual más sensorial). Y segunda, origen de la misma: si es congénita (de nacimiento) o bien adquirida.
La discapacidad intelectual (síndrome de Down, síndrome X-Frágil…) conlleva unas limitaciones significativas en el funcionamiento cognitivo. Con lo que a la hora de abordar la sexualidad, explica la especialista, hay muy pocos recursos y materiales didáctico-pedagógicos apropiados. «Es necesario adaptar estos recursos y materiales, utilizando por ejemplo simuladores, modelos anatómicos o paneles y emplear mucho la imagen, ‘lo visual’, ya que una gran proporción carecen de lectoescritura. En definitiva, adaptar contenidos utilizando lenguaje accesible y materiales visuales», expone.
Por su parte, en la discapacidad física existen diferencias importantes si es de origen congénito o adquirida. En el primer caso, por ejemplo en la parálisis cerebral, explica Rubio, la sexualidad en muchos casos no se considera un área a priorizar en la vida de estas personas, ya que presentan limitaciones funcionales en su autonomía para acceder a su cuerpo, para gestionar su intimidad etc. «Dependen de otras personas y tienen dificultades para desarrollar proyectos de vida independiente (y más si son en pareja)», comenta. Por otro lado, si la discapacidad es adquirida, por ejemplo una lesión medular «hay un antes y un después», asegura. Hay un anhelo de querer volver a la situación anterior, volver a disfrutar del modelo de sexualidad que tenían antes. Por tanto, es necesario trabajar el cambio de roles, la aceptación de esa nueva situación y, sobre todo, reinventarse de nuevo en pareja, abriendo todo un mundo de posibilidades dentro de la sexualidad.
Por último, en las personas con discapacidad sensorial (visual o auditiva), se deben adaptar los contenidos a otros canales sensoriales. «Hasta la fecha hay muy poco o casi nada publicado sobre ello», lamenta.
Atender, educar y prestar apoyos
«La persona tiene que ser protagonista de su propia vida», dice la experta. Por ello, es fundamental prestar los apoyos necesarios adaptados de forma individualizada y planificando las actuaciones pensando en cada persona. Por ello, recomienda una serie de características ordenadas en tres ejes fundamentales: atender, educar y prestar los apoyos oportunos.
Atender en las necesidades, demandas, dudas, intereses, curiosidad, motivaciones y situaciones que la persona con discapacidad ponga sobre la mesa. En segundo lugar, educar, siempre, desde un enfoque en positivo. Esto es, aprender a conocerse, aceptarse y expresar su sexualidad de forma satisfactoria.
«Hay que facilitar que aprendan a conocerse tanto como sea posible, que sepan cómo son y cómo funcionan otras personas, entender situaciones y dar significados a todo lo que les rodea, procurando que se quieran y se acepten, desde sus diferencias y peculiaridades, considerándose verdaderos hombres y verdaderas mujeres», expone. Y por último, prestar apoyos a cada persona, circunstancias y necesidades individuales.
En conclusión, que aprendan a expresar su sexualidad de modo que les resulte satisfactoria, haciéndoles partícipe de su propia vida. Y es más, añade de la Cruz, «cada persona debe vivir su sexualidad a su manera».
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