30 Mar Residencias de mayores con guardería donde ganan grandes y pequeños.
El proyecto nació como un espacio para los hijos de los empleados pero funcionó tan bien que se convirtió en escuela.
Carlota Fominaya
La mezcla perfecta, de inocencia y sabiduría, se dan cita todas las semanas en la residencia de Orpea Meco (Alcalá de Henares), donde hace veinte años apostaron por un innovador concepto: el de la convivencia intergeneracional.
En este centro alcarreño, los mayores de 65 años y una decena de niños pequeños comparten aula y consiguen que los beneficios sean para todos. Al comenzar cada curso en septiembre, los menores son emparejados con un mayor, que suele presentar algún grado de deterioro cognitivo o Alzhéimer.
«No todos los residentes tienen un perfil que les permita optar a esta actividad. Primero intentamos seleccionar a aquellos con un deterioro de leve a moderado. Y después vemos su disponibilidad para la jornada», explica la directora de la residencia, Ester Pérez.
Ignacio, de 83 años, Calixta, de 92, y Florinda, de 93, son algunos de los que hoy han bajado al aula de la escuela de infantil ubicada en el mismo edificio en el que ellos residen. «Son lo que los pequeños llaman sus ‘amigos’ mayores, para diferenciarlos de sus abuelos. Los asistentes a la escuela tienen tres años pero demandan la actividad. La tienen en mente y preguntan cuándo es», matiza Pérez.
Dos veces a la semana, las puertas del aula de Infantil se abren para el encuentro entre los dos mundos. Al grito de «ya están aquí nuestros ‘amigos mayores’» los alumnos se levantan y corren a recibir a estos compañeros de clase tan especiales. Debido a su grado de deterioro en ocasiones los residentes no reconocen a ‘su’ niño, pero los pequeños saben perfectamente cuál es su ‘pareja’ y les cogen de la mano para sentarse a su lado.
La actividad que se organiza «resulta sencilla y adaptada a ambas generaciones, y siempre está guiada por nuestras terapeutas ocupacionales, que son quienes realizan el seguimiento de los mayores y la evolución vinculada a esta propuesta», explica la directora de Orpea Meco. El proyecto comenzó como un espacio para que los empleados dejaran a sus hijos durante su jornada en la residencia, pero funcionó tan bien, que se convirtió en una escuela infantil hoy abierta a todas aquellas familias que quieran participar.
Hoy toca lectura, e Ignacio sostiene con dulzura un cuento que lee a sus ‘compañeros’ de clase: «mira la lámpara», «aquí está el paraguas». Luego cantan el juego de la patata. Los mayores sentados, los niños de pie, todos al unísono. «Me da mucho gusto estar con estos críos, es una alegría, los veo y me maravilla la forma de ser que tiene cada uno», dice Victoria Martín, de 80 años. Para Florinda, «la actividad es muy bonita, los niños son preciosos y se portan fenomenal».
Beneficios mutuos
De estar apáticos, a estar totalmente activos y receptivos. Pero los beneficios son en ambas direcciones, asegura María Gutiérrez, educadora de la escuela infantil de Orpea. «Ayer los niños estaban dibujando y los mayores les daban ideas que los pequeños pintaran y coloreaban felices. Les incluimos en el proyecto educativo de los pequeños y todos están encantados y se ayudan mutuamente. Siempre surgen abrazos espontáneos…», asegura Gutiérrez.
El centro de Orpea Meco (Alcalá de Henares) es pionero en la actividad, que lleva haciendo más de 20 años, y se une a otras organizaciones que apuestan por este tipo de iniciativas intergeneracionales como la residencia de mayores Amavir Coslada (Madrid), que en verano organiza campamentos mixtos o el grupo Macrosad, una cooperativa andaluza especializada en la educación de los menores y el bienestar de los mayores.
Proyectos de este tipo, aseguran todos, presentan muchos beneficios. Promueven la interacción social, sobre todo de cara a los residentes, a quienes a nivel anímico se les nota bastante cambio. «De estar en su día a día apáticos, sin moverse del sofá, pasan a estar activos e interesados. Somos conscientes de que este tipo de actividades les motivan siempre. Es más, a los planes con los niños nunca dicen que no. Les disminuye el sentimiento de soledad, se sienten útiles…», advierte Cristina Pérez Carreño, terapeuta ocupacional.
De hecho, prosigue Pérez Carreño, «las mejoras se dan tanto en el área psicológica como en la social o en la cognitiva. Dejando de lado sus patologías de base, se notan muchas mejoras en el campo de la memoria y la atención, y esto es muy visible cuando recuperan las canciones de su niñez».