29 Mar ¿Por qué nos hinchamos a fármacos los españoles?.
Ansiolíticos y antidepresivos, moduladores del sueño, analgésicos, antiinflamatorios y protectores gástricos. Estos son, por orden, los fármacos de los que más abusamos los españoles. Un abuso que no está exento de efectos secundarios.
Laura G de Rivera
Ansiolíticos y antidepresivos, moduladores del sueño, analgésicos, antiinflamatorios y protectores gástricos. Estos son, por orden, los fármacos de los que más abusamos los españoles, según datos del Observatorio de Uso de Medicamentos, perteneciente a la Agencia Española del Medicamento (AEMPS). «El problema es que muchas veces están mal indicados. O, peor aún, que se consumen sin receta médica, algo que hace sobre todo la gente más joven», dice a Público Juan Carlos Leza, catedrático de Farmacología en la Universidad Complutense de Madrid.
«Fundamentalmente, el consumo de psicofármacos está subiendo por el aumento de los casos de ansiedad, depresión y trastornos del sueño», apunta este profesor. Aunque recalca que también tiene que ver «la baja tolerancia a la frustración y a los enveses de la vida. Se quieren curar todos los problemas que tenemos con una pastilla, incluso, en casos en que no harían falta los fármacos. A veces, parece que es obligado terminar una consulta médica con la receta de un fármaco, incluso, los pacientes te lo exigen», denuncia.
Un tercio de los españoles, con depresión o ansiedad
Según datos del Ministerio de Sanidad, casi la mitad de las personas que acuden a su médico de cabecera lo hacen por problemas psicológicos o relacionados con el estado de ánimo. Y un tercio de los españoles padece o ha padecido alguna vez en su vida depresión leve o moderada, o ansiedad. ¿Es un cifra más alta que en el resto del planeta? En realidad, no. Entonces, ¿por qué España es el país que más benzodiazepinas consume del mundo?
Según el último informe (2021) de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, dependiente de la ONU, tomamos 110 dosis diarias por cada mil habitantes de estos fármacos que sirven para tratar la ansiedad y los problemas de sueño (Valium, Trankimacín y Orfidal son los más conocidos), seguidos de Bélgica (84) y de Portugal (80). Para colmo, son los jóvenes quienes más están aumentando su consumo: un 13,6% de los adolescentes (entre 14 y 18 años) toman tranquilizantes, sedantes y somníferos, de acuerdo con la encuesta sobre el Uso de Drogas en la Enseñanza Secundaria (ESTUDES), realizada en 2021.
Tiempos de crisis, un filón para la farmacéuticas
Todos los estudios apuntan que el aumento de trastornos mentales está correlacionado con las crisis económicas y sociales. Si en 2017 el 10,7% del total de la población española consumía tranquilizantes, relajantes o sedantes, según la AEMPS, con la llegada de la pandemia y el confinamiento, los casos de depresión y ansiedad casi se duplicaron. Y, en 2021, la venta de antidepresivos y ansiolíticos creció un 6% y un 4%, respectivamente. «Se sabe que un tercio de las personas que ya consumían han aumentado la dosis o han optado por un medicamento más fuerte», señalan los autores de un estudio publicado por la facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Es algo habitual en todos los países. La clave que diferencia a España es, según un manifiesto lanzado el año pasado por el Colegio Oficial de la Psicología (COP) y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), la falta de profesionales especializados en salud mental. Mientras que la media europea es de 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes en la Sanidad Pública, en nuestro país la cifra es de solo seis, según datos de la OMS. Esto nos deja en el décimo puesto de los países de la Unión Europea en tasa de psicólogos y en el puesto 16 en la tasa de psiquiatras (nueve por cada 100.000 habitantes). Si no hay suficientes psicólogos y las consultas de atención primaria están colapsadas, es cuando las prescripciones de psicofármacos se disparan para poner parches a problemas que, muchas veces, deberían tratarse con psicoterapia o abordajes que requieren más tiempo del que se tarda en tragar una pastilla, pero tienen mejores resultados, como la terapia cognitivo conductual o técnicas de relajación.
Sobremedicación con efectos secundarios
«Los fármacos están para lo que están. Son algo fantástico para la salud y, en muchos casos, salvan vidas, pero tienen sus indicaciones y sus efectos secundarios. Hay que usarlos solo cuando es necesario. En la primera clase que damos de Farmacología en la carrera de Medicina, lo primero que les explicamos a los estudiantes es esto, cuándo hay y cuándo no hay que recetarlos», señala Leza.
Su abuso creciente en España es un dato preocupante, ya que, «evidentemente, todos los medicamentos tienen sus efectos adversos», nos recuerda este farmacólogo. Por ejemplo, tomar un exceso de moduladores del sueño puede crear dependencia psicológica, y, además, se desordena la arquitectura del sueño. Incluso, caídas: «Es típico que el abuelo se tome la pastilla y se levante en medio de la noche para ir al baño, se caiga y se rompa la cadera», señala. Otro problema asociado a este tipo de fármacos es la amnesia retrógrada: «Muchas veces, los pacientes no se acuerdan de si se han tomado ya la pastilla, y se la toman otra vez».
Pero no son solo los psicofármacos. Otras medicinas que tomamos a mansalva son los analgésicos y antiiflamatorios como el ibuprofeno, del que se sabe que «causa una elevación de la presión arterial porque hace retener agua. Provoca una leve insuficiencia renal, sobre todo en personas mayores. Causa una toxicidad renal lenta e imperceptible que puede llegar a hacer daño a largo plazo», según advierte Leza. De igual manera, los protectores estomacales de moda, como el omeprazol, «son fantásticos porque puramente hacen lo que se busca que hagan. Sin embargo, provocan muchas interacciones, porque cambian el pH del estómago y, si tomas cualquier otro fármaco para otra cosa, puede no hacer el efecto esperado por esta razón», avisa.
¿Qué podemos hacer? Lo primero, «comprender que tomar una medicación implica una responsabilidad y, por eso, es necesario que la prescripción provenga del médico», recalca Leza. Por otra parte, cada vez más, está ganando importancia el proceso de «deprescripción», que consiste en que «el médico le quite al paciente fármacos que toma desde hace mucho tiempo, pero que realmente no los necesita. Hay que explicárselo bien y quitárselos poco a poco», apunta.
Por su parte, el Colegio Oficial de Psicólogos aboga por el «trabajo coordinado con los profesionales de salud mental y el acceso a psicólogos en atención primaria para frenar la sobremedicalización y mejorar la capacidad de respuesta de los profesionales sanitarios».