«Para que un niño desarrolle su autonomía, hay que establecer límites y normas».

«Para que un niño desarrolle su autonomía, hay que establecer límites y normas».

Óscar Casado Berrocal y Beatriz Castro Bayón, profesores, explican en su libro ‘Niños autónomos’, cómo las actuales generaciones tienen problemas a la hora de gestionar las frustraciones o de enfrentarse a las consecuencias de sus actos porque «la sobreprotección está muy de moda».

Ana I Martínez

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Óscar Casado Berrocal y Beatriz Castro Bayón lo tienen muy claro: una de las funciones que los adultos han de desempeñar como padres y madres es conseguir que sus hijos sean independientes. «Decidir, equivocarse o fracasar son experiencias vitales. Tendrían que ser consideradas casi un derecho de la infancia», aseguran en su libro ‘Niños autónomos’ (Plataforma Actual).

Para ambos docentes, guiar al niño por la senda de la autonomía se traduce en «aprender a vivir, a ser persona, a relacionarse con el mundo y con la gente. Si como padres -continúan- negamos un derecho fundamental como este a nuestros hijos, estaremos desarrollando un modelo de crianza negligente».

Queda claro, por tanto, que la sobreprotección no les hace bien. Y que intentar minar su autonomía tampoco. Con ellos hablamos sobre cómo las familias pueden ayudar a sus hijos a que puedan valerse por sí mismos.

– ‘Niños autónomos’. A muchas familias quizás les resulte chocante el título del libro porque ¿acaso los menores pueden ser autónomos? Más bien son dependientes… ¿no?

Óscar Casado (OC): Es cierto. Al contrario que muchas otras especies, los seres humanos nacemos completamente dependientes de nuestro entorno familiar. Sin embargo, esto no tiene por qué perpetuarse en el tiempo. De hecho, nuestra labor como padres es irles ayudando a que progresivamente dejen de serlo.

A medida que las personas vamos madurando se producen procesos naturales ligados al desarrollo evolutivo que hacen que vayamos adquiriendo habilidades que, si se dan las condiciones oportunas, nos permitirán ir ganando autonomía e independencia. Y eso no es malo. Al contrario, es estupendo porque nos permite adaptarnos mejor a la vida en sociedad, nos proporciona una mayor capacidad de anticipación y en definitiva, nos ayuda a aprovechar mejor las oportunidades que se presenten. Además, esta ganancia en autonomía va ligada estrechamente al desarrollo de la propia personalidad (que en definitiva es lo que nos hace únicos), porque es una forma de encontrarse a uno mismo, de definir bien quiénes somos y de diferenciarnos de nuestros modelos más cercanos, nuestros padres.

Así que sí, en definitiva, nacemos muy dependientes pero debemos aprender a ser cada vez más autónomos y nuestros padres deben ayudarnos en este proceso.

– De qué hablamos cuando nos referimos a autonomía porque quizás haya familias que entren en pánico porque «mi niño es demasiado independiente».

Beatriz Castro (BC): Es un proceso completamente natural. De hecho, la vida debería ser un progresivo camino hacia la independencia: algunos la alcanzan antes, otros después, y otros nunca llegan a independizarse completamente de sus progenitores (y no estamos hablando en términos económicos, obviamente, sino en otros ámbitos mucho más importantes vinculados al desarrollo de la personalidad).

Que nuestro hijo o hija sean independientes no es nada malo. Al contrario, es una ventaja que debemos potenciar presentándole situaciones en las que pueda seguir explorando y ampliando esta capacidad. Primero bajo nuestra supervisión cercana, pero progresivamente ampliando más los límites para ir ganando en responsabilidad, independencia, autonomía…

Deberíamos huir de esa mirada edulcorada y romantizada (y preocupantemente negligente) de la paternidad en la que los padres constituyen el punto central de las vidas de sus hijos incluso una vez llegada la adultez. Y esto no implica ser fríos y dejarles de lado. Educar y criar en el apego no tiene por qué estar reñido con darles progresivamente más espacio personal. Una crianza responsable es aquella que combina en su justa medida el cariño y el apego con las dosis adecuadas de independencia y autonomía.

– ¿Son los padres los primeros que contribuyen, quizás sin darse cuenta, a que los menores no sean autónomos?

BC: A veces sí. Hay muchos padres que, con la mejor de sus intenciones, privan al niño de múltiples oportunidades de crecimiento que se presentan a diario. A veces por sobreprotección («para que no se frustre si se equivoca, ya tomo yo la decisión por él»), a veces por desconocimiento («es mejor darle de comer cosas trituradas», y otras veces por simple comodidad («para qué se va a vestir solo si tardamos menos cuando le visto yo»). Este tipo de decisiones sitúan al niño ante un futuro incierto en el que, en algún momento y con toda seguridad, tendrá que enfrentarse en solitario a las múltiples problemáticas de la vida y, llegado el caso, no dispondrá de las herramientas y habilidades adecuadas para solucionarlas (autorregulación emocional, organización, resiliencia, planificación, capacidad de superación, etc.). O al menos, no estarán lo suficientemente bien engrasadas como lo estarían si, a lo largo de su infancia, se hubieran ido entrenando paulatinamente. Y entonces será cuando aparezca la frustración, la ira…

El problema está en que estas oportunidades de emancipación tienen que irlas generando, paradójicamente, las personas de las que más dependemos, que suelen ser nuestros padres. Por eso es tan importante desde el punto de vista de los progenitores comprender la trascendencia de sus decisiones a la hora de optar por un modelo de crianza consciente y centrado en favorecer la progresiva emancipación de los hijos.

– Contáis en el libro que los niños de las actuales generaciones presentan problemas de autonomía ¿por qué?

OC: Tomar decisiones y aceptar sus consecuencias, asumir pequeñas responsabilidades, aprender a gestionar fracasos, emociones negativas o simplemente contratiempos… Todos ellos son aprendizajes muy valiosos para el desarrollo de la personalidad. Sin embargo, la sobreprotección está muy de moda y los modelos de hiperpaternidad reducen cada vez más las posibilidades que tiene el niño de enfrentarse a este tipo de situaciones.

Ligado a este problema también encontramos la mala fama que tienen los límites últimamente. Parece que cuando un padre o una madre se muestra estricto en el establecimiento (y cumplimiento) de una serie de normas, automáticamente se le tacha de «anticuado» o «chapado a la antigua». Y no se puede estar más equivocado. Por contradictorio que parezca, para que un niño desarrolle adecuadamente su autonomía, resulta imprescindible establecer (y enseñar a respetar) una serie de límites y normas. Estos establecen un marco de referencia y actuación para el menor y le proporcionan seguridad y una mejor comprensión de la realidad.

Es normal que los pequeños transgredan habitualmente estos límites porque necesitan saber las consecuencias que estas actuaciones tienen. Pero una vez aprendido esto, lejos de constreñir o limitar la autonomía del niño, lo que hacen estas normas es clarificar las reglas de juego. De esta forma el niño entenderá que es precisamente dentro de estos límites donde puede ejercer su autonomía. La clave está en ir ampliando estos límites a medida que los pequeños van creciendo para irse ajustando a los distintos grados de autonomía que pueden llegar a gestionar. Saber cuándo hay que ser más flexible en el cumplimiento de estas normas y cuándo menos, también es muy importante.

– ¿Y cómo mejorarlo?

OC: Además de lo ya mencionado hasta el momento (evitar modelos sobreprotectores y ser claro con los límites) ya solo nos quedaría aprender a observar el mundo con una mirada emancipadora desde el punto de vista de la crianza. Así nos daríamos cuenta de la cantidad de oportunidades que se presentan ante nosotros a diario para hacer que nuestros hijos e hijas sean más autónomos. Desde comer solo hasta bajar a comprar el pan, pasando por hacer los deberes o recoger la habitación. Existen multitud de situaciones que, según la edad y el nivel madurativo de nuestros pequeños, podremos ir aprovechando.

Tampoco hay que agobiarse. La agenda diaria manda y a veces podremos aprovecharlas pero otras veces no. Y no pasa nada. Lo importante es saber hacia dónde queremos ir para poder encaminar bien nuestros pasos y acompañar a nuestros hijos en su progresivo proceso de emancipación.

– En el libro habláis del Método Mary Poppins. Por favor, explícanos esto y poned algún ejemplo porque creo que los padres se van a agobiar cuando lean que para ejercer como tales tienen que hacer de psicólogos, entrenadores, de amigos, orientadores…

BC: La personalidad y la forma de actuar de la fantástica niñera y del resto de los personajes de la novela de P. L. Travers nos parecieron una analogía perfecta de nuestra labor como padres. Las distintas aventuras que se suceden en la historia y el modo de gestionar los conflictos que les van ocurriendo a los niños Banks son una muestra perfecta de este enfoque tan particular de afrontar la paternidad.

¿Qué mejor ejemplo de lo que implica ser padre o madre en la actualidad que el adorable Bert, compañero inseparable de Mary Poppins, que comienza la película amenizando el paseo a los transeúntes como hombre-orquesta, luego muestra sus dotes como pintor callejero, y más adelante aparece trabajando como deshollinador? Ser padre es un poco esto: supone ejercer de psicólogos (para entender sus rabietas, sus comportamientos y sus decisiones), de maestros (para ayudarles con sus aprendizajes), de jueces (para determinar sanciones, castigos y penas cuando hacen algo mal), de entrenadores (para animarles a superarse y a no rendirse ante las adversidades), de amigos (para disfrutar con ellos de los momentos de diversión y tener complicidad), de orientadores (para ayudarles con las decisiones trascendentales de su vida)…

– Si lo mejor que podemos hacer es criar hijos autónomos… ¿qué pasa con las normas de casa? ¿Con la autoridad que se supone que solo tienen los adultos? ¿Choca todo esto?

BC: La autonomía y la autoridad no son aspectos incompatibles. De hecho están muy relacionados como ya se ha comentado anteriormente al señalar la importancia de los límites. La clave reside en comprender que se trata de una cuestión de legitimidad y coherencia, y no tanto de quién posee la autoridad.

Si asumimos que la autoridad nos viene dada por el hecho de ser los padres y con ella, la razón, estaremos adoptando un modelo condenado al fracaso. La autoridad en realidad solo se tiene cuando los sometidos a ella se la creen y la validan. Los modelos opresivos de autoridad basados en la amenaza y el miedo muestran claramente sus medios para alcanzar este objetivo en forma de represalias y castigos físicos.

En el contexto de la crianza estos modelos deberían haber sido superados y sustituidos por modelos más democráticos y compartidos en los que aunque la autoridad recaiga sobre el progenitor, este se vea obligado a ejercerla y hacerla efectiva dentro de un marco de actuación concreto regulado por una serie de principios, límites y normas de comportamiento compartidos con sus hijos. De este modo cuanto más coherentes sean sus decisiones y más se ajusten a este modelo de normas (en forma de consecuencias a los actos de los hijos), mayor fuerza tendrán y menos les costará a los niños aceptarlas (tendrán más legitimidad). Mientras que por el contrario, cuando las decisiones se salgan fuera de este tablero de juego estableciendo nuevas normas o trasgrediendo alguna prexistente, podremos anticipar mayores resistencias (puesto que tendrán menor legitimidad).

– Adolescencia y autonomía, ¿cómo se gestiona esto?

OC: Es casi el final del camino. Y llegados a este punto solo queda cruzar los dedos y esperar que todo lo que hemos hecho hasta el momento haya surtido efecto y le haya proporcionado la madurez y las herramientas suficientes que le permitan tomar las decisiones más beneficiosas para sus intereses y los de la sociedad (que, en el fondo, es en lo que consiste convertirse en un ciudadano activo).

Según el nivel de maduración y responsabilidad habrá niños y niñas que ya entren en la adolescencia preparados para hacer cosas solos, realizar sus deberes y tareas personales, organizar sus actividades extraescolares o gestionar su dinero de forma prácticamente autónoma. Mientras que otros llegarán a la veintena sin haberlo conseguido. La clave está en ir evaluando constantemente en qué punto se encuentran para irles planteando en cada momento retos o situaciones que se ajusten a dichas necesidades.



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