«Nuestros mayores temen morirse en soledad».

«Nuestros mayores temen morirse en soledad».

Los psicólogos de Castilla y León piden transmitir a los ancianos que no están solos.

ABC

Aunque los hogares más frecuentes son los formados por dos personas, los unipersonales son los siguientes en la lista. En Castilla y León, un tercio están ocupados por una sola persona y la mitad tienen más de 65 años. «La soledad no deseada pasa factura psíquica y física a los mayores», por lo que desde el Colegio de Psicología de Castilla y León (Copcyl) aconsejan a los ciudadanos que se acerquen a sus vecinos para ofrecerles ayuda si la necesitan. «Temen morirse en soledad o no poder responder ante un accidente», de manera que saber que tienen a alguien «ahí es para ellos una tranquilidad impagable».

Así lo explica la responsable del grupo de envejecimiento del Copcyl, Ana Belén Sánchez, quien apunta que la soledad estaba en nuestra sociedad antes del Covid-19, «pero esta pandemia ha visibilizado y disparado el número de personas que se sienten solas en todas las franjas de edad». Entre los mayores, el cese de las actividades comunitarias a las que acudían para promocionar un envejecimiento activo, «no sólo ha hecho que aumente su sentimiento de soledad, sino que ha provocado que aparezcan otras emociones como el miedo, ansiedad, tristeza y desesperanza».

Desde el Colegio de Psicólogos advierten en un comunicado que las consecuencias de la soledad en la salud de los mayores pueden ser físicas (debilidad en el sistema inmunológico, dolor de cabeza, problemas cardiovasculares, enfermedades de tipo óseo, insomnio…) o cognitivas (aumento del riesgo de demencia) y, en el plano psicológico, la soledad termina por provocar ansiedad, depresión, mayor consumo de alcohol y aumento de la probabilidad de muerte por suicidio.

«Estas Navidades serán diferentes y, en general, estarán unidas a soledad, tristeza y nostalgia, sobre todo entre la población más envejecida», asegura Sánchez, quien señala lo importante que puede llegar a ser «transmitir a las personas mayores que nos rodean que no están solas» y para ello un «pequeño gesto puede suponer mucho para las personas mayores solas».

Narran a modo de ejemplo el caso de una mujer de 82 años que vive sola y no tiene familia. Ella expresaba el miedo que sentía cada noche y que se alimentaba de pensamientos como la posibilidad de enfermar o morir en la más absoluta soledad. Estas emociones se apaciguaron con la presencia de dos estudiantes vecinos de ella, que tocan a su pared para saber si se encuentra bien, la visitan, y hacen su compra cuando puede necesitarlo. A cambio, ella les hace bizcocho y comidas que les gustan y «ahora ella duerme tranquila».

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