«No puedo elegir estar sano, pero si lo menos enfermo posible»

«No puedo elegir estar sano, pero si lo menos enfermo posible»

Ramón Arroyo, enfermo de esclerosis múltiple, campeón de triatlón y de Ironman

LLUÍS AMIGUET

Yo era economista como mi padre y, además, vendedor, muy bueno, en la multinacional para la que viajaba por el mundo. Estaba muy enamorado de mi novia, hoy mi mujer, y nos fuimos juntos a bucear al cabo de Gata.

¿Cuándo se manifestó su enfermedad?

Tras unos días de ensueño, estaba en un bar y noté que se me caía el cigarrillo al suelo sin querer y que, al coger un vaso, me temblaba la mano; luego, todo el brazo… Y en 48 horas me quedé paralizado de medio cuerpo.

¿Qué le diagnosticaron?

Un ictus. A los 6 meses recaí y entonces sí apreciaron “enfermedad desmielinizante de tipo esclerosis múltiple”. De eso hace doce años.

¿Cómo reaccionó usted?

A los 32 años te crees inmortal. Negué la evidencia; quise creer que los médicos se habían equivocado otra vez. Poco a poco, acepté ser vulnerable y, luego, me creí inmortal otra vez: me volví bipolar. Di la espalda a la enfermedad.

¿Y la enfermedad le dejaba ignorarla?

Seguí viajando, trabajando, pero me costaba más recuperarme y, a ratos, empecé a tener miedo a recaer en cualquier sitio. Si olvidaba la esclerosis –me decía– ella me olvidaría a mí.

¿Cuánto tiempo llevaba diagnosticado?

Tres años. Y peté. Fue una suerte que petara entonces, porque estaba peleado con los médicos, los amigos, la vida… Todos eran gilipollas. Pero si crees que todos lo son, el único gilipollas eres tú. Lo era, lo vi y por fin pedí ayuda.

¿Y?

¡Me la dieron! ¿Curioso, no? Si pides ayuda, te la dan: había aceptado que era un ser humano y que necesitaba a otros seres humanos.

¿A quién pidió ayuda?

A mi familia, amigos, a todos. Y me respondieron: un amigo me apuntó a yoga, otro a un psicólogo; rehabilitación. ¡Vi que tenía equipo!

Y bueno.

Porque ya había aprendido que si te dejas ayudar y haces caso a quienes saben más que tú… ¡funciona! Empecé a sentirme mejor.

Estupendo.

Además, mientras tanto, fui padre.

¡Enhorabuena!

Una noche de insomnio, entonces yo sufría muchas, estaba viendo dormir a mi primer bebé, que tenía meses, cuando sacó la manita fuera de la cuna. Me emocioné. Fui a cogerlo en brazos. Quería abrazarlo, pero me di cuenta de que no podía. No me atrevía a hacerlo. Y aquello me hizo pensar.

Yo no podía elegir no sufrir la esclerosis, pero sí podía decidir cómo tomármela.

¿Y qué eligió entonces?

Empezar a disfrutar de la vida que me quedaba: hacer cosas, actuar, moverme. ¡Estar vivo!

¿Cuánto le quedaba?

¡Mucho! Un día estaba con mi mujer, Ima, una señora gigantesca de 1,48 m de altura. Y empecé a flipar con el azul del cielo: “Ima –excla- mé–, ¡pero qué belleza de cielo hay hoy!”.

Es verdad: a menudo lo olvidamos.

Era que la esclerosis me había disminuido la percepción mucho tiempo, pero ese día la medicación me la permitía. ¡Y era maravilloso! Otro amigo al que pedí ayuda me dio un consejo de oro: “Ramón, tío, ¿por qué no corres?”.

¿Podía usted hacer running?

Nada de running, yo corro. Y fue una liberación: poder hacer algo que en teoría debía darme miedo. Fue tan estupendo que se me fue de las manos… Es decir, de los pies.

¿Cómo empezó a correr?

Pues como todo el mundo, primero, los 10 km. Luego a mejorar marca de los 10; después, la media maratón; la maratón… Hice cuatro.

¿Seguía usted trabajando?

Seguí trabajando y entré en un equipo de atletismo, preparé triatlones, competí como paralímpico con la selección… ¡Qué subidón!

No lo logra todo el mundo.

Y allí estaba yo, hecho un chaval, haciendo algo que antes sólo veía en la tele. Al día siguiente, estaba con mi gotero mensual en el tratamiento que sigo con otros enfermos y había un chaval de 19 años recién llegado al que, entre todos, íbamos acongojando: que ya verás los ataques, la medicación, los pinchazos…

¿Por qué lo asustaban?

A los de la esclerosis nos gusta competir a ver quién está más puteado. Y, si tenemos público, entonces montamos todo el show. Yo lo tranquilicé y le dije que estaba preparando un Ironman. Y al chico se le iluminó la cara: “¿Podré correr?”. “¡Pues claro! ¡Correrás lo que quieras si te entrenas, como todo el mundo!”.

¿Le hizo caso?

Lo mejor es que el crío respiró aliviado, pero es que yo más. Nunca me había sentido tan feliz y tan útil y así me convertí en activista de la esclerosis para darle visibilidad; dar el callo, defender a la gente y que no nos recorten los presupuestos, que nos los están recortando.

¿En su empresa se portaron?

El calvario es conseguir la baja; de hecho aún no la tengo; no puedo cobrar la pensión. Supongo que esperan a que me tenga que arrastrar para dármela.

Espero que se imponga el buen criterio.

Y cuando tengo un bajón, que los tengo como todo el mundo, me repito lo mismo que le dije al chaval al irme del hospital: “No sé lo que me dejará o no me dejará hacer la esclerosis, pero sé que no debo dejar que nadie –nadie– decida por mí lo que no puedo hacer”.

MÁS Y MEJORES

Su primer médico le aconsejó que se resignara a la esclerosis y renunciara a todo (de paso así le ahorraba trabajo). Arroyo se hundió; negó la enfermedad; se aisló en el dolor y buscó culpables, hasta darse cuenta de que si todos te fallan, el único culpable eres tú. Hizo algo tan obvio como difícil para quien sólo tiene orgullo: pedir ayuda. Se la dieron. Ya tenía “equipo”. Con él descubrió que no podía elegir estar sano, pero sí estar lo menos enfermo posible. La esclerosis le pondría límites, pero nadie más. Y empezó a vivir el resto de su vida, que es mucho. Ya no está solo: tiene a su lado a los 45.000 enfermos de esclerosis de este país. Y a los que le queremos, que cada día somos más. Y con él, mejores.

www.lavanguardia.com/lacontra/20160701/402885628637/no-puedo-elegir-estar-sano-pero-si-lo-menos-enfe



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