03 Feb «No me puedo imaginar haber vivido sin mi abuela en casa».
Alrededor del 25% de las personas mayores viven con su familia y tan solo un 4% habitan en residencias.
Sandra Palacios
Que los abuelos vivan en casa con sus hijos y nietos es una costumbre que se está extinguiendo. Según Juan Manuel Martínez, presidente de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA), alrededor del 25% de las personas mayores moran con su familia. Aun así, y pudiendo parecer lo contrario, tan solo el 4% están en residencias. Entonces, ¿cuál es el modo de vida de la mayoría de ellos? El 45% cohabitan en pareja, mientras que el 26% permanecen solos.
Martínez defiende que donde mejor se encuentran es en su propia vivienda. Incluso, aquellos con cierto grado de dependencia «deben intentar permanecer en su casa, adaptándola para residir en su mismo hogar con mayor tranquilidad y garantía de seguridad.
Si a pesar de acondicionar el domicilio y tener una ayuda en el mismo no pueden tener una vida absolutamente controlable bajo el punto de vista de la salud, es cuando hay que consultar con ellos la posibilidad de ir a una residencia». Sin embargo, Tamara, una chica de Sevilla, no se imagina haber estado sin su abuela en casa, y mucho menos se plantean en su familia trasladarla a una residencia: «Para mi abuela, llevarla sería matarla de la pena».
Cándida tiene 87 años y, aunque necesita un bastón para poder andar, no le impide realizar su caminata habitual de hora y media cogida del brazo de su hija. A su edad, no puede estar mejor mentalmente. A los 45 se quedó viuda y desde entonces se ha movido entre Sevilla y Madrid, donde residen sus dos ‘niñas’. Nunca quiso quedarse sola en el pueblo. Así, cuando su benjamina, la madre de Tamara, tuvo un embarazo fallido, no dudó en estar a su lado.
Nunca se han planteado meterla en una residencia o contratar a alguien que la cuide «porque realmente a mi abuela no hace falta que la cuide nadie, ella se ducha sola, se peina sola…», explica Tamara. Además, sus padres son autónomos y mientras trabajaban, Cándida atendía a sus nietos. «Mi abuela ha sido una ayuda para mis padres, sin su presencia alguno de los dos habría tenido que dejar de trabajar o hacerlo menos horas para cuidarnos», comenta la sevillana. De hecho, Cándida prepara la comida casi a diario, pone la lavadora y baja a comprar a la frutería; es una gran ayuda.
Pero no solo se trata de las labores domésticas, es mucho más. Su nieta destaca la felicidad que le ha aportado vivir con su abuela desde que nació: «Me ha cuidado siempre y para mí es como mi segunda madre». El hecho de que Cándida esté en casa, también ha ayudado a la madre de Tamara a no tener el síndrome del nido vacío, porque «le da mucha compañía». Además, ella insiste en que no quieren que la dejen atrás en nada porque sigue sintiéndose joven. «Por ello, cuando nos vamos de vacaciones siempre hemos contado con ella y se ha venido con nosotros», comparte con alegría su nieta.
Residencias
El presidente de CEOMA insiste en que el que los hijos abusen de dejar a sus padres en residencias para irse de vacaciones tiene más de bulo que de verdad: «A mí me consta que no hay tantos casos como se están diciendo». Martínez defiende que las residencias tienen el uso que deben tener y que cuando una persona mayor quiere ir a uno de estos centros temporalmente, mientras sus familiares no puedan estar dándole la atención que necesita, tiene que ser siempre con su autorización y consentimiento.
Por otro lado, Martínez no aconseja «para nada» el ‘síndrome de la gaviota‘, tres meses en casa de un hijo, tres meses en casa de otro. «No es recomendable, aunque, no obstante, cualquier modo de vida que lleve la persona mayor debe estar consultado y consensuado con ella; se tiene que sentir útil y no una carga», expone.
Independientemente de lo recomendable, muchos mayores tienen miedo de quedarse solos y otros no quieren meter a desconocidos en su hogar; prefieren estar con su familia, aunque eso implique pasar temporadas de un lado para otro. Es el caso de Concha, una valenciana de 97 años que lleva en la Ciudad Condal desde la década de los 60. Al igual que Cándida, se quedó viuda muy joven y, desde entonces, ha preferido vivir con sus hijas. Alrededor de dos décadas estuvo en casa de su primogénita, Pepita, hasta que su marido se puso enfermo y finalmente se mudó con su benjamina, Concha, donde previamente también había vivido durante 16 años. Actualmente, pasa dos meses con cada una de ellas, porque desde hace dos años no puede quedarse sola y quien esté a su cuidado no puede salir de casa.
Nada más empezar la mañana, Pepita atiende a su madre, la lava, le hace el desayuno y la arregla. La compra grande se la hacen sus nietas y si necesitan comprar algo del día, como el pan, Pepita primero lo encarga y después baja rápidamente a recogerlo porque Concha no puede quedarse sola; en octubre se cayó y se partió la cadera. «El problema es que mientras salgo a la calle puede caerse en un tropiezo al suelo. No se ha dado el caso, pero me da miedo que pueda ocurrir», expresa muy preocupada.
Ni imaginarlo
Con todo esto, nunca se han planteado llevarla a una residencia: «Mientras podamos turnarnos, no ha pasado por nuestra imaginación. El principal motivo por el que preferimos tenerla aquí es porque si la hubiéramos llevado a uno de estos centros no viviría. Dejarla sola para ella sería como si la abandonásemos», manifiesta Pepita. Al final, esta valenciana destaca el gran desahogo que le ha supuesto tenerla en su domicilio todo este tiempo, pues le ha sido de gran ayuda con el cuidado de sus hijos. «Siempre estuvo cuando la necesitamos y ahora ella nos necesita a nosotros», explica. Y, en este momento, piensa en la compañía que le da su madre porque «una vez que no esté, ya se habrá acabado».