11 Sep Niños con discapacidad en los campamentos de verano: «No te dejan ser, te dejan estar».
LORENA GAMARRA
«Saben que estoy, pero no me ven». Dani tiene 16 años y autismo de alto funcionamiento. Desde que era pequeño ha pasado por varios campamentos de verano hasta que un año decidió que ya no quería ir. «Lo paso mal. No hay campamentos felices. Muchas normas, muchas prohibiciones, mucho control. No te dejan ser, te dejan estar», explica.
De sus semanas de campamento recuerda los piojos que volvían con él a casa y lo mucho que echaba de menos a sus padres, pero también las noches observando las estrellas «con mucha gente». Con esa gente, simplemente, no se llevaba. No se sentía discriminado, «no incluido sería la palabra», matiza. «Soy invisible, no existo».
En España, según los datos del INE, hay 222.540 niños escolarizados con necesidades educativas especiales asociadas con alguna discapacidad, de los cuales, el 83,6% está integrado en centros ordinarios. Todos ellos, al igual que el resto de niños, tienen casi tres meses de vacaciones en verano y muchos padres deciden llevarles de campamento con el deseo y la esperanza de que sus hijos se diviertan y de poder conciliar, pero la integración a día de hoy no está ni mucho menos asegurada.
Este verano, el caso de Inés abrió muchos ojos. Con 11 años y con un retraso madurativo, fue expulsada de un campamento de inglés en Aldeaduero, Salamanca, por las quejas de varias madres que no querían que sus hijas convivieran con ella. Le siguió Marcos, de seis años y con autismo, que sufrió lo mismo en otro centro de Torrejón de Ardoz (Madrid) pero por otro motivo: «falta de personal», el mismo que le dieron a los padres de David, de nueve años y expulsado de otro en Torremolinos (Málaga).
«Esto sale ahora pero lleva pasando desde tiempos inmemoriales», apunta Delfy, la madre de Dani. Su hijo fue por primera vez de campamento a los 6 años. Era de inclusión y le aceptaron sin problemas. «Había tres niños con autismo y los tres llevaban maestras de apoyo pagadas por los padres, pero a mí no me avisaron. Al día siguiente, me dijeron que si no llevaba una persona de apoyo no podía seguir». Eso suponía añadir al coste de la actividad pagar a una persona durante la semana correspondiente. Dani no continuó en el campamento.
«Le cuidan, pero no le integran»
El segundo año acudió a otro organizado por el colegio. «Al principio no te ponen problemas, pero nos dimos cuenta de que el niño estaba desplazado, lo cuidaban y ya está, pero no lo integraban. Era una madre del AMPA la que estaba con él», lamenta su madre. Fue al tercer año cuando mejoró la experiencia con un monitor de escalada que se preocupó más de él.
El problema aseguran sus progenitores, es la falta de conciencia, algo que comparte Amalia. Su hija Malena, ahora con 18 años y autismo, también ha acudido a varios campamentos y considera que la integración total «es una utopía», pero con los años ha percibido una gran evolución perceptible en las denuncias de las familias y en su repercusión: «Cuando yo lo vivía no salía en los medios», reconoce.
Su experiencia la define como «muy frustrante». «La aceptaban si ponía una persona de apoyo. Siempre me respondían que no tenían medios». Aunque Malena entonces estaba bastante afectada sensorialmente, su madre nunca se planteó llevarle a un centro exclusivo, es decir, únicamente con niños con discapacidad. «Siempre preferí la integración. Cuando estaba en un grupo con niños sin discapacidad, siempre sumaba», cuenta.
Pero en el mar de campamentos y lugares de actividades que figuran en internet para que los niños pasen el verano mientras sus padres siguen trabajando, un centro público o uno privado no garantiza mejores atenciones al menor con discapacidad, según su experiencia. La adaptación depende, coinciden las dos familias, de las personas que están al frente. «Cuando mi hija era pequeña tenía que depender de la buena voluntad de alguien que quisiera integrarla», apunta Amalia.
De los campamentos a los que Malena ha acudido a lo largo de estos años, su madre solo menciona tres en los que realmente ha formado parte del grupo, dos de ellos de hípica. En todos, la clave fue la misma, la persona que estaba al frente. «Fue genial, y era porque la monitora también hacía terapia ecuestre. En su grupo eran 18 y eran dos monitoras porque estaban con animales».
«Los campamentos, mayoritariamente, no están preparados»
Es este aspecto, el de los ratios, fundamental en el buen funcionamiento de un grupo. Aunque no hay una normativa clara al respecto, según Jesús Martín, delegado de Derechos Humanos del CERMI (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad) los organizadores de este tipo de actividades «deben tener en cuenta la diversidad» y, por tanto, las necesidades de los niños que acuden, con o sin discapacidad. «En los campamentos, no llegas el mismo día y pagas. Se hace con adelanto, así que deben preparar todo. Si un niño tiene diabetes, alguien del personal tendrá que saber cómo mirar el azúcar. Si un niño fuera con silla de ruedas, pues habría que hacer algunas adaptaciones», explica Daniel, el padre de Dani.
En el caso de los niños con discapacidad intelectual o con trastornos de la conducta, sucede lo mismo. En algunos, la formación del único monitor puede ser suficiente, mientras que en otros es necesario reforzar el personal a cargo del grupo o reducir el número de niños. «Los apoyos y por tanto las ratios han de establecerse no en función del número de niñas y niños, sino en función de las necesidades de éstos. Habrá lugares en los que un monitor pueda dar cobertura a cinco personas, y habrá otros casos en los que la ratio sea uno», señala Silvia Sánchez, directora general de Plena Inclusión.
Pero el coste que requiere este tipo de refuerzos para la empresa organizadora muchas veces es determinante para no acoger a un menor con discapacidad o poner la condición de que el coste los asuma la familia y «tampoco es justo», denuncia Daniel.
La directora de Plena Inclusión defiende que algunos campamentos sí están preparados para afrontar estas situaciones porque tienen previstos los apoyos en función de las necesidades de las personas. «Pero mayoritariamente no se puede decir que estén preparados», apunta. «Se necesita más concienciación, más formación y sobre todo más vigilancia por parte de las Administraciones competentes para garantizar la participación de todas las personas».
Desde su asociación invita a normalizar la discapacidad no solo para favorecer a quien la tiene, sino como algo enriquecedor para el resto de las personas. «Acercarse a la discapacidad, conocerla, respetarla y normalizarla es un beneficio para toda la sociedad».
¿Anunciar la discapacidad?
En cuanto a los padres, tanto desde el CERMI como desde Plena Inclusión señalan el deber de los padres de facilitar toda la información necesaria sobre las necesidades de los menores para garantizar una mejor atención. No obstante, la decisión de transmitirle al resto de compañeros la discapacidad es algo personal del niño o la familia.
Uno de los aspectos que indignó a la madre de Inés, la niña de Aldeaduero, cuando su hija fue expulsada del campamento de inglés era que los monitores habían informado al resto de niños sobre las características de la menor pese a la petición expresa de la familia de que no lo hicieran para evitar que la estigmatizaran. Dani, el primer protagonista de este reportaje, reconoce que no les contaba a sus compañeros que tenía autismo porque «no sabían lo que era», una decisión que defienden en CERMI y Plena Inclusión. «No hay por qué anunciar de manera específica nada, igual que no se anuncia si en el campamento participan personas rubias, morenas, altas o bajas. Los niños y niñas naturalizan y normalizan las cosas mucho mejor que nosotros los adultos», argumenta Silvia Sánchez.
En todo caso, ante cualquier situación de vulneración de derechos, las asociaciones animan a denunciar. Los casos enumerados, aseguran, no son aislados. «La discriminación es algo que llevamos desde siempre -señala el delegado de Derechos Humanos del CERMI-. Afortunadamente, la ciudadanía con discapacidad está preparada para decir no y para denunciar».
Dani, a sus 16 años, ya no acude a campamentos, pero pasa su tiempo libre disfrutando de su infinidad de aficiones. Le gusta ir al cine, nadar, montar vídeos -incluso tiene un canal en Youtube- investigar sobre dinosaurios y «lo más importante, que me dejen no hacer nada. Meditar». Medita, pero no se queda en las nubes, sino que salta de ellas. Le encanta el parapente y salta con frecuencia. Se trata de una actividad inclusiva donde participan incluso niños con parálisis, según cuenta su padre. «Si tiran a chavales en parapente, ¿no los van a poder llevar de campamento?»