«Mi perra tiene más derechos a morir dignamente que yo»

«Mi perra tiene más derechos a morir dignamente que yo»

José Antonio Arrabal es un electricista de Alcobendas que fue diagnosticado de ELA hace un año promueve una campaña a través de ‘change.org’ para que lo dejen morir dignamente

LUCAS DE LA CAL

José Antonio Arrabal quiere suicidarse con dignidad porque ama vivir. Al principio pensó en tirarse a las vías del tren, pero lo descartó al existir la pequeña posibilidad de sobrevivir y quedarse aún peor de lo que está. Después se le pasó por la cabeza lanzarse al río y ahogarse porque no sabe nadar. También cambió de opinión. «Puede haber alguien que se le ocurra salvarme», afirma.

Lo piensa de verdad. Lo tiene claro. Es un tipo con la mente fría que te mira a los ojos convencido de que en menos de tres meses habrá muerto de una forma u otra. «Hace un año me diagnosticaron ELA y no quiero quedarme como un vegetal en la cama pudiendo mover únicamente los ojos. Por eso solicito la eutanasia cuanto antes».

José Antonio es electricista, tiene 57 años, dos hijos (de 20 y 26 años) y una mujer que intentan respetar su decisión. La entrevista no la quiere hacer en su piso de alquiler en Alcobendas por el dolor que esto le supone a su familia. Por eso quedamos con él en la oficina en Gran Vía de la plataforma de firmas ‘change.org’. José Antonio creó una petición (que ya ha recogido 8.220 firmas) pidiendo al Ministerio de Sanidad que le dejen morir en España a través de un suicidio asistido. «El artículo 143 del Código Penal m e lo impide. ¿Por qué no podemos acabar nuestra vida de manera digna si esta se convierte en un infierno?», dice en el escrito. «Si no me dejan morir en casa, me tendré que ir a Suiza que allí es legal».

-¿Estás preparado?

-Mañana mismo lo haría. No quiero pensar en el futuro que me esperaría con esta enfermedad degenerativa y en el lastre que le supondría a mi familia.

-¿Has tirado la toalla de la vida?

-Al estado en el que me voy a quedar en poco tiempo no se le puede llamar vida. Ya luché y superé hace tres años una enfermedad rara, hipereosinofilia, con sólo cinco casos diagnosticados en España. Pero lo que tengo ahora no tiene cura.

José Antonio se traba al hablar. Bebe agua. La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) todavía no ha afectado a sus cuerdas vocales. Si que tiene el brazo izquierdo muerto. Por eso lleva un vendaje especial que le sujeta los dedos y la muñeca. Asegura que le tienen que hacer el suicidio asistido antes de que pierda la movilidad en la mano derecha. «Como es un acto voluntario, necesito la otra mano para tomarme la sustancia que sea para morir y así no implicar a nadie. Ya empiezo a notar calambres. En menos de tres meses estoy en el otro barrio».

Choca escuchar a una persona explicar con esta frialdad cómo va a morir. Te lo cuenta como si tuviera que ir a comprar el pan. Y, como ejemplo, expone el caso de su perra Kira. Tenía nueve años, una hernia y problemas del corazón cuando el veterinario la indujo en agosto a una muerte sin dolor para que no sufriera. «Eso es lo que yo quiero. ¿Por qué mi perra va a tener más derechos que yo a morir dignamente? ¿El Estado prefiere que viva sufriendo varios años? Es que no es ni económicamente rentable para el sistema».

Este hombre nació en un pequeño pueblo de Ávila llamado Riocabado. De allí volvía ese fin de semana del pasado octubre en el que tomó la decisión más dura de su vida. Había hablado con médicos y asociaciones de enfermos de ELA. Con todos los casos encima de la mesa, decidió que esta vez no valía la pena luchar como hizo en septiembre de 2013 cuando le diagnosticaron el síndrome hipereosinofílico. Se pasó 15 días ingresado en el Hospital Infanta Sofía hasta que le detectaron, mediante una punción medular en el esternón, esta enfermedad rara causada por el aumento de un tipo de glóbulos blancos en la sangre. Tras varios tratamientos sin éxito, en septiembre de 2014, los médicos lograron encontrar un medicamento efectivo que controlara la enfermedad de un demacrado José Antonio. Nuestro protagonista empezó a sentirse mejor y volvió a su trabajo en la empresa de electricidad que tenía con su mujer María José.

Volvió a correr los 10 kilómetros que solía hacer los domingos y a su vida normal. Todo iba bien hasta que un año después, cuando estaba montando un cuadro eléctrico, notó un fuerte pinchazo en el brazo. El 10 de agosto le diagnosticaron ELA. «Desde entonces cada día estoy más torpe, hay momentos que no puedo andar, hablar y ni siquiera vestirme», cuenta.

Ahora se levanta todos los días en su piso de Alcobendas con miles de dolores. Las mañanas se las pasa leyendo libros y consultando la prensa por internet y por las tardes se entretiene viendo las series que echan en la televisión. «Para mi familia ha sido muy duro. Pero ellos saben al igual que yo que voy a morir tarde o temprano. Por eso pienso que para qué alargar el sufrimiento para mí y como consecuencia para ellos que me tendrían que cuidar».

-¿Te han intentado hacer cambiar de opinión?

-No. Cuando decido hacer una cosa difícilmente cambio de parecer. Saben que es mi decisión, mi vida, mi sufrimiento.

José Antonio repite varias veces que quiere que su historia se sepa porque se debe regular la eutanasia en España, donde inducir al suicidio está castigado con una pena de cuatro a ocho años de prisión. Pero tiene claro, que si por algún casual su caso sirve para modificar la ley, él ya llevará mucho tiempo muerto.

www.elmundo.es/madrid/2016/11/09/5821ff36e2704e9b678b461f.html?cid=MOTB23701