27 Jul Mayores de 65 y adolescentes, los más discriminados por su edad.
Uno de cada tres europeos ha sufrido discriminación por su edad. Adolescentes y mayores de 65 son los más perjudicados. Y fueron los grandes marginados en la pandemia.
Laura G. de Rivera
«Las personas edadistas estamos tirando piedras a nuestro propio tejado. Esta es una sociedad muy cruel, en que se desdeña a los mayores, sin pensar que nosotros mismos vamos a vernos en esa situación dentro de unos años», recuerda a Público Andrés Losada, catedrático de Psicología en la Universidad Rey Juan Carlos y vicepresidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.
Se refiere al edadismo una forma de prejuicio social, que define como un «conjunto de ideas, prejuicios, estereotipos interiorizados o expresados en la conducta hacia otras personas por la edad». Y resulta que los más perjudicados son adolescentes y personas mayores.
De acuerdo con el Informe mundial sobre el edadismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a escala mundial, una de cada dos personas discrimina a los mayores por su edad y, en Europa, una de cada tres personas reconoce haber sufrido edadismo.
Covid-19, experimento de crueldad humana
«Recientemente, con la pandemia de la covid-19, hemos pasado por un experimento natural de grandes dimensiones, que ha dejado claro que somos una sociedad muy edadista contra los mayores. Lo hemos visto tanto en las decisiones políticas que se han tomado como en la forma en que la sociedad ha aceptado esta discriminación», denuncia Losada.
Mientras en Estados Unidos se popularizaba en redes el hashtag #boomerremover, en alusión a la muerte de los integrantes de la generación del Baby boom, «en España, muchos medios de comunicación transmitían el mensaje de que no hay que preocuparse, quienes están muriendo son los más mayores«, comenta.
Como recalca este experto, «las medidas sanitarias tomadas también fueron tremendamente discriminatorias, respecto al no uso de recursos a partir de cierta edad o el no permitir a las personas mayores relacionarse con gente de otras edades, ni siquiera podían despedirse de sus seres queridos antes de morir en los hospitales».
Y todo esto, sin hablar de lo sucedido en las residencias. «Ha sido terrible lo que ha sucedido durante la pandemia. Y lo peor de todo es que no ha habido consecuencias para los responsables. Como sociedad, no deberíamos estar orgullosos», sentencia Losada.
El crimen de las residencias
Ocurrió en un escenario de crisis, en que no se escucharon los avisos de los expertos, como una declaración publicada en abril de 2020 y firmada por más de 1.100 psicólogos, educadores, trabajadores sociales, investigadores universitarios, gerontólogos y otros profesionales de la salud sobre la necesidad de transformar el sistema de cuidados institucionalizados.
En la otra cara de la moneda, «las personas que han perdido a un ser querido en las residencias o los hospitales, sin ni siquiera haberse podido despedir, están sufriendo grandes secuelas en su salud mental», asegura el psicólogo, que en esta época postpandemia ha visto multiplicarse los casos de pacientes que acuden a la consulta porque no pueden superar ese sentimiento de culpa por haber abandonado a sus mayores.
Adolescentes, los otros grandes marginados
En el extremo opuesto de la pirámide poblacional, los otros grandes perdedores de la pandemia han sido los adolescentes, un grupo de edad que también es víctima frecuente del edadismo y que, igual que los ancianos, sufre un alta prevalencia de soledad no deseada.
Dos factores que han de tenerse en cuenta en la ecuación del suicidio que, desde 2019, se ha convertido en la primera causa de muerte en España entre los jóvenes de 15 a 29 años.
«La pandemia les afectó en una situación de gran vulnerabilidad, y las consecuencias que estamos viendo hoy son un aumento muy grande de suicidios, soledad y adicciones en los chavales», señala Losada, que también es coordinador del Programa de Soledad no Deseada del Colegio Oficial de Psicólogos.
Y es que no solo fue un grupo de edad al que la sociedad intentó hacer responsable de los contagios por la covid-19, incluso, con campañas masivas en los medios en que se les pedía a los chicos que eligieran entre salir a tomar unas tapas o matar a su abuela, sino que las restricciones de distanciamiento social chocaron frontalmente con la necesidad natural y sana que un adolescente tiene de relacionarse con sus iguales.
Por si fuera poco, «el confinamiento contribuyó a un mayor uso y dependencia de las nuevas tecnologías, que aíslan a los jóvenes de la interacción real y les impiden poner en práctica las habilidades sociales necesarias para cultivar una amistad. La comunicación por las redes sociales es fría, falsa y poco sensible a los estímulos que se producen en una relación real», advierte Losada.
Por su parte, Andoni Anseán, presidente de la Sociedad Española de Suicidología y de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, pone de relieve el peligro del mensaje nocivo que, muchas veces, estas redes transmiten a nuestros jóvenes. «Te dicen que tienes que lograr tu sueño y vivir de ello y, encima, ganar mucho dinero. Es una gran falacia. La vida no es lo que vemos en TikTok. Solo hay que vivirla y no crearse expectativas que vienen de fuera. Si te comparas con ellas, te sientes fracasado, fuera de lugar».
Consecuencias del edadismo
Según el Informe mundial sobre el edadismo de la OMS, el edadismo aumenta el riesgo de violencia y abuso y se asocia peor salud física y mental y menor esperanza de vida.
En personas mayores, está vinculada a un mayor deterioro cognitivo y mayor vulnerabilidad a problemas cardiovasculares. Además, está íntimamente relacionado con la soledad no deseada, entendida como una sensación subjetiva y dolorosa de soledad.
Según concluye un artículo publicado el año pasado en International Journal of Environmental Research and Public Health, «ignorar la heterogeneidad del grupo de personas mayores y equiparar edad avanzada con vulnerabilidad y dependencia altera la percepción del propio proceso de envejecimiento y supone un obstáculo para envejecer activamente, ya que este grupo de población puede autopercibirse como poco capaz y autoexcluirse«.
Quizá, la explicación de este prejuicio social esté en que, «en las sociedades contemporáneas capitalistas, el trabajo y la productividad son cuestiones centrales. En el momento en que dejas de participar en el mercado laboral, o si nunca has participado en él, la sociedad te aparta. Bajo esta lógica, una persona solo cuenta cuando contribuye en lo productivo», tal y como sugiere Mireia Fernández Ardèvol, investigadora de la Universidad Oberta de Cataluña y coautora del libro Digital Ageism. How it Operates and Approaches to Tackling it.