10 Feb Los niños con autismo tienen cuatro veces más insomnio que el resto de la población infantil.
La gran comorbilidad entre los trastornos del sueño y los trastornos del neurodesarrollo.
Servimedia
Los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA) son hasta cuatro veces más propensos a tener problemas para conciliar el sueño que el resto de la población infantil. Así lo aseguró la doctora Mara Parellada, adjunta del Servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente del Hospital Universitario Gregorio Marañón y coordinadora de los programas de Atención Médica Integral a Trastornos del Espectro Autista y de Diagnóstico Complejo de Autismo, durante su intervención en el «CNS Exeltis Day», celebrado este martes de forma virtual.
Tras destacar la gran comorbilidad entre los trastornos del sueño y los trastornos del neurodesarrollo, subrayó que la prevalencia de trastornos del sueño aumenta de forma notable en niños con TEA. Además, prosiguió, la probabilidad de que los problemas de insomnio desaparezcan sin ningún tipo de intervención a lo largo de su vida adulta es mayor en niños neurotípicos.
Reivindicó por ello «dar más importancia a esta problemática en las consultas del médico y prestar más atención a los aspectos relativos al sueño, ya que en ocasiones pasa desapercibida y no se identifica como un trastorno». Asimismo, la doctora aseguró que el insomnio y la consecuente somnolencia diurna en los niños con autismo tiene una influencia muy negativa en su conducta y aprendizaje y en su bienestar. La familia acaba también percibiendo una peor calidad de vida de forma progresiva, prosiguió, debido a «los elementos del comportamiento del niño durante el día, como la agresividad o la ansiedad asociados a un mal descanso».
Según explicó, no existe un factor común entre los niños autistas que sea el causante de todos los problemas para conciliar el sueño, sino «múltiples motivos dependiendo de cada caso: desde alteraciones genéticas, hasta determinadas rutinas, hipersensibilidades sensoriales (como la luz, el ruido o ciertas texturas), estereotipias, ansiedad, hiperactividad, falta de regulación emocional, medicamentos o la epilepsia».
Como solución, Parellada propuso una evaluación completa de los hábitos del sueño, que incluya las horas de acostarse y levantarse, las siestas, los despertares nocturnos y el resto de los comportamientos asociados, para lo que deberá contar con la ayuda de la familia. Los médicos especializados «deberán además tener en cuenta las causas biológicas, la higiene del sueño, las rutinas y el resto de las causas ambientales o familiares, para observar si son modificables o no», afirmó la especialista.
Tras un correcto registro del sueño, aconsejó la elaboración de una encuesta de todas las circunstancias acompañantes para, finalmente, recomendar un tratamiento adecuado. En última instancia, si dicha intervención no funcionara, se precisaría de tratamiento farmacológico, concluyó.