Los mayores de Valladolid cambian el paso: quieren tecnología, inglés y yoga

Los mayores de Valladolid cambian el paso: quieren tecnología, inglés y yoga

Los centros del Ayuntamiento y las aulas de la Diputación adaptan sus actividades a la nueva demanda y se preparan para la llegada a la tercera edad de los nacidos durante el ‘baby-boom’.

ANTONIO G. ENCINAS – VALLADOLID

Los analistas económicos tienen pesadillas con una pirámide de población en la que los nacidos entre 1958 y 1970 empiezan a alcanzar la edad de jubilación. Y lo hacen, además, en una época en la que la esperanza de vida ha aumentado más de diez años respecto a la época en la que nacieron. ¿Quién va a pagar todo esto? Esa es la pregunta macroeconómica. Pero hay otra más. Una variante sociológica. ¿Qué van a hacer todos estos jubilados en esta nueva etapa de sus vidas después de haber pasado por una experiencia vital opuesta a la que disfrutaron sus padres?

Daniel Rueda es sociólogo, profesor de la Universidad de Valladolid y tiene 69 años. Resulta evidente, en el despacho en el que se prepara para la época de exámenes que se avecina, que está muy lejos de sentirse ‘mayor’. «Poner la imagen de una persona mayor que tenía su mundo en su pueblo y poco más, y que venía a la ciudad un par de veces al año, al lado de una persona que navega por Internet, viaja, conoce… Es un cambio radical. La población mayor que llega trae otro equipaje y otro bagaje muy distinto», señala.

Y eso empieza a sentirse ya en los centros de mayores de Valladolid o en las aulas de cultura de la Diputación en los municipios de la provincia. «Este tipo de servicios se tienen que adaptar a eso», advierte el sociólogo. Y han empezado por hacer caso, inconscientemente, a una recomendación suya:«Que sean las personas mayores las que programen qué necesitan y qué quieren».

El Ayuntamiento, que gestiona una docena de centros de mayores, ha comenzado por variar el reglamento para que la participación sea mayor. En la Rondilla, por ejemplo, diez personas se han erigido en Consejo de Centro. Cinco son monitores y cinco, participantes activos en algunos de los cuarenta talleres que se ofrecen en un local por el que pasan a diario entre 800 y 900 personas.

CENTROS DE MAYORES

Ángela Díez es la directora desde el año 1992 y ha presenciado esa evolución constante en los perfiles de sus usuarios. «Cuando empecé, muchas mujeres apenas sabían leer y escribir y venían más a jugar a las cartas, tomar un café y socializar un poco. La edad era de 60 años, pero vividos sin mucha cultura, sin muchas posibilidades, aferradas a los maridos. Los hombres que venían tampoco querían participar, solo pasar el tiempo y tomarse un vino. Y luego hemos notado que el nivel cultural ha cambiado y que hombres y mujeres vienen cuando se jubilan, porque las mujeres están trabajando también. Ahora hay mujeres que tienen 70 años y no se nota porque visten de otra manera, tienen otras inquietudes», explica.

Hace unos días se han celebrado los 35 años de las aulas de cultura de la Diputación. Nati García, coordinadora del programa, lo conoce casi desde su origen, puesto que lleva en él 32 años. «Hay un cambio de concienciación y de mentalidad. Las mujeres antes, si salían de casa, tenían que justificar por qué. Iban al curso y volvían con algo, como una manualidad. Lo de ir a aprender qué era un retablo, por aprender, no valía. Y ahora se sale incluso fuera de la provincia y se viaja a Londres, por ejemplo. El lema es aprender disfrutando», cuenta.

El Centro de Mayores de Rondilla hace tiempo que se queda pequeño. Diminuto. Los espacios disponibles se acomodan como buenamente es posible para albergar esos cuarenta talleres de todos los tipos, desde yoga a inglés o informática. «Ahora con 65 años somos jóvenes. Antes pedían costura y cosas manuales, típicas de ama de casa, y ahora nos gusta la historia, los comentarios de textos, conciertos… Lo que pasa es que los mayores de ahora somos mucho más jóvenes que los mayores de antes», dice María Ángeles Sánchez, usuaria y miembro del Consejo de Centro.

Su compañera Alegría Valencia pone el ejemplo de sus propios padres. «Para mi madre, ir a un bar a tomar un café era algo impensable, pero ir al hogar de mayores estaba bien visto porque ibas con tu marido. Mis padres iban al centro de mayores de San Juan. Y era una apertura muy buena para ellas porque salían de casa, se arreglaban y se relacionaban».

Algo de esa labor socializadora permanece aún en los pueblos de la provincia, especialmente en aquellos con los que la despoblación se ha cebado. Tiedra llegó a tener «cinco escuelas», recuerdan las mujeres que hoy componen casi por completo la asociación Nuestra Señora de Tiedra Vieja. Hoy, en el edificio que fue una de esas escuelas, por el que pasaron cuando eran niñas, en esos años en los que había «ciento y pico niños solo en párvulos», vuelven a reunirse para escuchar hablar de historia, de literatura, de filosofía.

«El aula ha cambiado, de venir aquí a leer y escribir hemos pasado a algo más complejo, con temas actuales. El día 7 nos vamos a Tordesillas a celebrar el Día de la Mujer», cuenta Marisa.

«Hay otras personas más mayores que siguen participando porque les da la vida, social y culturalmente. Tener que salir un día y relacionarse y compartir con otras personas… Una señora decía hace poco que estaba mejor de los dolores el día que iba al aula», relata Nati García. La Diputación cuenta con 239 grupos de sus aulas de cultura en 169 municipios de los 225 de la provincia. La Seca o Rueda tienen varios grupos. En pueblos más pequeños, como Villalán y Villafrades de Campos, se juntan para formar un grupo más amplio.

Los 23 profesores que las atienden, funcionarios, buscan encontrar aquello que más motive a estos peculiares alumnos. Marta Sánchez, que enseña en Tiedra, va a probar ahora con una escuela de pensamiento y filosofía «en plan ameno», cuentan sus alumnas. «El taller de escritura creativa es una estrella dentro del programa, y el perfil no tiene nada que ver con las aulas de hace 35 años. Escriben, hacen microrrelatos, poesía e incluso microrrelatos en inglés, y esos grupos son muy diferentes al resto», explica Nati García.

La necesidad de socializar, de relacionarse, es una constante. Y no solo en los pueblos más pequeños, donde el invierno se hace duro con tardes interminables y pocas opciones de recreo. «El centro resulta muy integrador para la gente», cuenta Elena Gorostiza, del Consejo de Rondilla. «Los que participamos en los talleres somos conscientes de ello. La gente viene con necesidades de afecto o emocionales y se complementan aquí. Y ves la diferencia que existe cuando llegan y cuando se encuentran integrados en el grupo».

Los ejemplos son numerosos y casi siempre referidos al género femenino. «A una vecina que estaba mal, con 70 años, muy aburrida de estar en casa, le dije que por qué no iba al centro de mayores. Me decía ‘a qué voy yo con gente tan mayor’. Vino hace dos años y está encantada de la vida. A las cuatro de la tarde ya está aquí», comenta Ana Gallardo.

Su compañera Elena tiene la experiencia «de una cuñada, muy sometida a vivir siempre al arrimo de su marido. Murió él y se encontró con que no tenía nada. Para ella ha sido la redención. Es una persona diferente».

¿Y ellos? Pues el cambio, en este caso, llega más ralentizado. Aún son muchos los que eligen la partida. Anacleto Alonso enseña informática. «La mayoría de los hombres se adapta menos a las actividades, les gustan más las cartas, tomar su café», admite. Enrique Cartón, voluntario ya desde hace casi una década, José Antonio González y Francisco Pérez son los otros tres componentes de este consejo que se ha querido constituir lo más paritario posible.

El sociólogo Daniel Rueda considera que esa diferencia de actitud es más palpable aún en el mundo rural. «Las mujeres son más activas, se basa su relación en la comunicación y el compartir, son de relatos; los hombres son más de relaciones a través del juego y en el bar».

«Los hombres van menos pero van participando cada vez más. Siempre han pensado que el programa de aulas es como de mujeres, cuando se hacían actividades que eran encasilladas como para mujeres y está costando cambiar esa idea», admite Nati García, que sin embargo considera que tampoco es malo ‘per se’ que haya más mujeres. «Las mujeres estaban durante muchos años dentro de su hogar y tenían pocas opciones de ir a cosas públicas». Hay actividades que desde luego parecen atraerles mucho más. Y también hay diferencias por pueblos, según la coordinadora del programa de la Diputación. «Hay determinados municipios que cuentan con más hombres. En grupos como Montealegre se ha incrementado muchísimo el número de hombres. En idiomas e informática es donde más hombres hay», señala.

www.elnortedecastilla.es/valladolid/mayores-valladolid-cambian-20190127122526-nt.html



Pin It on Pinterest

Share This