Los habitantes de la España más vacía: “Muchos se darán cuenta ahora de que aquí se vive muy bien”.

Los habitantes de la España más vacía: “Muchos se darán cuenta ahora de que aquí se vive muy bien”.

Residentes en municipios con hasta 10 personas censadas hacen balance de la transición de la cuarentena al desconfinamiento y valoran las ventajas de pasar la pandemia en sitios casi aislados.

José M Abad Liñán

En el municipio más deshabitado de España, unos cowboys androides se asoman por una pantalla solitaria cada noche. El alcalde de Illán de Vacas (Toledo, solo tres habitantes, aún en fase 0) se sacude el aburrimiento con el wéstern futurista Westworld. Javier Bollain lo ha intentado también con Gárgoris y Habidis, libro de Fernando Sánchez-Dragó, pero se le ha hecho «imposible de leer»; más alivio contra la soledad dice encontrar este empleado de banca jubilado en las 1.600 páginas de la primera parte de Decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon.

La covid-19 ha pasado de largo por su municipio y otros nueve pueblos casi deshabitados del interior de España. Alcaldes y vecinos confirman al teléfono que ninguno de sus habitantes ha contraído la enfermedad, y eso que casi todos cargan a sus espaldas muchos años. Por suerte, tampoco les han llevado el coronavirus los visitantes ocasionales a los que el decreto de estado de alarma pilló en su segunda residencia. La mitad de estos pueblos ha pasado este lunes a la fase 1 de la desescalada.

El dinero es un problema. Nosotros traíamos metálico, pero no esperábamos pasar aquí tanto tiempo. Me lo han tenido que mandar por Correos»

El censo de Valdeprado dice que tiene ocho habitantes, pero ninguno de ellos se encuentra estos días en esa pequeña localidad de la comarca de Tierras Altas de Soria: solo la pueblan dos matrimonios de forasteros emparentados. Marga Jiménez (68 años) vive y está censada en Zaragoza, y llegó al pueblo –que acaba de pasar a la fase 1– dos días antes del confinamiento. Lo mismo hizo su única vecina, Blanqui Oyón (62 años), que solía recorrer cada fin de semana las dos horas que separan Valdeprado de su casa, cerca de Pamplona. «Nunca había pasado tantos días seguidos aquí», bromea desde su móvil.

Para conseguir algo de cobertura, Blanqui ha tenido que salirse del pueblo. Marga tiene que hacer lo mismo. Pero van por separado, como exige el distanciamiento social. El concepto suena pomposo en un pueblo casi desierto, pero, aun así, se aplica a rajatabla. «Cuando salimos de paseo, un matrimonio tira en una dirección y el otro, en otra, pero nos llevamos bien, ¿eh?», aclara Marga. Salir a «pillar cobertura» es «una distracción más» para matar las muchas horas que dejan libres los sudokus y los puzles.

A distancia, pero con alegría, ven aparecer a Laly Cabriada por un extremo del pueblo cada siete o diez días. La crisis del coronavirus ha transformado de la noche a la mañana a esta limpiadora de la mancomunidad de Tierras Altas en una proveedora de alimentos y medicinas a domicilio para las dos familias atrapadas en Valdeprado y otras de la comarca. «Muchos son vecinos y están empadronados. Son gente de la zona, no han venido aquí a refugiarse», especifica. Dos compañeras suyas también han dejado las tareas de limpieza para echarse a la carretera y ayudar.

Aunque la tranquilidad sea la norma, algunas excepciones han dado que hablar en tantas semanas de días idénticos. Un vecino de Villarroya (La Rioja, 5 censados, 8 habitantes, en fase 1) alertó de que un buscador de setas se había presentado con su quad por la zona, relata el alcalde, Salvador Pérez Abad. Llamaron a la Guardia Civil y al guarda forestal. «No queremos que venga nadie no ya a por setas, sino a contaminarnos». En una zona cercana a Jaramillo Quemado (Burgos, 7 censados, unos 15 habitantes, en fase 0) sorprendieron a dos personas recolectando también hongos, cuenta su regidor, David Sebastián.

«El problema no es que venga gente, sino que yo mismo cuando bajo a comprar a Soria me puedo traer la porquería», se lamenta Isidro Gil, de 51 años, que tiene que ir desde el pueblo del que es alcalde, Quiñonería (Soria, 9 censados, 4 habitantes, en fase 0), a la capital de la provincia, a 54 kilómetros. A pesar de ir pertrechado con guantes, mascarillas y desinfectante, teme contagiar en un descuido a todos sus vecinos, que son su hermano y sus padres. A Soria, la menos poblada de todas las provincias españolas, le ha golpeado duro la covid-19: hasta el día 10 de mayo, registró 118 muertes.

Si avituallarse ya no era cómodo en circunstancias normales, en estas se ha complicado; en algunos municipios los vendedores ambulantes han seguido llevando una vez por semana carne, pan y congelados. En otros, como en Quiñonería, no existe ese servicio. Las salidas para hacerse con productos básicos, que antes se hacían una vez a la semana, ahora se han espaciado hasta los 10 o 15 días.

El alcalde de Quiñonería (Soria) teme contagiar en un descuido a todos sus vecinos, que son su hermano y sus padres

La leche en polvo encargada por Internet le ha llegado bien a la habitante más joven de estos pueblos de la España más vacía. Adriana, un bebé de cuatro meses, es la hija del alcalde de Fuembellida (Guadalajara, 10 censados, 11 habitantes, en fase 1), Ángel Orejudo, un bombero forestal de 47 años. El cierre en la hostelería y en el comercio decretado por la crisis sanitaria no ha supuesto mucho cambio en su pueblo. Ni en el resto. Ninguno tiene tienda desde hace años, ni tampoco sucursal bancaria. En algún caso cuentan con un bar que solo abre en verano.

«El dinero es un problema. Nosotros traíamos metálico, pero no esperábamos pasar aquí tanto tiempo. Me lo han tenido que mandar por Correos mis hijos desde Zaragoza», comenta apurada Marga Jiménez desde Valdeprado. Con desconfianza mira los euros Salvador Pérez Abad, que lleva de alcalde de la cercana Villarroya 47 de sus 73 años: «A las monedas les echo alcohol». Se precavió y su pequeño Ayuntamiento compró mascarillas para los vecinos antes de que escasearan. En Quiñonería se las han apañado con un paquete de mascarillas que usan para echar los fitosanitarios en el campo.

No tienen queja con la atención médica —llaman o los llaman desde los centros de salud de sus zonas–, ni la seguridad —llaman o les llama la Guardia Civil—, ni con la higiene de las calles. Muchos pueblos han visto venir de fuera pequeñas brigadas para desinfectarlas. «Llegaron unos que nos preguntaron dónde estaban el estanco, la farmacia y el centro de salud», comenta divertido el alcalde de Illán de Vacas. «Mire usted’, les dije; ‘aquí solo hay dos calles, así que fumiguen en esa puerta y en esta».

Los alcaldes tampoco tienen dudas de que el campo es mejor que la ciudad en estos casos. «Una señora que se ha quedado atrapada aquí está esperando un trasplante y tiene que usar oxígeno; aquí estará mejor», defiende el regidor de Valdemadera (La Rioja, 8 censados, 6 habitantes normalmente y ahora 16, en fase 1), Ildefonso Fernández. Una excedencia ha librado a María Mercedes Rupérez, alcaldesa de Villanueva de Gormaz (Soria, 8 censados, quizá un habitante más, en fase 0), de presenciar algunos casos de coronavirus en la residencia de ancianos donde trabajaba, fuera de su localidad, como cuidadora. En su pueblo da prueba del desconfinamiento un niño que ve montando en bicicleta desde su ventana.

«Ahora se va a dar cuenta mucha gente de que en los pueblos se vive muy bien. Tenemos lo que necesitamos: comida, amistad con vecinos que nos pueden ayudar, gran tranquilidad. Bueno, antes no había Internet porque estamos en una zona de sierra, pero ahora ya sí», comenta el alcalde de Jaramillo Quemado. En Illán de Vacas, a 100 kilómetros de Madrid, la conexión a Internet por satélite «va regular, pero tira». Aunque la conexión no fuera perfecta, permitió a su alcalde teletrabajar para su banco durante nueve años, hasta que se jubiló en 2019.

La decana de los 500 psicólogos de La Rioja llegó al pueblo de su familia, Villarroya, unos días antes del estado de alarma. Y allí quedó confinada Pilar Calvo. Arreciaba el invierno, bronco a más de 900 metros de altitud, y dos nevadas y muchos aguaceros le han velado las vistas al Moncayo desde su casa, pero ahora que el tiempo y la pandemia han dado tregua pasea feliz por caminos jalonados de tomillo, aliaga y orquídeas salvajes. A 60 kilómetros de Logroño, Internet le ha permitido coordinarse con sus colegas para montar un dispositivo de ayuda psicológica a médicos y enfermeros de su región. Y sus vecinos, ¿también han necesitado esa ayuda? En varios whatsapps ha percibido «preocupación, inquietud y cierto temor». En el grupo de WhatsApp de Villarroya, con muchos hijos del pueblo que viven en ciudades, ahora se habla de cómo se lleva el confinamiento y cómo será el desconfinamiento. Antes lo usaban «para enterarse de si se moría alguien», apunta el alcalde.

Por poco que haya cambiado la vida en estos pueblos, los vecinos han echado de menos las rutinas de antes. Añoran «bajar a tomar algo a un bar», «hablar con gente» o «montar en bici»; «Tengo que preguntarle a la Guardia Civil si puedo», se decía el alcalde de Illán de Vacas unos días antes de que en efecto se permitiera. Varios han extrañado «ir al huerto a sembrar». El campo ha seguido cultivándose profesionalmente, «gracias a salvoconductos», señala ese regidor. Jaramillo Quemado, un pueblo en la linde que separa Tierras de Lara de La Demanda, se queda en la fase 0. Su regidor espera paciente a que «se abran Burgos o Madrid» para recuperar el turismo de la zona.

Toño Arroyo, el cura de San Pedro Manrique, el pueblo al que le bastan 620 habitantes para ser el más grande de Tierras Altas de Soria, tiene bajo su responsabilidad a los fieles de nada menos que 56 pueblos, el minúsculo Valdeprado entre ellos. Ha sustituido las misas por mensajes pastorales en Facebook. Desde los altavoces de su campanario ha deseado a sus fieles «que Dios les bendiga en Semana Santa y, ahora en Ramadán, que Alá proteja a los musulmanes»; junto a varias familias de hispanoamericanos, estos han traído sangre fresca a una zona tan despoblada.

Y ya que la Semana Santa —con su inyección de visitantes— no se ha celebrado, ahora se espera con ganas a julio a ver si entonces se llenan las casas vacías de veraneantes. La esposa de Mariano Alfaro, el alcalde de Valtablado del Río (Guadalajara, 7 censados, en fase 1), y él son los dos únicos habitantes estables de su pueblo. Alfaro confía en que este año vuelvan los dos centenares de personas que suelen juntarse en verano. Entre ellos habrá gente de sobra con quien echar la partida, como él añora. Su vida, dice, era tan solitaria antes, totalmente confinados, como ahora, desconfinándose.

Pero la esperanza de ver aparecer a los veraneantes hace años que no es consuelo en Estepa de San Juan (Soria, 7 censados, 4 habitantes, en fase 0). «Hay muchas casas en venta, verdaderos casoplones, pero los hijos de quienes las hicieron ya ni vienen. No por la crisis del coronavirus esta, sino ya de antes», contesta apenado su alcalde, Miguel Ángel Muñoz Matute.

En el municipio menos poblado de España, la fase 0 es «casi equivalente a la vida sin coronavirus», sentencia Javier Bollain, su alcalde: «Vemos a la gente que viene del pueblo de al lado caminando y se ven pasar camiones para una obra; vamos, lo de antes del virus». Defiende pasar la cuarentena en su pequeñísima localidad. «En un primer momento del confinamiento te crees que estás mejor en Madrid que en un pueblo, y al final de 15 días es al revés. ¿Qué vas a hacer allí?, ¿ir a un hospital a que te mareen?», se pregunta antes de que el periodista lo despida:

—Javier, pues gracias por su tiempo y cuídese usted.
—No, no: ¡cuídense ustedes, ahí en Madrid!

https://elpais.com/politica/2020/05/02/diario_de_espana/1588434784_285919.html



Pin It on Pinterest

Share This