Las zonas rurales despobladas se benefician del efecto confinamiento.

Las zonas rurales despobladas se benefician del efecto confinamiento.

Crece la demanda en los bancos de tierras que gestionan fincas abandonadas.

Marc Rovira

El confinamiento ha incrementado la demanda por fincas rústicas, terrenos y parcelas de tierra donde la holgadez de espacio al aire libre haga más llevaderas las restricciones a la movilidad de sucesivos encierros. Zonas rurales que tienen excedente de campos abandonados y propiedades en desuso tratan de casar ese interés urbanita por vivir en el campo para mitigar el riesgo de despoblación que sufren. Los bancos de tierras del Priorat y el Baix Camp gestionan más de 700 hectáreas disponibles y llevan la delantera a la hora de encontrar nuevas manos para trabajar tierras y fincas que han quedado en desuso.

Los meses de confinamiento y la permanente amenaza de una nueva restricción a la movilidad han activado el interés por poseer una parcela de terreno al aire libre donde poder oxigenarse. Hay quien va más allá y, con la nueva normalidad, se replantea emprender una nueva forma de vida. Una vida en el campo. “A veces se idealiza una manera de vivir que, en realidad, es dura”, advierte Mireia Vilamala, responsable del banco de tierras del Priorat. “Claro que hay gente que se flipa un poco pensando en que van a encontrar una finca con casita y van a hacer esto y lo otro. Luego no se terminan de decidir nunca”, apunta Gessamí Sardà, encargado del banco de tierras del Baix Camp. Las dos comarcas tarraconenses son pioneras en la implantación y desarrollo de un sistema para gestionar campos y explotaciones agrícolas que se han abandonado.

El Priorat ofrece 176 fincas de 39 propietarios, un total de 239 hectáreas. En el Baix Camp el banco de tierras gestiona casi 500 hectáreas. La idea es que la herramienta sirva para recuperar tierras que quedaron en desuso y mitigar la falta de relevo agrario. De rebote, también se busca atraer gente a núcleos rurales que sufren la amenaza de la despoblación. “Descubrimos el tema del banco de tierras durante el confinamiento, queremos buscar un trozo de parcela para iniciar un proyecto que nos permita vivir en el campo y vivir del campo”, señalan Marta Giménez y Xesco Jou. Treintañeros y psicológos, los dos, sus orígenes están lejos del campo, en el área metropolitana los de ella y cerca de las playas del Maresme, los de él. Afirman que están en una fase de inflexión. “Tenemos que decidir hacia donde orientamos nuestra vida y, a raíz del coronavirus, nos surge la necesidad de no regresar a la ciudad”. La pareja admite que su apuesta “es un proyecto de vida y tiene algo de activismo”, pero ambos descartan que sea un antojo pasajero. “Sabemos lo que hay, no vamos a caer en la utopía de que nos vamos a vivir al campo y ya está”. Detallan que el proyecto que tienen en mente busca “diversificar”. Hablan de hacer venta directa de cestos de fruta y verdura, de ofrecer alojamiento rural y de potenciar el apadrinamiento de plantas o trozos de huerto: “es una manera distinta de poder interaccionar con el campo, te lo cuidamos pero es tuyo, puedes venir cuando quieras”.

Abandono reiterado

Mireia Vilamala señala que en el Priorat, pese al potente tirón del vino, cada año se abandonan 200 hectáreas de tierras. Las bodegas se pelean por ocupar las laderas pizarrosas que son más frondosas para la uva pero, en la comarca, también hay tierras con olivos, almendros o avellanos, cultivos en riesgo de menguar. Atraer a candidatos que den utilidad a esos campos pasa, muchas veces, por jóvenes emprendedores o por payeses ya consolidados que pretenden ampliar sus campos.

Sin embargo, la apuesta doblemente ganadora para el Priorat se da al reclutar a forasteros que ayuden a contener la despoblación: 500 vecinos menos en la última década, una caída del 5% para una comarca que no llega a los 10.000 censados. “El problema es el tipo de fincas que nos piden, difíciles de encontrar porque en muchos casos se busca que la parcela de tierra vaya vinculada a una masía en la que poder iniciar un proyecto vital”, relata Vilamala. Gessamí Sardà manifiesta que la mitad de los que se interesan por el banco de tierras del Baix Camp hablan de “proyecto de vida con casita en el campo”. La pretensión, dice, aboca a una descompensación porque “hay más gente que busca casa con tierra que disponibilidad de fincas con casa”. Sardà rehuye hablar de fiebre “urbanita” por el campo, por el deje despectivo que pueda haber detrás del término. “No tiene nada que ver que alguien sea de ciudad. A la hora de hacer las cosas no se trata del bagaje que se tenga, sino de su determinación”.

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