05 May Las temperaturas cálidas y estables de nuestros hogares no son tan buenas para nuestra salud
Las variaciones de temperatura en el hogar y lugares de trabajo nos ayudan a combatir las enfermedades metabólicas como la obesidad y la diabetes tipo 2.
M. LÓPEZ
‘Mi casa es mi castillo’. Una frase lanzada por el jurista sir Edward Coke al Parlamento inglés en 1628 para defender la inviolabilidad de los domicilios particulares ante los otrora caprichosos allanamientos de las fuerzas reales y que hoy en día se emplea, por lo general, para destacar la singularidad de cada hogar y la protección que nos confiere. Muy especialmente contra el clima. Y es que nuestro hogar nos defiende contra las inclemencias del tiempo y las variaciones de temperatura de los ‘impredecibles’ espacios abiertos. Pero es posible que esta ‘comodidad climática’, con temperaturas tan cálidas y estables como confortables, no sean del todo buenas para nuestra salud. Y es que un estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) muestra que esta invariabilidad y calidez de las temperaturas ‘indoor’ podría promover el desarrollo y progresión de algunas enfermedades metabólicas prevenibles, caso de la obesidad o de la diabetes tipo 2.
Como explica Wouter van Marken Lichtenbelt, director de esta investigación publicada en la revista «Building Research & Information», «de manera tradicional se ha asumido que una temperatura fija y estable en los hogares y lugares cerrados satisface el confort y la salud de la mayoría de la población. Sin embargo, nuestro trabajo indica que un frío moderado y una temperatura variable pueden tener un efecto positivo sobre nuestra salud y, al mismo tiempo, resultar más que aceptables, cuando no placenteros».
Toquetear el termostato
Por lo general, la temperatura en la mayoría de hogares y espacios cerrados –como serían las oficinas los lugares de trabajo– oscila en torno a los 21ºC y los 22ºC. Una temperatura que, ya sea invierno o verano, nos hace sentir cómodos y seguros. Pero, esta comodidad de la que también disfruta nuestro sistema inmune y nuestro metabolismo, ¿es realmente beneficiosa para nuestra salud? Pues de acuerdo con el nuevo estudio, no.
Concretamente, los resultados revelan que la exposición a un frío moderado o a ambientes más cálidos, tal y como nos sucede cuando salimos de nuestros hogares y oficinas, podría ayudarnos a combatir algunas de las principales enfermedades metabólicas. Por ejemplo, las temperaturas mayores o menores al rango de los 21-22ºC incrementan el metabolismo y el gasto energético, lo que ayuda a prevenir la obesidad.
Por su parte, y por lo que respecta a los pacientes con diabetes tipo 2, la exposición a un frío moderado influye sobre el metabolismo de la glucosa. De hecho, el estudio muestra que, tan solo tras 10 días de exposición a un frío intermitente, los pacientes experimentan un incremento superior al 40% en su sensibilidad a la insulina. Un beneficio comparable al que se obtiene con los mejores tratamientos farmacológicos actualmente disponibles.
Tal es así que, como destacan los autores, «dados su beneficios, las condiciones de vida en los edificios modernos, caso de los hogares y las oficinas, deberían ser dinámicas y contemplar variaciones de temperatura para ofrecer ambientes saludables para los humanos. Unas medidas que, lógicamente, deberían ir de la mano con los factores clásicos de estilo de vida como la dieta y el ejercicio físico».
También para la salud del planeta
En definitiva, y con objeto de proteger nuestra salud, parece que deberíamos jugar un poco más con los termostatos de nuestros domicilios y lugares de trabajo.
Como refiere Richard Lorch, editor jefe de la revista, «esta investigación innovadora ofrece un nuevo enfoque sobre lo que creemos acerca de la manera de calentar y refrigerar nuestros edificios. Los beneficios para la salud de una corta exposición a unos rangos de temperaturas más variados redefinen nuestras expectativas sobre nuestra comodidad».
Pero aún hay más. Además de mejorar nuestra salud, esta nueva estrategia también podría colaborar en la protección de la salud del planeta. Como concluyen los autores, «en los países desarrollados, los edificios suponen más del 40% de la demanda energética y son responsables de una proporción significativa de las emisiones de CO2. Así, una reducción en el calentamiento y refrigeración de nuestros edificios tendrá un efecto positivo sobre la salud de sus ocupantes y, a la vez, reducirá la emisión de gases de efecto invernadero».
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