Las abuelas ‘tiktokers’ españolas que triunfan en las redes sociales pasados los 80 años.

Las abuelas ‘tiktokers’ españolas que triunfan en las redes sociales pasados los 80 años.

Los propios nietos se encargan en muchos casos de grabar los contenidos y gestionar sus perfiles. “Tengo 82 años, lo que quiero es vivir la vida, ¿quién me iba a decir que iba a ser famosa a esta edad?”, dice Rosa Vallejo, con más de siete millones de seguidores en su cuenta de TikTok, Con Buen Humor.

Elena Muñoz

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A finales de agosto de 2017, Guadalupe Fiñana, una sevillana de 88 años, seguidora de Juego de tronos, vio el último capítulo de la séptima temporada de la exitosa serie junto a su nieta. Durante todo el episodio, Fiñana no paró de comentar lo que veía en pantalla, lo que no sabía es que su nieta, conocedora del gracejo de su abuela, la estaba grabando. Un amigo subió el vídeo a YouTube. “El vídeo se hizo virílico de eso y a partir de ahí, empecé a grabar más”, explica en una conversación telefónica con EL PAÍS Abuela de dragones, como se conoce ahora a Guadalupe Fiñana en redes sociales.

En estos cinco años, Fiñana no solo se ha convertido en una estrella en Instagram y TikTok (donde tiene 159.000 y 322.000 seguidores, respectivamente), sino que ha dado el salto a la televisión con su participación en la primera edición del programa MasterChef Abuelos. “Hice unas croquetas de roquefort que me salieron riquísimas y me cogieron, no es porque sean mías, pero las hago muy buenas”, detalla sobre la prueba de casting. La cogieron, sí, pero es que además ganó el concurso. Después, vino un libro de recetas e incluso un corto, Maruja, estrenado hace solo unas semanas. Un proyecto protagonizado por la propia Fiñana, dirigido por Berta García-Lacht y coproducido por Isabel Coixet. La sevillana es una de las abuelas que desafían la brecha digital y triunfan en internet pasados los 80 años. La naturalidad de este tipo de perfiles se recibe como un soplo de aire fresco en la era de los filtros, y los millones de personas interesadas en sus contenidos dejan claro que la burbuja de las redes sociales no es exclusiva de los más jóvenes.

El tándem abuela-nieto

Detrás de muchos de estos perfiles están los nietos y nietas de las abuelas, encargados de grabar y publicar los vídeos y gestionar la cuenta. Incluso, en algunas ocasiones, ejercen de representantes a la hora de lidiar con las marcas que buscan colaborar con ellas. Es el caso de Mari Carmen y su nieto Héctor, el dúo detrás de La Yaya Mari Carmen, con 305.000 seguidores en TikTok. “Mi nieto estudió dirección cinematográfica, siempre ha andado con la cámara arriba y abajo, grabando y haciendo películas”, cuenta Mari Carmen, leonesa de 82 años y residente en Barcelona desde hace más de seis décadas. En octubre de 2020, cuando el crecimiento de TikTok explotó gracias a la pandemia, Héctor decidió subir a la plataforma los vídeos de su abuela que había grabado durante años. “Siempre me ha fascinado el costumbrismo, grabar cosas del día a día de mis amistades, familia…”, explica. Y esa espontaneidad de las cosas rutinarias es lo que encontramos en los vídeos protagonizados por Mari Carmen, con Héctor tras la cámara. Desde la preparación de una maleta de viaje hasta su reencuentro con su hermana Encarnita o sus sesiones de rehabilitación, abuela y nieto muestran una relación cercana pero sin paternalismos, como dos amigos de generaciones muy diferentes. “Soy así. Todo lo que hay, lo que me graba mi nieto, es espontáneo. Es como soy yo. Y él es lo que busca también. Es natural todo. Físicamente, me puede pillar con una bata, despeinada, chillando. Y el ser tú, el ser uno mismo, parece que llega a la gente”, deja claro Mari Carmen.

Sin estrategias comerciales, las abuelas de TikTok han logrado conectar con una audiencia tan joven como sus nietos, o incluso menos. Los ejemplos se acumulan con nombres como La Yaya Joaquina, de 93 años, o La Abuela Antonia, de 92, dos nonagenarias con decenas de miles de seguidores en redes sociales (90.000 seguidores en TikTok la primera, y 132.000 la segunda). Rosa Vallejo y su nieto Christian, los creadores de Con Buen Humor, han construido una comunidad formada por más de 7,2 millones de personas. El patrón se repite una vez más: todo surgió de manera inesperada, con un nieto de por medio y sin ninguna pretensión más allá de pasar un buen rato. “Empecé yo solo, haciendo vídeos”, cuenta Christian, y rememora la fecha exacta en la que publicó por primera vez un vídeo con su abuela. “Fue el 1 de enero de 2013. A la gente le encantó. Y de ahí hicimos un vídeo y otro y otro, pero surgió de la nada, sin esperar que se volviera tan famosa ni nada. De hecho, no se ha hecho tan famosa hasta hace tres o cuatro años, un poquito antes de la pandemia, gracias a TikTok”.

En todos los casos, afirman tomarse su presencia en redes como un pasatiempo. “Tengo 82 años, lo que quiero es vivir la vida, porque una ya ha pasado muchas hostias, ¿me entiendes? Es como una segunda vida, ¿quién me iba a decir que iba a ser famosa a esta edad?”, aclara Rosa Vallejo, nacida en Andalucía y vecina de L’Hospitalet de Llobregat desde hace años.

Aunque no se trata de proyectos profesionales como tal, hay mucho trabajo detrás de estos perfiles: crear y publicar contenido de manera recurrente exige esfuerzo y dedicación. Las marcas, tanto las dirigidas a un público familiar como las cercanas a la audiencia más joven, no han tardado en identificar en estas figuras una alternativa a los prescriptores habituales. “A prácticamente todo el mundo la figura de las personas mayores le produce cariño, por lo que este tipo de perfiles lo tienen mucho más fácil para empatizar con el público y generar un engagement alto. Y lo que buscan las marcas es salirse de las típicas campañas con influencers y crear contenidos innovadores que no solo empaticen con la audiencia, sino que también permitan interactuar con los contenidos”, asegura Sergio Barreda Coy, consejero delegado de la agencia de influencers Keeper Experience.

Desafío a la brecha digital y compañía frente a la soledad

Encontrar un entretenimiento que te apasione pasados los 80 años no suele ser lo habitual, pero si encima ese hobby tiene que ver con las redes sociales resulta todavía más insólito si tenemos en cuenta la problemática de la brecha digital sufrida por los ancianos. De acuerdo con los datos del Observatorio Sénior del diario 65ymás, el 76% de las personas de más de 80 años está preocupada por la brecha digital. Familiarizarse con la tecnología a una edad avanzada ha permitido a las abuelas influencers conectar con un público joven y exigente, en muchos casos nativos digitales. El éxito de las yayas en redes sociales (y en internet en general, como demuestra también el fenómeno de las Pasta Grannies), donde son el epicentro de una comunidad que las arropa de manera virtual, contrasta con la soledad que sufre buena parte de la tercera edad. Según un informe reciente de la Comisión Europea, un 11% de los españoles y españolas se han sentido solos en algún momento del último año. Una situación que afecta especialmente a las personas mayores, por ser el grupo de edad que más habitualmente vive sin compañía. Algunos países, como Japón, han creado incluso un Ministerio de la Soledad para tratar de atajar un problema social agravado a raíz de la crisis del coronavirus.

Guadalupe Fañina confiesa disfrutar como una niña con sus nietos de “sagram” (como se refiere a Instagram) y se entusiasma al contar que lo más le gusta es “leer los mensajes que me mandan de todo el mundo, de Nueva York, de Nueva Zelanda, de Ecuador, de Wisconsin, que no sabía ni dónde estaba eso. Me mandan unos mensajes tan bonitos que me distraigo muchísimo leyéndolos. Yo contesto y estoy muy agradecida”. Al pasear por la calle, cuando hacen recados o van al mercado, en cualquier lugar encuentran fans que piden fotos y abrazos. “Me reconocen mucho, me paran los niños y los mayores. Es la abuela de TikTok, me dicen”, apunta Rosa Vallejo, de Con Buen Humor. También ha notado el cariño del público más allá de la pantalla Mari Carmen, siempre dispuesta a hacerse fotos y vídeos con sus seguidores. Y recuerda una anécdota que le sucedió en Madrid: “Me paran un momento en Gran Vía, y de golpe, grupo tras grupo, saludando y pidiendo fotos, como si hubieran bajado de un autobús. En otra calle, una niña rubina, me abraza y se pone a llorar. Yo también lloré de la emoción. Nunca olvidaré aquel abrazo maravilloso con lágrimas. Me impactó muchísimo”.



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