23 Ene La violencia tiene género, pero no tiene edad.
Desde la más tierna juventud hasta la tercera edad, la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres es una constante. Más la mitad de las mujeres de nuestro país la sufren, pero la principal medida para atajarla, la educación en igualdad, sigue siendo una asignatura pendiente.
Marisa Kohan
«Vas a aprender a leer, puta. No sirves ni para eso. Eres una inútil. A ver qué vas a hacer cuando salgas». Elena sólo tenía 15 años cuando comenzó a salir con Pedro. Se conocían desde siempre. Habían ido juntos al colegio y decidieron salir ya en el Instituto. Pero desde el inicio de la relación, él comenzó a insultarla. «Zorra, puta, guarra…» eran algunas de las palabras más habituales cuando se refería a ella. «Él era un chico listo, parecía educado y no era fiestero. Creí que era la pareja ideal», explica Elena, que no es su nombre real porque aún tiene miedo que la reconozca y se reinicie el acoso.
«Desde el principio comenzó a controlarme sobre todo. Lo que me ponía, a quien veía… Empezó con la ropa. Si me ponía tops me decía que cómo se me ocurría ir así, que si me decían o hacían algo era porque me lo merecía. Me insultaba si le escribía por WhatsApp diciéndole que iba a salir con unas amigas. Me acusaba de irme con chicos y me decía que era una mujer mala y una mala persona».
«Yo le hacía caso en todo y no le paré los pies», explica. «Probablemente vio mi debilidad, que la falta de una figura paterna en mi vida me hacía más susceptible de aceptar una relación así y se aprovechó. Él era muy listo y creo que lo supo aprovechar para manipularme. A los 15 años yo era sumisa y aguantaba».
La relación duró tres años. Hasta que Elena cumplió los 18. El control se fue volviendo más férreo a medida que pasaba el tiempo y ella acabó por no tener amigos. Se sintió sola, apartada, sin apoyos. «Yo no era muy de salir a beber. Era una buena estudiante y al final me quedé encerrada en casa con él», recuerda.
«Nunca me pegó. No hizo falta, porque yo no le contradecía. Pero era un chico violento. Cuando jugaba a la Play y perdía, acababa arrancándose la camiseta o estampando el mando contra la pared y gritando. A mí me daba miedo», reconoce.
«Un día decidí salir con amigas. Puse el móvil en modo avión. Cuando finalmente lo encendí, vi montones de mensajes amenazantes. Me decía que se iba a quitar la vida, que se iba a matar«. Recuerda que un día compartió los mensajes con una amiga de las pocas con las que se llevaba y ésta le dijo que algo tenía que hacer. También su hermana menor se escandalizó al ver los insultos. Empezó a conocer a gente y decidió dejarlo. Ahí empezó otro maltrato. «Me envió fotos de cómo se había hecho cortes en los brazos y había mucha sangre. Yo me sentí culpable. Luego me amenazó con publicar algunas fotos íntimas que me había hecho, en redes sociales o subirlas a OnlyFans. Al final no lo hizo, pero aún tengo miedo y no quiero que se me reconozca, porque no sé de qué es capaz». Él estuvo merodeando durante meses bajo su casa tras la separación. Elena reconoce que la relación le afectó psíquica y físicamente. «Engordé mucho mientras estuve con él. Cuando lo dejé, adelgacé. Hoy detecto lo que es el control. Cuando alguien me dice que no puede hacer o decir algo, no lo soporto y no lo permito».
Desde hace casi un año está en otra relación. «Cuando un día le dije a mi actual pareja que iba a quedar con unas amigas él me dijo que me lo pasara bien. No lo podía creer».
Elena no es un caso aislado. La violencia y el control en la juventud se ha incrementado en los últimos años. Según un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística, los menores de 18 años es el grupo en el que más ha crecido la violencia machista el año pasado. Según los datos, 2021 ha sido el año en el que más ha aumentado el número de denunciados: 70,8% y también donde más lo ha hecho el número de víctimas (28,6%).
Otros estudios apuntan a un importante número de jóvenes que niegan la violencia machista. Así lo hace el Barómetro Juventud y Género 2021, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD, que afirma que el 20% (uno de cada cuatro) de los adolescentes y jóvenes entre 15 y 29 años niega la existencia de la violencia de género y la definen como un «un invento ideológico». Esto supone que el número de varones jóvenes que tienen esta opinión se ha duplicado desde 2017, cuando solo un 10% de los jóvenes negaba la violencia de género. Además, es preocupante también la caída de defensores de que la violencia machista es un problema grave, que retrocede cuatro puntos, pasando del 54% en 2017 al 50% en la actualidad. El auge de posturas y propaganda de la extrema derecha tiene mucho que ver en este cambio de tendencia.
Lo que relata Elena es un maltrato psicológico de libro. Tal como explican expertos de la violencia de género, el control es el mecanismo por el que se ejerce esa violencia. En la mayoría de los casos, la violencia física entra en juego cuando los hombres tienen la sensación de haber perdido este control sobre su pareja. Por eso la violencia física es un riesgo cuando la mujer decide abandonar la violencia por medio de la separación. Se trata de una violencia social y cultural, que se basa en estereotipos y prejuicios hacia las mujeres que las discrimina, las deshumaniza y las convierte en objetos.
Casi seis décadas aguantando violencia
Rocío sufrió la violencia a lo largo de casi seis décadas. Nada más casarse a los 24 hizo todo el viaje de novia llorando. Aquel hombre de buena presencia, de maneras exquisitas, afable y sociable, comenzó el maltrato nada más pasar por el altar. Extremadamente celoso, a pesar de haber tenido él amantes, comenzó los insultos y el control desde el inicio de la relación. Tal como relatan ella y una de sus hijas, no le dio respiro.
Ella podía haber sido económicamente independiente. Era maestra, culta y comenzó a trabajar antes de casarse, sin embargo nunca a lo largo de los casi 60 años en que estuvo casada tuvo dinero en la cartera. Todo lo hacía él. La llevaba al trabajo y la recogía cada día. Si iba a la peluquería, nunca lo hacía sola. Los insultos fueron una constante en su vida, que llevó con resignación. Ni siquiera se atrevió a contradecir a su pareja cuando la violencia él la ejercía contra sus propios hijos. Los intentos de que la furia no fuera en aumento la dejó paralizada.
«Ella era una víctima convencida. Nunca tenía mala palabra hacia él. Nunca nos defendió a nosotros de los ataque y malas palabras. Siempre ha salido de la calle de la mano con él», relata su hija María. La violencia no se quedó en los insultos. También hubieron bofetadas y el control llegó a ser insufrible. En el único amago que hizo para defender a su hija de los golpes e insultos de su marido, recibió un bofetón. A los 82 años dijo basta. El confinamiento por la pandemia fue la gota que colmó el vaso. Atrás habían quedado chantajes de suicidio. En diversas ocasiones él había dejado notas e ingerido un coctail de coñac con dormidina, que no afectaban gravemente a su salud, pero que servían de chantajes.
A los 83 años Rocío firmó su primer contrato: el del alquiler del piso donde se mudó tras separarse. Lo dejó inmortalizado en una fotografía. También se abrió una cuenta bancaria y pidió una tarjeta de crédito. Al principio el banco se la denegó porque no tenía historia crediticia. Nada de lo que había pasado en su vida tenía su sello, ni sus datos. La hipoteca, el coche… todo había estado a nombre de él. Ella no había existido. A los 83 es una mujer nueva. Sale con amigos, se va de viaje y por primera vez se bañó en el mar sin mirarlo de lejos.
Se trata de una violencia soterrada, invisible. Las mujeres mayores son las que menos buscan ayuda, las que menos denuncian, las que menos órdenes de alejamiento piden… y también las que sufren menos asesinatos. Sin embargo, esto no significa que sean las que menos violencia de género soportan, sino probablemente todo lo contrario, aunque la prevalencia de esta violencia en este grupo de edad es muy difícil de conocer.
La violencia hacia las mujeres abarca toda su vida. Elena y Rocío están en dos extremos. La primera, entre el grupo de mujeres donde más crece la violencia. La segunda, conforma el grupo en el que menos visibilidad tiene. Entre medias existe una montaña de malos tratos y violencias. Según los datos, las mujeres entre los 30 y los 45 años son las que más violencia soportan. Pero a lo largo de la vida más de la mitad de las mujeres (el 57% según la macroencuesta de Igualdad) han sufrido algún tipo de violencia machista a partir de los 16 años.
Una violencia que precisa de políticas públicas y formación específica para poder erradicarla. Pero sobre todo, de educación en igualdad. Una medida que ya estaba contenida en la ley contra la violencia de género de 2004, pero que casi dos décadas después no se ha puesto en marcha.