La técnica de la pecera que ayuda a los adolescentes ingresados a resolver sus graves problemas de conducta.

La técnica de la pecera que ayuda a los adolescentes ingresados a resolver sus graves problemas de conducta.

Para los expertos, la base del problema de muchos de estos chicos es la «soledad emocional» que sienten.

Carlota Fominaya

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Sexo sin protección, consumo de drogas, borracheras sin fin, padres denunciados por sus propios hijos en falso… «Lo que se habla en pecera se queda en pecera». Ese es el mantra que repiten los adolescentes conflictivos ingresados en Amalgama7, el centro de atención para la Salud Mental que acaba de abrir sus puertas en Madrid, y que da respuesta a una situación que desde hace meses vienen advirtiendo los pediatras de Atención Primaria y los psiquiatras infantiles y de la adolescencia: el llamativo incremento de casos de ansiedad, depresión, comportamientos suicidas y trastornos de conducta y alimentarios a raíz de la pandemia.

Estar sentados en el exterior, en una especie de anfiteatro de madera construido por ellos mismos, con el sol de la mañana en la espalda, ayuda en cierto modo a la relajación y apertura de estos chicos durante el encuentro organizado a diario por el terapeuta encargado de dirigir la sesión de ‘La Pecera’, como ellos llaman a este rato, donde cualquiera puede hablar y dirigirse a los otros siempre y cuando sea de forma respetuosa con los demás.

Expresarse y compartir de esta forma, apunta Jordi Royo, psicólogo director clínico de esta entidad, «es una forma de resolver los conflictos desde la calma, nunca cuando nos encontramos en el punto álgido». Los chavales harán partícipes a los demás de sus problemas y entre todos intentarán encontrar una salida a los mismos. Los presentes hablan muy calmados, se sienten escuchados y son muy respetuosos cuando hablan los demás. Pablo, de 15, habla de que «ya no tiene curiosidad por los porros y que ha mejorado mucho la relación con sus padres».

Hasta que le toca el turno de réplica a Irune (16 años), que tras unas preguntas certeras se abre en canal para hablar de lo que siente, algo que a sus padres probablemente les sorprendería escuchar: «yo sí les quiero». Después, rompe a llorar desconsoladamente. «¿Es que tú piensas que nadie te quiere?», pregunta el terapeuta a la menor. « No sé qué responder. El caso es que con mis padres no ha mejorado la relación. Un hijo no puede elegir si quiere estar con sus padres. No digo que los míos no lo hayan intentado hacer bien, pero pueden estar también haciendo las cosas mal, porque conmigo no lo han conseguido», advierte.

Para Royo, la base del problema de muchos de estos chicos es la «soledad emocional» que sienten. «La reflexión es que a veces, como padres o madres intentamos hacer lo posible en lo material para que no les falte de nada, ni ropa, ni colegio, ni hobbies caros, sanidad, el último modelo de móvil, las zapatillas deportivas de 300 euros, el piercing o el tatuaje… Pero a veces a los hijos sencillamente lo que les ocurre es que les falta tiempo y proyectos compartidos con sus padres». «En un mundo cada vez más tecnológico, hay mucha soledad emocional. Se va perdiendo el grupo (tanto familiar o de amigos) en favor del individuo».

Día a día en el centro

Para estos jóvenes, cuya vida desde hace meses se desarrolla de esta manera, este es un momento sagrado. El resto del día lo ocupan en terapias cognitivo conductuales, psiquiatría, muchísimo deporte y labores lectivas, aunque solo dedican 3 horas al día a los estudios reglamentarios. «Dividimos las clases como se hacía antes en los pueblos, por niveles, no en función de las edades. Nuestro primer objetivo es que las clases las puedan seguir», específica Royo. «Una cosa que nos parece interesante es que más de la mitad de los chicos han tenido dificultades de evolución interrumpida en la escuela. Casi 3 de cada 4 han repetido un curso, y no llega al 1 por ciento los de cociente intelectual bajo. El resto de estos chicos desafiantes, ¿son reconducibles?», pregunta el director clínico de Amalgama7.

En opinión de estos expertos, sí. «La intención no es que los chicos vayan a Harvard, los que vienen con un desencuentro muy grande entre ellos y la escuela recuperan en la motivación». Para Pablo, alumno del centro Amalgama7 en Cataluña, «el problema más gordo cuando llegamos es de autoestima. La tenemos super baja, pero tontos no somos, porque si no nos darían la oportunidad. Por eso yo enfoqué mí el discurso al tema del orgullo. Dije que los que salían de este curso podían hacer cosas como todos, que no deberían cohibirse sino al contrario, estar orgullosos de haber superado esa adversidad».



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