La soledad, una realidad con la que debemos aprender a convivir

La soledad, una realidad con la que debemos aprender a convivir

En España, dos millones de personas mayores viven solas y la cifra va en aumento. Pero lo que muchos venden como un problema no siempre lo es.

MANUELA SANOJA

El pasado mes de enero, la policía de A Coruña encontró a Paz, de 91 años, encogida en un sillón de su casa, cubierta de suciedad y desorientada. Vivía sola y llevaba 19 días sin responder ni al teléfono ni al timbre de su casa, según contó a los medios de comunicación que se hicieron eco de la información el vecino que se ocupaba de hacerle la compra y que alertó a las autoridades. La nonagenaria fue atendida en un hospital, donde los médicos apuntaron que, además, llevaba cinco o seis días sin comer ni beber. Finalmente, fue ingresada en un centro geriátrico. La historia de Paz no es la única que relata la soledad de la tercera edad: en España, según datos de Grandes Amigos (antes Fundación Amigos de los Mayores), casi dos millones de personas mayores de 65 años viven solas. Casi millón y medio (1.410.000) son mujeres: un 71,9% del total. Los hombres ascienden a 550.900, un 28,9%.

Los datos demográficos reflejan un problema que parece ir en aumento. En un país en el que la población mayor de 64 años (18,6%) ya supera a la menor de 18 años (17,9%) y en el que se prevé que para 2066 llegue al 34,5% (más del triple que en 1976, cuando era un 10,4%), todo parece apuntar a que cada vez habrá más personas viviendo solas. Es decir, la cuestión atañe a la sociedad en su conjunto.

En lo que al menos fue una declaración de intenciones, el Congreso de los Diputados aprobó en diciembre, con el apoyo de todos los grupos menos del PDeCAT, una proposición de ley para concienciar a la sociedad sobre la soledad crónica. Pero para sensibilizar a la población sobre esta realidad, el primer paso es entenderla, porque se trata de un concepto «complejo, que está poco investigado y lleno de estereotipos que generan alarma social», afirma Mayte Sancho, presidenta de Grandes Amigos.

La soledad adopta muchas formas y no todas ellas llevan implícita una carga negativa. Mientras a algunas personas les viene dada por circunstancias de la vida —como la viudedad en los casos de las personas de la tercera edad—, otras la eligen por voluntad propia. Estos matices son fundamentales, en opinión de Sancho, para evitar lemas como «la soledad mata» que estigmatizan el término. «Vivir solo no es sentirse solo», sentencia.

A pesar de que la ciencia no ha demostrado hasta la fecha que la soledad en sí misma mate, sí hay estudios que apuntan a que vivir solos, en determinados casos, sí podría suponer un riesgo. Así lo reflejan las conclusiones de un reciente estudio llevado a cabo por científicos del Copenhagen University Hospital (Dinamarca) que, tras realizar un seguimiento durante 32 años a 3.346 hombres con una edad media de 62 años, apuntan a que aumenta la mortalidad por cualquier tipo de causa, entre ellas, las enfermedades cardiovasculares.

Con nombre y cara de mujer

Aunque la muestra de esta investigación haya sido únicamente de la población masculina, la realidad es que la soledad como problema, al menos en España, tiene nombre y rostro de mujer. La soledad es Paz, la anciana de A Coruña con la que empezamos este artículo. También es Rosa, la mujer de 81 años que murió quemada en noviembre de 2016 cuando su casa de Reus (Tarragona) ardió por las velas que usaba para iluminarla después de que Gas Natural Fenosa le cortase la luz. Es Maria Amparo, la septuagenaria a la que la policía encontró momificada en su hogar después de cuatro años fallecida. Nadie la había echado en falta.

Ellas son solo tres casos que, aunque son pocos para considerarlos como norma, sirven para ejemplificar y poner cara a un problema que se agudiza cuando confluyen una serie de factores, explica la presidenta de Grandes Amigos: «Que la persona sea pobre, que viva en un tercer piso sin ascensor, que sea mujer y mayor de 84 años, que no tenga redes sociales, la ponen en situación de riesgo».

El estigma de la vejez

Sobre la vejez cae también el peso del edadismo, término acuñado por el psiquiatra y ganador de un premio Pulitzer, Robert N. Butler, que hace referencia a la discriminación que existe hacia la tercera edad. Una concepción diferente de la que tenían las sociedades primitivas sobre la vejez, donde, indica el Boletín sobre el envejecimiento: perfiles y tendencias del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Inmerso), las personas mayores eran fuentes de conocimiento y experiencia, características necesarias para la adaptación y la supervivencia.

Para acabar con el problema es fundamental eliminar los estereotipos que hoy en día ligamos a la tercera edad. «Las personas mayores no son más tontas ni tienen por qué ser tratadas de formas infantilizadoras. Tampoco son más enfermas ni huelen peor», aclara Sancho. Lejos de esto, recuerda Sancho, «son el primer grupo cuidador de nuestra sociedad».

Cuando Sancho utiliza el término «cuidador» no solo se refiere a los abuelos que llevan a sus nietos al parque o que les dan de comer y los entretienen durante horas mientras los padres trabajan, sino —y sobre todo— a aquellos que sustentan y han sustentado durante años a todos los miembros de sus familias con sus pensiones. En España, hace tan solo dos años y después de ocho desde el inicio de una crisis económica en la que la tasa del paro llegó al 26%, un 34,3% de los hogares tenía como principal fuente de ingreso una pensión de jubilación, invalidez, viudedad, etcétera. Y, añade Sancho, durante los años de la crisis un 20% de las familias se sustentaron con una única pensión; «Sin ellos no habríamos salido adelante».

Más allá del estigma, otros factores derivados de la sociedad en la que vivimos empujan a muchas personas a vivir en soledad. El «yoísmo», dice Sancho, que nos hace estar excesiva y —muchas veces— únicamente pendientes de nuestros asuntos, no favorece a los movimientos sociales necesarios para la integración y la vida en comunidad de aquellos que se sienten solos. Y eso, a pesar de que en España el porcentaje de personas que viven en soledad es mucho menor que el de otros países del norte de Europa: entre un 20% y un 25% frente a un 40% en Dinamarca, según los datos que manejan desde Grandes Amigos.

Las ciudades, por otra parte, tan poco son del todo amigables con las personas mayores. Se dan circunstancias, ejemplifica Carmen García Álvarez, editora jubilada y vecina del barrio de Chamberí (Madrid), como que en muchos parques los bancos para sentarse están situados en las zonas donde los niños juegan a la pelota. Lo que hace que muchas personas mayores acaben pasando el tiempo o descansando en zonas menos agradables: «Para evitar el riesgo de recibir balonazos», dice esta vecina. La presidenta de Grandes Amigos coincide con esta opinión y añade que «una ciudad amable para las personas mayores también lo es para una madre con hijos».

La importancia de los movimientos sociales

Ninguno de estos problemas se puede paliar desde la alarma ni generando un sentimiento de culpabilidad social. «Los sentimientos promovidos desde la beneficencia y desde las miradas infantilizadoras no son adecuados», recuerda Sancho, que explica que tampoco es una solución actuar comprando servicios para la soledad. Es decir, «pagar a una persona para que se vaya de paseo con otra no es un acompañamiento afectivo. La clave está en que la solución no se puede pagar, está en los movimientos sociales y comunitarios».

Ejemplo de ello es el grupo de vecinos que han formado en el edificio de Sancho a través de la aplicación móvil de Grandes Amigos, donde unas 20 personas de su edificio se coordinan para ayudar y hacer compañía a María, la vecina octogenaria del cuarto. Carmen también tiene una comunidad similar para acompañar a varias vecinas nonagenarias. Además, busca a través de aplicaciones como NextDoor llevar a cabo eventos y acciones para enseñar a las personas mayores las actividades a las que pueden acudir en sus barrios y para involucrar a los jóvenes en estos movimientos de convivencia social. Cosas tan simples como poner una mesa en la esquina de una tienda donde cada mañana se reúnan un grupo de viejas amigas para charlar, como lo hizo Miguel, uno de los vendedores del Mercado de Barceló (Madrid).

En una sociedad cada vez más envejecida como la española, que ya tiene una pirámide de población invertida, esta última idea de la convivencia entre generaciones es fundamental para la prevención de cara al futuro, asegura Sancho. Los datos apuntan a que la mayor parte de nosotros acabaremos viviendo solos. De ahí, concluye Sancho, «la necesidad de desestigmatizar la soledad y de aprender a vivir con ella, pero no sin intervenir —a través de la generación de redes y movimientos sociales, y de la eliminación de la exclusión social— en aquellos casos en los que sea necesario».

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