15 Abr “La soledad de muchos ancianos es un problema social de primera magnitud”.
Victoria Cardona es maestra y escritora; en su libro ‘Nuestros mayores: entre el sufrimiento y la desesperanza’ reflexiona sobre la huella que ha dejado la pandemia en los ancianos.
Adrián Cordellat
Victoria Cardona es maestra, escritora, madre y abuela, así que habla con propiedad y desde el más profundo conocimiento en las páginas de Nuestros mayores: entre el sufrimiento y la desesperanza (Editorial Luciérnaga). En ellas, partiendo de su experiencia personal durante la pandemia de la covid-19, que salpica de testimonios de amigos y familiares y de referencias literarias y periodísticas, reflexiona sobre la huella en forma de sufrimiento que esta situación ha dejado las personas ancianas: confinamiento, soledad, miedo, dolor, duelo, muerte. Sin embargo, haciendo alarde del carácter optimista con el que ella misma se define, la escritora no puede dejar de buscar aprendizajes y resquicios para la esperanza: “Prefiero quedarme con el aprecio auténtico y la confianza que muchos nietos tienen hacia sus abuelos cuando han estado presentes y han sido cariñosos con ellos en su infancia”.
Pregunta. En la introducción del libro hace referencia a la anciana de la portada de su libro. “La vemos vulnerable y sola”. ¿Cree que es una buena definición de cómo se han sentido los ancianos durante esta pandemia?
Respuesta. Durante el tiempo de confinamiento estuvieron muy solos. Los familiares o amigos que habitualmente les visitaban no podían salir de casa y en las residencias tampoco permitían entrar a nadie. La vejez conlleva la pérdida de facultades y la inseguridad. “Mi anciana” de la portada espera compañía –mirando por la ventana– para disfrutar con los suyos y recibir sus besos y abrazos.
P. Durante la pandemia, esa compañía y esos besos y abrazos están teniendo que ser virtuales…
R. Mientras esta pandemia no se termine y tengamos que seguir reduciendo a su mínima expresión los encuentros familiares deberemos optar por los móviles, tabletas y ordenadores, que ya fueron cruciales durante el confinamiento para que los mayores no estuvieran tan solos. Las videollamadas, o recibir fotos y audios de sus hijos y nietos fueron para muchos un chute de ánimo y de energía. Era el apoyo emocional que se podía dar y que hay que seguir dando.
P. Muchos mayores han tenido que aprender de buenas a primeras a utilizar la tecnología para seguir viendo a los suyos, ¿verdad?
R. Es cierto, y es muy útil que nuestros mayores usen los medios digitales cada vez con más frecuencia. Los nietos, además, pueden ser los mejores profesores para aquellos abuelos que se inician en el aprendizaje de aplicaciones como Zoom, WhatsApp o Skype.
P. Le hacía la primera pregunta porque en los últimos meses he tenido la oportunidad de hablar con varios médicos y epidemiólogos. y todos, sin excepción y con tristeza, han llegado a una conclusión: esta pandemia ha dejado muy clara la respuesta a la pregunta a quién vamos a dejar morir. En muchos casos, además, en unas condiciones de falta de humanidad absoluta.
R. Cuando estuvimos confinados lo que se vivió en hospitales, clínicas o residencias de mayores fue excepcional y esperamos que jamás se repita. La impotencia que sintieron muchos sanitarios, extenuados física y psicológicamente, viendo que no podían ayudar a tantos contagiados, tal como hubiera sido su deseo, fue enorme. Y el horror de tener vidas que se escapaban de sus manos –cuando su vocación y su intención es la de salvar– provocó que muchos lloraran. Cuando la muerte está cerca, nuestros ancianos no deberían estar solos y deberían poder tener a su lado al médico para que les proporcione cuidados paliativos que alivien su dolor.
P. Habla largo y tendido en el libro sobre la soledad, que además se ha acrecentado con la pandemia. ¿Podemos hablar ya de un problema social en el caso de los ancianos?
R. ¡Sí, es un problema social de primera magnitud porque la soledad conlleva desesperanza! En Occidente hemos aparcado a los ancianos y debemos hacer seria autocrítica al respecto. porque la soledad es muy dura. Sabemos que cuando la tensión, el agobio, el miedo, la tristeza, la inquietud o la incertidumbre se expresan y se comparten, el grado de malestar desciende. Estar aislado con la única compañía de nuestros pensamientos, sin embargo, puede llevar a entraren un bucle sin fin que lleve a los ancianos a empeorar su estado de ánimo, incrementando la tristeza y el agobio.
P. La soledad, además, como explica en el libro, tiene una repercusión directa en la salud.
R. Tengo un amigo que cuando empezó el confinamiento fue a recoger a su padre para que estuviera con los suyos en casa. Me dijo: “Es mejor morirse de covid que de tristeza”. Y le comprendí.
P. Muchos de los ancianos que han muerto en la pandemia y en condiciones de falta de humanidad flagrantes lo hicieron precisamente en residencias geriátricas. Usted cita al filósofo Víctor Gómez Pin, que hablaba de esos geriátricos como “arcenes del alma”. “Hemos retrocedido en humanidad hasta dejar a nuestros padres tirados en esas cunetas”, afirmaba.
R. Ciertamente es distinta la vida de familia en un ambiente rural que en una ciudad, que es donde se da en mayor medida la pérdida de esa humanidad de la que hablaba con acierto Víctor Gómez Pin. Las residencias geriátricas deberían convertirse en centros para ancianos y para jóvenes. Yo sería partidaria de ello por el bien que se produciría en las relaciones interpersonales. Es un sueño que yo no veré, pero que puede que algún día se haga realidad.
P. En el epílogo escribe: “nuestros mayores son la raíz de nuestra identidad, eslabones de nuestra historia y fundamento de nuestra cultura”. Los abuelos siempre han sido un bien preciado, un legado, pero ¿tiene la sensación de que, no sé si debido al envejecimiento de la población, se está perdiendo en parte esa consideración, esa aura de profundo respeto que rodeaba a los abuelos?
R. Creo que sí se ha perdido parte de esa aura que comentas. Sin embargo, prefiero quedarme con el aprecio auténtico y la confianza que muchos nietos tienen hacia sus abuelos cuando estos han estado presentes y han sido cariñosos con ellos en su infancia. Soy optimista porque he visto a muchos nietos adolescentes y jóvenes contando vivencias a los abuelos que saben escuchar y comprenden sus inquietudes.
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