La soledad de la maternidad

La soledad de la maternidad

El estilo de vida urbano, la falta de una red familiar y de referentes con hijos provoca que muchas mujeres se sientan agotadas y desbordadas.

DIANA OLIVER

A Sem Campón, diseñador gráfico y autor del blog Y yo con estas barbas, un encuentro con una madre y su hija en el parque le hizo replantearse lo solos que estamos en nuestras crianzas. Solos y muchas veces perdidos. Aquella mujer atravesaba una situación difícil y él le tendió su mano a través de una tarjeta de visita y algo de conversación y de empatía. Lo contó en una entrada que ha tenido cientos de visitas y con la que muchas madres, y también padres, se han sentido identificados: “Los padres debemos ayudarnos entre nosotros. En lo que podamos y sepamos. Es un precepto de ética básica que querría aplicar en la educación de mis hijos y no conozco nada mejor que predicar con el ejemplo”, dice al final del post.

Eso, lo solitaria que puede llegar a ser la maternidad en el siglo XXI, ya se lo planteaba hace unos años Carolina del Olmo, licenciada en filosofía y directora de cultura del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en Dónde está mi tribu, un libro con formato de ensayo que se ha convertido en un referente, y casi una bandera de comprensión, para muchas familias y profesionales interesados en las prácticas maternales. Una soledad que te invade inevitablemente si te ha tocado vivir la maternidad en una ciudad, sin demasiados o ningún apoyo familiar o con ese apoyo a cientos de kilómetros. Incuestionable ya si se trata de madres solas por elección que no tienen una red alrededor.

Influye para la socióloga Teresa Jurado que las madres de este siglo tenemos muchos menos hijos que las madres de siglos anteriores. “En España llevamos más de tres décadas con un índice sintético entre 1,3 y 1,5 hijos por mujer. Hay una alta proporción de madres que solo tienen un hijo y cada vez hay menos madres que tienen tres o más hijos. Al haber menos hijos muchas mujeres cuando tienen su primera criatura no han tenido un experiencia cercana que les permita aprender la práctica de cuidar de un bebé y de hijos. Eso puede hacerlas sentir solas ante un reto que no saben bien como afrontar, sobre todo si no viven cerca de las abuelas u otras mujeres de sus familias con experiencia en la crianza”, explica.

Comparte esa idea María José Garrido, doctora en Antropología especializada en maternidad e infancia, para quien el contexto de crianza en nuestras sociedades occidentales “es el resultado de la soledad física, de la falta de referentes y del desconocimiento real de la maternidad”. Recuerda Garrido que muchos de los padres y madres recientes pertenecen a una generación que no ha podido solventar muchas dudas con sus familias porque “han sido criados con pautas modernas, alejadas de las necesidades biológicas y emocionales de los niños”.

Precisamente esto es lo que ha vivido Paula, madre alicantina de 33 años que pese a que siempre ha remado en la misma dirección que su marido (“siempre me ha apoyado en todo”), ha sentido la necesidad de estar acompañada de más personas con las que compartir la crianza de su hija que ahora cumple tres años. “Ni amigas, ni familia, nadie entiende nuestra forma de crianza. Como no es el modelo entendido como “tradicional”, están esperando a que nos equivoquemos en cualquier momento. De hecho el criar de forma diferente ha supuesto que en muchos momentos, además de juzgarnos, nos den de lado y no cuenten con nosotros de la misma forma que antes”, se lamenta.

Dime tus circunstancias y te diré como lo vivirás

Pilar fue madre hace poco más de un año, el 20 de diciembre de 2016. Es periodista y es cofundadora de una empresa de comunicación por lo que compagina la crianza de su hija con un trabajo que puede realizar desde casa, “haciendo malabares para llegar a todo cada día”. Vive a más de 300 kilómetros de su familia y de su mejor amiga, lo que complica aún más las cosas, sobre todo porque, dice, su pareja y ella han decidido cuidar ellos mismos de su hija prescindiendo de guarderías y otras opciones de cuidados externos.

Para Pilar, sus circunstancias influyen de manera inevitable en su crianza pero también en su forma de afrontar este cambio vital que supone la maternidad: “El cansancio que se va acumulando día tras día, semana tras semana, mes tras mes… Si yo tuviera cerca una red de apoyo familiar, quizá podría dormir más, porque mi bebé podría pasar con sus abuelos, o tíos, un par de horas cada día que yo podría aprovechar para avanzar en el trabajo. Pero no es el caso. Me levanto demasiado temprano y llega un momento en el día en el que ya no puedo más, pero mi hija sí. Y me frustro, porque no llego a todo, porque soy incapaz de llegar a todo. Y me siento sobrepasada, con la sensación de no estar dándole a mi bebé todo lo que necesita, de no estar «a la altura». E, insisto, todavía no se ha dado la circunstancia de tener que dejarla en la guardería. Porque entonces sí que diría que la soledad influye rotundamente en la crianza, porque a mí me gustaría pasar con mi hija cuanto más tiempo mejor y una escuela infantil no es mi ideal de crianza”, explica.

Planteaba Carolina del Olmo en su libro que “el olvido pertinaz de las circunstancias que rodean al par madre/hijo está contribuyendo a acuñar una imagen de la maternidad que no tiene por qué corresponderse con la realidad”, algo que hemos podido ver en recientes declaraciones de profesionales que acaban de ser madres. Véase el caso de Samanta Villar. Madres cansadas, agotadas y solas que se sienten desbordadas no por la maternidad en sí misma, sino por las circunstancias. “Bien está que dejemos de fingir que todo es estupendo pero, ¿acaso tenemos que dar por sentado que los malvivires que muchas experimentamos son consustanciales a la maternidad? ¿No será acertado considerarlos efectos perversos de las inapropiadas condiciones que nuestra civilización impone a madres, padres y niños?”, continuaba del Olmo.

Apunta Garrido sobre ese “dejar de fingir que todo es estupendo” que la imagen de los niños que nos llega a través de la publicidad es distorsionada, irreal y dulcificada: “Enfrentadas al cansancio de las noches sin dormir, a la revolución hormonal del puerperio, a un bebé que nos necesita y nos reclama 24 horas diarias, es imposible continuar manteniendo la casa perfecta, el cuerpo perfecto y seguir trabajando a pleno rendimiento. El impacto contra la realidad es inmenso. El índice de depresión postparto, también”.

Para Pilar, vivir en una sociedad tremendamente individualista y competitiva en la que desde niñas se nos ha machacado con el “tú puedes” influye en que sea difícil pedir ayuda o entonar un “ya no puedo más”, porque siempre se puede un poco más para, dice, “fracasar”. A esto la periodista madrileña le suma el choque frontal de la imagen idílica de la maternidad con lo que ésta verdaderamente es en muchos casos: “Te sientes sola porque no sabes si lo que estás sintiendo / pasando es normal o es «tu culpa» (esa culpa que parece patrimonio exclusivo de las mujeres) y cuesta hablar de ello (ponerle palabras a lo que sentimos ahuyenta muchas veces esa soledad). Afortunadamente, creo que pertenecemos a una generación que está rompiendo el tabú y se está animando a hablar de todo esto. La maternidad es hermosa, pero también es difícil”.

Buscando una tribu

“¿A qué hora llevas a Harvey al médico?” “¿Tienes azúcar? Espera que te mando a Marilyn” o “¿Quedamos en la esquina en diez minutos?” eran los sonidos cotidianos del patio de tender de un modesto bloque de pisos del Bronx de los años 40 y 50 a los que alude la escritora y activista Vivian Gornick en sus honestas memorias Apegos feroces (Narrativa Sexto Piso). Hace años que dijimos adiós a aquellos gritos de ventana a ventana. A aquel trajín de puertas abiertas y recados compartidos. Al apoyo vecinal. Al menos en aquel formato e intensidad. Y esto inevitablemente también afectó a las crianzas.

Dice María José Garrido que no ha habido una generación de niños más solos en nuestro planeta que la occidental actual. Tampoco ha habido una generación de madres menos acompañadas en la crianza. Por una parte, hace referencia a la ausencia en las sociedades industrializadas “de la red de mujeres en torno a la maternidad, durante el embarazo, parto y puerperio, que ha sido habitual a lo largo de la historia de la humanidad”. Por otra, al tipo de familia predominante en la actualidad: “nuclear, compuesta por padre, madre e hijos, nos ha alejado de la protección de la familia extensa (primos, tíos, abuelos, sobrinos)”.

Claudia Pariente, licenciada en Ciencias de la Información y fundadora de Entre mamás, un centro de acompañamiento maternal en Madrid, se encontró tras el nacimiento de su primera hija con “un posparto duro, con una lactancia rota y ningún sitio a donde ir”. Su pareja, ingeniero de profesión, apenas había disfrutado por aquel entonces de un permiso de paternidad de dos días y Claudia, sin red familiar ni social, sintió una enorme necesidad de reunirse con otras madres. Comenzó entonces a invitar a las madres que conocía a través de foros y blogs, y que estaban viviendo una situación similar a la suya, a compartir un café y charla en grupo en su casa. Muy pronto aquel salón se quedó pequeño. Fue entonces cuando se decidió a abrir un local que sirviera de punto de encuentro para las madres. Nacía así Entre mamás en el año 2009.

Los grupos de madres que desde hace poco más de una década se reúnen o encuentran a través de internet o a nivel presencial constituyen la versión actualizada de los grupos de mujeres tradicionales alrededor de la crianza. “Los espacios, tanto los virtuales como los presenciales, se basan en el altruismo, la solidaridad social y la ayuda mutua, y han supuesto un apoyo emocional enorme para muchas madres y bebés. Los seres humanos necesitamos sentirnos parte de un grupo y, en un momento de máxima vulnerabilidad, como es la maternidad, necesitamos aún más sentirnos comprendidas y contrastar nuestra realidad con otras similares”, cuenta María José Garrido. Para la antropóloga las redes de maternidad conforman auténticas comunidades de crianza que generan vínculos emocionales intensos y duraderos, y cita entre sus funciones más relevantes “el asesoramiento y resolución de problemas y dudas, compartir vivencias o el apoyo mutuo y sostén emocional”.

Susana es veterinaria pero desde hace algunos años no ejerce. Tiene un niño de cuatro años y medio y, aunque es cordobesa, ha recorrido varios puntos de la geografía española hasta acabar instalándose en Zaragoza, cerca de su hermana, para sentirse más acompañada. Reconoce que cuando vivió en Madrid lejos de la familia, y con un bebé de apenas meses y un marido militar que viajaba largas temporadas, se sintió muy sola. Fue entonces cuando se planteó acudir a un grupo de lactancia que se reunía cerca de su casa para llenar ese vacío (“Empecé a ir a un grupo de lactancia, luego me hice socia cooperativa. Me gustó tanto la idea de ayudar que hice un curso de asesora de lactancia y aprendí un montón para poder acompañar a otras mamás”). La parte buena que encontró en aquello fue el apoyo emocional. Sin embargo, admite, nunca llegó a tener la suficiente confianza con nadie para desahogarse o pedir en determinado momento algo que necesitara. “En Madrid echaba mucho de menos a mi madre que murió cuando yo tenía 24 años, sé que me hubiera entendido y apoyado. Mi marido estaba meses fuera y yo a veces me sentía la peor madre del mundo”.

Opina Pilar que leer o escuchar que no estás sola ni sientes sola reconforta mucho. “Yo no sé la de veces que habré vuelto a este poema de Luna Miguel o la de veces que una conversación en la calle con una madre reciente se ha alargado más de la cuenta, porque necesitamos contarnos, reconocernos en la otra, como si nos mirásemos en un espejo que nos explica lo que, a veces, parece inexplicable, pero no lo es. Somos humanas y debemos permitirnos equivocarnos, rendirnos, ser imperfectas, pero todo eso es más fácil permitírselo a las demás. Por eso son importantes las otras, porque son el primer paso para permitirnos, y perdonarnos, a nosotras mismas”, reflexiona. En este sentido, María José Garrido señala que las madres de hoy viven en una sociedad que les exige ser “madres abnegadas, asalariadas eficientes y perfectas esposas, mientras se las somete a un modelo de juventud, belleza y delgadez imposible. Se nos juzga y sentencia. Las ridículas bajas maternales son una muestra de lo que nuestra sociedad espera de las madres. Volver a la vida estresante a los tres meses y medio. Como si nada hubiera pasado. Cuando tu vida ha cambiado para siempre.”

“Es un cambio de vida bestial. Tu vida, la que fue, no va a volver, y tú, la que fuiste, tampoco, y hace falta un proceso de «duelo» para digerirlo. Un proceso que se hace más sencillo si estás acompañada. Yo, por ejemplo, tengo la suerte de que mi mejor amiga pasó por todo esto antes que yo y fue madre por segunda vez unas semanas antes de que naciera mi hija. Ella está siendo mi gran apoyo y siento un agradecimiento infinito por ello”, añade Pilar.

Precisamente, cuenta Claudia Pariente que la principal preocupación de las madres cuando llegan a Entre mamás es el shock de esa transformación que supone la maternidad. “Tienen la sensación de “nadie me lo dijo” que, especialmente si el parto no fue bueno, si el posparto se vive en soledad y tienes miles de dudas y de jueces alrededor, puede ser un túnel muy duro de atravesar. Súmale a eso las noches sin dormir y el cansancio… La pregunta constante: ¿Volveré algún día a ser la misma?”. También ha observado la fundadora de Entre mamás que las mujeres además de solas se sienten a menudo muy juzgadas. “Nos llegan cientos de “normas” sobre cómo ser la mejor madre y hacerlo todo perfecto. La crianza se ha vuelto muy dogmática y exigente. No creo que haya un método perfecto y poner esa carga encima de nuestros hombros es muy injusto”, se lamenta.

Echa en falta Pariente el apoyo social, “ser bienvenidas en todos los espacios; incluir a la familia extensa y los amigos en la tarea maravillosa de criar”. Y reconoce que los grupos de madres pueden ofrecer recursos, información y calor a la nueva madre, pero sin olvidar que esa madre también tiene otras necesidades y precisa apoyo de su entorno para el resto de sus actividades. “Por mi parte, visibilizar la maternidad es un activismo personal”, concluye.

elpais.com/elpais/2018/01/11/mamas_papas/1515682730_474645.html



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