La salud sí tiene género

La salud sí tiene género

¿Se tienen en cuenta nuestras diferencias en la consulta? Hombre y mujeres no enfermamos igual e ignorarlo perjudica el diagnóstico.

A. SANTOS

El futuro de la medicina se escribirá en femenino. Suena grandilocuente, pero se ajusta a la realidad. Actualmente, el porcentaje de médicos mujeres gira en torno al 46%, pero en las aulas son mayoría (74%). Estos datos, por sí solos, no garantizan que la ciencia médica resolverá pronto las desigualdades de género que la rodean, pero son sin duda una invitación al optimismo. Porque cuando acudimos a una consulta aquejadas de dolor muscular o preocupadas por una pérdida de peso aparentemente inexplicable, las diferencias biológicas de nuestro sexo con respecto al masculino son determinantes para su diagnóstico y tratamiento, pero nosotras somos las primeras en ignorarlo. Y lo que puede ser peor, ¿también lo hacen los doctores?

«La medicina está construida con un patrón androcéntrico, es decir, con un varón blanco como representante de la especie humana. Y no es hasta finales del siglo XX que se empieza a tener en cuenta que existen diferencias en el modo de enfermar y en el tipo de dolencias más frecuentes en ambos sexos. Falta conciencia de la diferencia», explica Teresa Ortiz, catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Granada: «Tanto la investigación médica como la docencia y la asistencia sanitaria han mirado a las mujeres como si fuesen hombres y no han visto sus problemas y enfermedades específicas, ni han entendido su malestar y su dolor dice Ortiz. La salud de las mujeres se ha estudiado y valorado solo en el aspecto reproductivo y este enfoque ha impedido abordarla desde una perspectiva integral», explica la endocrinóloga catalana Carme Valls Llobet, investigadora sobre la influencia del sexo en la salud, autora de libros fundamentales en esta área como ‘Mujeres invisibles’ (Ed. Debolsillo) y ‘Mujeres, salud y poder’ (Ed. Cátedra, 2009) e impulsora de la revista MyS.

¿Cómo se ha llegado a esto?

Empecemos por el principio. «Históricamente, los hombres han construido el conocimiento, y eso incluye la enseñanza, la investigación y la práctica médica. Además de, obviamente, copar los órganos de decisión», resume Ortiz. A partir de aquí, todo es una sucesión de «errores» en cadena. Ya en 1989 la norteamericana Lois Verbrugge, pionera en este campo, advirtió que a pesar de estar demostrado en todo el mundo que las mujeres viven más pero sufren más enfermedades crónicas y hacen un mayor uso de los servicios sanitarios ambulatorios, han sido infrarrepresentadas en los ensayos clínicos. Y como consecuencia, los datos obtenidos en las investigaciones son frecuentemente extrapolados de forma inapropiada.

La endocrinóloga e internista Giovanella Baggio, responsable de la cátedra de medicina de género recientemente creada en la Universidad de Padua la segunda de Europa tras la de Viena ahonda en esta idea: buena parte de la investigación realizada en las últimas décadas sería errónea al enfocarse casi exclusivamente en pacientes varones, aunque en este terreno se ha mejorado algo y la presencia hoy de las mujeres en los ensayos clínicos es del 35 %.

En su informe Medicina de género: una tarea para el tercer milenio, Baggio recrimina a la ciencia médica que el estudio de la salud femenina se haya centrado, casi exclusivamente, en las enfermedades asociadas a su aparato reproductor, especialmente en cáncer de pecho, de útero y de ovarios. Lo que ella denomina «el síndrome del biquini».

¿En qué son diferentes hombres y mujeres?

En el argot médico, se define como morbilidad femenina diferencial el conjunto de enfermedades, motivos de consulta o factores de riesgo que merecen una atención específica hacia las mujeres, bien porque solo se pueden presentar en ellas o porque los padecen con mayor frecuencia.

«Puede ser causada por las diferencias biológicas, como ocurre con los trastornos de la menstruación, las enfermedades derivadas de los embarazos y los partos o los tumores ginecológicos explica la doctora Valls Llobet. También entran en esta definición las enfermedades que, sin ser específicas del sexo femenino, muestran una alta prevalencia y son causa de enfermedad, discapacidad o muerte prematura en un porcentaje superior».

En este punto, la especialista hace referencia a anemias, dolor crónico, enfermedades autoinmunes, enfermedades endocrinológicas, ansiedad y depresión, «aunque existen también factores de riesgo que deberían ser prevenidos de forma diferente, como las causas de patología cardiovascular, diabetes mellitus u obesidad», indica.

Por su parte, Giovanella Baggio establece cinco campos en los que, a lo largo de este siglo, se ha descubierto que la mujer precisa recursos diagnósticos y terapéuticos diferentes a los del hombre: enfermedades cardiovasculares, farmacología, dosificación y duración de las terapias así como la respuesta a la quimioterapia cáncer de colon, osteoporosis y cirrosis biliar primaria.

Y es que el hecho de que los resultados de las investigaciones estén sesgados tiene consecuencias graves en la valoración de los síntomas y el diagnóstico. Y eso es especialmente palpable en el caso de las enfermedades cardiovasculares. Como apuntan las doctoras Valls y Baggio: si en los hombres los síntomas de un infarto de miocardio son opresión en el pecho y dolor en el brazo izquierdo, en las mujeres son náuseas y dolor en el bajo vientre. Por tanto, cuando estas se quejan de este tipo de molestias no suelen ser sometidas a las pruebas habituales que determinan un infarto, lo que acaba en un aumento de la mortalidad. Sin embargo, siguen considerándose patologías «de hombres».

Por eso todavía no ha sido bien estudiado el papel del ácido acetilsalicílico en mujeres determinante en los hombres y se incluyen factores de riesgo como el tabaquismo o el consumo de alcohol con más frecuencia que otros que parecen tener más peso en las mujeres, como la obesidad y el hipotiroidismo. Con el cáncer de colon ocurre algo similar, ya que suele presentarse en etapas más tardías en la vida de la mujer y tiene una localización diferente.

¿Qué hay que mejorar?

«Es primordial enfocar la formación del especialista en atención primaria hacia las patologías más prevalentes entre el sexo femenino. Porque la falta de conocimiento hace que se realicen diagnósticos erróneos, etiquetando ciertos síntomas como problemas psicológicos antes de analizar si responden a patologías que pueden mostrar los mismos síntomas -sugiere Carme Valls Llobet-. En muchas ocasiones nos topamos con que en la primera consulta se diagnostica como psicológico lo que es biológico, y se recetan ansiolíticos y antidepresivos, lo que conduce a medicalizar la salud de la mujer».

Por ejemplo, un 70% de los psicofármacos que se recetan en España es a mujeres, muchas con enfermedades como fatiga crónica y fibromialgia, no detectadas a tiempo. Según la catedrática Ortiz, «la perspectiva de género tendría que tener más presencia en las asignaturas troncales de la carrera, como en muchas universidades extranjeras. Solo así contaremos con profesionales que puedan aplicar conocimientos probados». Como casi siempre, la solución empieza en las aulas.

Nuestra salud mental

Las españolas sufren el doble de problemas mentales que los españoles. Más allá de los temas considerados estrictamente femeninos -ciclo reproductivo, trastornos de la alimentación, violencia de género…-, Carmen Leal, catedrática de Psiquiatría de la Universidad de Valencia y ponente en el XVII Congreso Nacional de Psiquiatría, precisa que «desde hace unos años el papel del género ha comenzado a ser analizado en todos los trastornos mentales. De hecho, se ha identificado como uno de los factores más importantes en lo relativo al diagnóstico y el tratamiento».

Los estudios que contemplan las diferencias establecen que trastornos como la depresión o la ansiedad son mucho más frecuentes en mujeres. A esto hay que sumar factores socioculturales estresantes a los que la mujer está más expuesta: empleos peor remunerados, trabajo doméstico y cuidado de hijos y familiares. «El cambio de las estructuras sociales y los roles masculino y femenino, puede tener consecuencias sobre la salud mental de ambos», dice la psiquiatra.

Cuidado con el medio ambiente

¿Afecta el entorno de la misma forma a mujeres y hombres? La endocrinóloga Carme Valls Llobet nos explica esta relación. «Hay químicos en los disolventes, insecticidas, derivados de los plásticos… que pueden dañar la salud. Estos productos contienen átomos de carbono-hidrógeno, dioxinas o metales pesados que pueden persistir durante años en las células grasas. Todos son posibles cancerígenos y alteran la inmunidad y el sistema nervioso; además, son disruptores endocrinos, es decir, pueden modificar la función hormonal.

El efecto depende de la dosis y la repetición de la exposición, pero se han encontrado diferencias entre mujeres y hombres porque estos tóxicos son más fáciles de acumular en las personas con más tejido graso y las mujeres tenemos un 15% más. La contaminación también puede afectar al núcleo de las células (modificando el ADN) y al funcionamiento de las mitocondrias. Estos cambios están relacionados con enfermedades que afectan más a las mujeres, como la fibromialgia, la sensibilización química múltiple y el cansancio crónico».

www.mujerhoy.com/salud/guia-enfermedades/salud-tiene-genero-ciencia-923177122015.html



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