La red familiar desaparece

La red familiar desaparece

El número de personas mayores que viven solas se dispara. En España, un país donde los cuidados los ha ofrecido tradicionalmente la familia, el reto es mayor que en otros países del entorno que han desarrollado más recursos públicos para gestionar el enve

CRISTINA CASTRO

Al comenzar la década de los ochenta, las mujeres mayores que vivían solas en España no llegaban al medio millón. En apenas 12 años, para 2031, serán casi 1,9 millones. La soledad femenina en edades avanzadas se multiplica por cuatro en medio siglo y las predicciones apuntan al aumento. La soledad tiene rostro de mujer mayor porque ellas viven solas más del doble que los hombres (actualmente son 1,4 millones de mujeres y 0,6 millones de hombres). En el total de la sociedad, suponen el 42% de todos los hogares solitarios de España, según los datos del INE de 2017.

Que cada vez más personas mayores vivan solas es un fenómeno con varias causas, pero el más importante es el cambio en la tasa de fecundidad. El número de hijos ha ido disminuyendo y esto está directamente relacionado con las probabilidades de que alguien acabe viviendo solo. No en vano, mientras que el 26,4% de las mujeres que tuvieron hijos viven solas, entre las que no tuvieron el porcentaje sube al 38,3%.

Y esta es una de las claves que están haciendo que en España la red familiar sea cada vez más débil. Lo confirmaba el 56% de los españoles, que considera que hoy se atiende peor a los padres mayores que las generaciones anteriores, según una encuesta del CIS de septiembre de 2015. Muchos reconocían, además, tener poco contacto con sus familiares. Hasta un tercio reconocía hablar ocasionalmente o nunca con sus familiares mayores.

También están detrás de este aumento de la soledad la vida en las grandes ciudades o la incorporación de la mujer al mercado laboral, pero lo cierto es que el modelo de cuidados en España ya no se adapta a la realidad que tenemos. Y aún menos a la que está por llegar. Porque si el envejecimiento de la población es un hecho, lo que más crece proporcionalmente es el llamado sobreenvejecimiento, es decir, el número de mayores de más de 80 años. Una edad a partir de la cual, según los expertos, se dispara la dependencia.

Es España cuidan sobre todo las mujeres, en general a partir de los 45 años. Primero cuidan a otras mujeres (madres o suegras) y más tarde a sus parejas. El cuidado es esencialmente femenino hasta los 80 años. A partir de ahí, en los hogares de pareja ellos también cuidan y lo hacen incluso en mayor proporción que las mujeres. “Es cierto que las mujeres llegan mucho más a edades avanzadas, pero lo hacen en peores condiciones de salud que ellos”, explica Antonio Abellán, investigador del CSIC, que subraya que ellos están también aumentando en mayor grado su esperanza de vida. “En los últimos 40 años, el porcentaje de mujeres que llegan a la vejez han pasado de 88 a 94%, sin embargo en el caso de los hombres el aumento ha sido mayor, del 77 al 88%”.

Partimos de que España sigue siendo de los países más “familistas” de Europa, según el último estudio “Vejez y cuidados” del Observatorio Social La Caixa. Solo Portugal, Malta y Chipre tienen una menor proporción de mujeres mayores viviendo solas.

Pero es precisamente esta tradición familiar la que ha permitido al Estado evitar responsabilidades y nos coloca ahora como uno de los países con menos recursos públicos destinados al envejecimiento. Según datos de Eurostat recogidos en el informe de La Caixa, la UE-28 destinó en 2015 un 20,9% del gasto público a los mayores. En España el gasto estuvo algunas décimas por debajo, mientras que otros países como Francia o Portugal gastaron en torno al 25%. Respecto al PIB, España también está por debajo de la media europea en recursos destinados a las personas mayores.

“La red familiar ha ido desapareciendo y sin embargo, los recursos públicos no han crecido de forma acompasada. En España el Estado de Bienestar aún se mantiene gracias al cuidado de familiares o personas contratadas por las familias, muchas veces en condiciones económicas y laborales que dejan mucho que desear”, diagnostica José Antonio López Trigo, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

Para hacerse una idea de hasta donde llega esa red familiar, una encuesta de 2008 estimó el valor económico de los llamados cuidados informales en España – en el ámbito familiar-. Y el resultado fue un abanico entre 18.871 y 53.299 millones de euros, es decir, entre el 2% y el 5% del producto interior bruto nacional.

Otra de las consecuencias de esta red familiar es que en España hay uno de los menores ratios de plazas residenciales para mayores de Europa. La tasa, de 4,2% queda por detrás de la de países del entorno como Francia (6,3%), Alemania (5,4%), Suecia (5,1%) o Reino Unido (4,5%). España también está a la cola en plazas de hospital para enfermos crónicos, según el mismo informe de Antares de 2014, que califica de “inquietante” la gestión del proceso de envejecimiento en España, donde los mayores suponen ya hasta el 70% del gasto sanitario.

Salud y soledad, una relación poco conocida

Un gasto que puede verse incrementado si la población mayor está abocada a vivir en soledad, como apuntan los datos. Porque aunque “se ha investigado poco sobre la relación entre soledad y salud”, según David Reher, catedrático de sociología de la Universidad Complutense de Madrid, “sí está relacionado al menos con la salud percibida. Ellas reportan mucho más sentimiento de soledad y necesitan más cuidados que ellos al final de la vida”, añade.

Según los datos de Eurostat sobre salud percibida en 2015, las mujeres españolas (uno de los países con mayor esperanza de vida) reportan una salud algo peor que la media europea, mientras que los hombres están algo por encima. De ellas, el 35% dice tener buena o muy buena salud (35,4% de media europea) mientras el 45,5% de ellos dice lo mismo (y el 41,1% de los hombres europeos). En nuestro entorno, solo las mujeres mediterráneas (griegas, portuguesas o italianas) dicen tener peor salud que las españolas. Las de Alemania, Francia, Reino Unido y los países nórdicos presumen de una salud percibida mucho mejor. Con los hombres, el fenómeno es similar y sin excepción reportan mejor salud percibida que las mujeres de su país. “Es curioso porque, aunque ellas dicen tener una salud mucho peor que la de ellos y reportan más soledad, ellos se suicidan mucho más”, indica Abellán.

Prevención como solución

Tratar de abordar el problema pasa, según los expertos, por “mantener el máximo tiempo posible la autonomía de los mayores”, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Miguel Hernández y portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas).

“Es cierto y preocupante que el cuidado familiar está disminuyendo y la financiación pública de alternativas es baja. Lo sensato sería que el Estado mirase al futuro con una organización de políticas a largo plazo”, explica Hernández, “para lo que una de las claves sería sustituir prestaciones de tipo farmacológico y tecnológico por otras de tipo asistencial”.

Desde Sespas creen que se está dando una solución farmacológica a problemas sociales, con un malgasto de recursos y una pérdida de rendimiento. “En un país como el nuestro con tanto paro, las intervenciones hechas por personas suponen una inversión, que genera unos rendimientos mayores tanto en términos económicos como de salud”, añade Hernández. El experto pone como ejemplo la recomendación de la OMS de priorizar acciones para prevenir caídas en las personas mayores o promocionar su actividad física, que no encuentran correlación en España.

Comparte la opinión el presidente de la SEGG, cuya entidad lleva a cabo actividades de formación destinadas tanto a los mayores como a los cuidadores, ya sean profesionales o de la familia. “En dos años desde que pusimos en marcha los cursos de formación online gratuitos, los han hecho 27.000 personas. Les guiamos sobre pautas de alimentación, higiene personal y postural, pequeñas estimulaciones físicas o recomendaciones para la incontinencia. Los hacemos tanto para que puedan tener nuevos conocimientos como para que refuercen su autoestima, ya que muchos lo están haciendo ya pero tienen la incertidumbre de si están haciendo lo correcto”, afirma López Trigo.

Para los mayores que aún conservan cierta o plena autonomía, la SEGG también tiene en marcha dos cursos de autocuidado y hábitos, con los que buscan fomentar el envejecimiento activo y repasar todos los hábitos saludables, desde las vacunas a la alimentación, la actividad física o el control de la propia salud. “Porque no es cuestión de gastar más dinero, sino de priorizar la prevención y la promoción de la salud. Porque recordemos que la ley de dependencia todo el mundo la conoce así, la dependencia está al final de la frase: realmente se llama Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, pero la primera parte, que es la más importante, no se ha hecho nada”, critica López Trigo.

Para el gerontólogo, el sistema en España va por detrás de los acontecimientos y eso, en términos de envejecimiento, “es muy difícil de sostener”. “Al menos en Andalucía [donde trabaja], la Consejería de Salud es independiente a la de Asuntos Sociales, lo que genera una brecha en la que cae todo aquello que ninguna de las dos quiere o puede resolver”, añade López Trigo, que lamenta que no se tenga en cuenta “que los mayores consumen el 70% del gasto sanitario y el 80% del gasto social”.

El “tsunami” de la ley de dependencia, como afirma López Trigo, ha aflorado una cantidad inesperada de cuidado informal que ha saturado a la Administración. Algo que ha hecho que muchos se queden en la espera. En cualquier caso mejorar esa ley es, a juicio de los expertos, apenas una pata de la estrategia a poner en marcha. López Trigo recuerda una conversación con una gestora pública sueca que para él es la clave en la diferencia entre ambos países. “Ellos entienden que las políticas destinadas a los mayores son una inversión, no un gasto. Y cuando algo lo consideras una inversión te da réditos, en términos de empleo, de bienestar… Mientras sigamos considerándolo un gasto y a los mayores como consumidores de recursos, no podremos dar una solución al problema”.

www.elindependiente.com/vida-sana/2018/05/13/la-red-familiar-desaparece/