08 Mar La rebelión de los abuelos
* El 80% de los ancianos españoles reniega de los asilos convencionales
* Busca otras soluciones, como vivir en grupo y contratar personal que les atienda
IRENE HDEZ. VELASCO
«Ni hablar, al asilo no». Ése es el grito de guerra que han comenzado a entonar los mayores españoles. Los abueletes se han puesto rebeldes y se niegan en redondo a que otros decidan por ellos cómo deben de vivir su vejez. Y la gran mayoría tiene clarísima una cosa: no quiere acabar sus días en una residencia de ancianos.
La verdad es que tienen motivos para no desearlo: son lugares por lo general tristes, impersonales, donde el grado de dependencia es altísimo, donde todo está pautado, donde te dicen la hora a la que te tienes que levantar, cuándo toca comer, cuándo es el momento de meterse en la cama… «Casi, casi hasta te dicen cuándo tienes que hacer pis», bromea con pesadumbre Luis Alfonso Gómez, a un paso de ser octogenario, jefe de personal de una importante empresa, ya jubilado y quien, desde hace dos años, vive (o «vegeta», según su propia definición) en una residencia geriátrica en un pueblo en la sierra norte de Madrid. Por no hablar de que muchas familias no pueden permitirse pagar esos centros: una residencia privada viene a costar unos 2.000 euros al mes, y optar a una plaza pública es difícil.
«A mí verme en una residencia convencional me aterraba. El ambiente es desolador, gris, se respira soledad, los días se llenan de inactividad. Un horror», sentencia Baudi, enfermera retirada de 66 años, viuda desde hace tiempo y que en junio se lió la manta a la cabeza y dejó atrás Asturias, a su familia y a sus amigos para irse a vivir a las afueras de Madrid con un grupo de mayores tan rebeldes como ella, tan antiasilos como ella y que se lo han montado por su cuenta.
Los chicos y chicas de la tercera edad están protagonizando una pequeña revolución que cuestiona el propio modelo de residencia geriátrica. La prueba de ese cambio de mentalidad es que más de la mitad de los españoles mayores (un 53,9%, para ser exactos) considera poco o nada probable que termine en un centro geriátrico, según un estudio realizado en abril pasado por la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP), una organización que agrupa a asociaciones de mayores de toda España. Y la cifra de insurrectos está destinada a crecer: en el primer semestre de 2015, por primera vez en la historia, el número de muertes en España superó al de nacimientos, certificándose de ese modo el crecimiento vegetativo negativo de la población y la pujanza cada vez mayor de los ancianos.
Puestos a soñar, la mayoría de los ancianos españoles lo hace con acabar sus días en su propio domicilio, una opción a la que le dan un notable alto: un 8,9 sobre 10. Tienen perfectamente asumido que sus hijos no les van a cuidar en su vejez, como hasta ahora marcaba la tradición. «Por un lado, los mayores no quieren ser una carga para sus hijos. Además, desean seguir adelante con su vida, ser activos, decidir lo que quieren y no quieren hacer, no ser dependientes. Perciben como estereotipos rechazables vivir en una residencia de ancianos o mudarse a casa de los hijos», subraya Miguel Angel Mira, presidente de Jubilares, una asociación que trabaja para normalizar la inclusión social de las personas mayores.
Así que ahí andan nuestros mayores, explorando nuevas fórmulas de vivir su senectud. Y se están poniendo las pilas. A lo mejor usted no sabe lo que es el cohousing. Se trata de comunidades de viviendas colaborativas en las que los ancianos ocupan apartamentos independientes pero comparten zonas comunes y servicios (atención médica, limpieza, ocio…).
Pues bien: dos de cada tres mayores españoles ha oído hablar o conoce eso del cohousing y el 41,4% se plantearía, llegado el caso, irse a vivir a uno de estos centros, según el estudio de UDP. Lo que significa que unos tres millones de mayores estarían más que dispuestos a llevar a la práctica esta nueva receta para la vejez. De hecho, después de vivir en la casa propia, a los ancianos españoles el cohousing se les antoja como la opción más deseable de pasar sus últimos años. Por delante de la casa de los hijos o el temido asilo.
El problema es que en España brillan por su ausencia las iniciativas inmobiliarias específicas para estos nuevos rebeldes de la tercera edad. En otros países, sobre todo los nórdicos, sí que existen promociones dirigidas especialmente a ese colectivo, constructoras que levantan centros pensados para grupos de mayores que conviven. Pero aquí quienes se lo quieren montar a su aire parten de cero. De hecho, en nuestro país sólo existen dos centros de cohousing para mayores, montados ambos en plan cooperativa y que nada tienen que ver con las residencias tradicionales: Trabensol, en Torremocha de Jarama, en Madrid, y Los Milagros, en Málaga. Y también hay otras tres residencias cooperativas con participación de los usuarios: Profuturo, en Valladolid; Convivir, en Horcajo de Santiago (Cuenca) y Servimayor, en Losar de la Vera.
Trabensol es una especie de paraíso de la tercera edad, un complejo de 16.000 metros cuadrados (6.000 m2 construidos, el resto son jardines, un patio inmenso y hasta huerto) donde todo está calculado al milímetro para hacer más fácil y agradable la vida de sus 82 residentes, que viven (la mayoría con su pareja) en los 54 apartamentos con los que cuenta este centro social de convivencia. Apartamentos todos idénticos, todos orientados al sur por aquello de aprovechar la luz, todos de 50 metros cuadrados, todos con su baño, su salón, un dormitorio, una pequeña cocina equipada con lo básico y sin amueblar para que cada uno lo ponga a su gusto.
A partir de ahí, son muchos los servicios que se comparten. Para el almuerzo, por ejemplo, tienen contratada a una empresa de comidas, aunque, para ahorrar unos euros, un equipo de mayores se encarga de poner y quitar la mesa. Los desayunos y las cenas los hace cada uno en su apartamento, aunque es habitual que se invite a alguien. La limpieza de los pisos también está en manos de una empresa, así como la gestión de la recepción. Y, por supuesto, el servicio de lavandería: la ropa sucia se recoge los viernes y a principios de semana se entrega impecable.
Sin embargo, lo que hace realmente especial a Trabensol es que aquí se convive, aquí todos se ayudan entre todos, todos comparten con los demás su saber y experiencia, sus habilidades. El que tiene dotes para la pintura da clases a los demás, el que es abogado ayuda a los otros con los papeleos legales… El resultado es que la lista de actividades es interminable: yoga, teatro, danzas del mundo, gimnasia, meditación, baño terapéutico, pintura, taller de memoria, de artesanía… El domingo, por ejemplo, montan un videoforum en el que se pasan películas. «La vejez acecha cuando no tienes nada que hacer. Estar ocupados nos mantiene activos y en forma», dice Jaime Moreno, uno de los muchachos de Trabensol.
Aquí impera la solidaridad… Salvador, por ejemplo, es un manitas. Era herrero, trabajó en talleres de forja y en plantas de metalurgia, y ahora, a sus 82 años, se dedica a lo que más le gusta: la artesanía. Le pillamos arreglando la silla de un compañero. Y si alguien con coche va a bajar a Madrid anota en el tablón de anuncios el día y la hora a la que va a salir y las plazas que tiene disponibles, por si alguien se quiere apuntar.
«La idea de montar Trabensol comenzó a cuajar después de ver morir a nuestros padres y observar las dificultades de nuestros hijos. Si nuestros hijos no podían atender siquiera a nuestros nietos y se veían obligados a recurrir a nosotros para que les echáramos una mano, difícilmente iban a poder ocuparse de nosotros», cuenta Moreno.
Fue allá por el año 92 cuando Jaime y su grupo de amigos (algunos desde la infancia) comenzaron a hablar de la posibilidad de envejecer juntos en su propia residencia, montada a su medida. La idea fue cristalizando y en 2000 empezaron a planificar Trabensol. Les costó sangre, sudor y lágrimas hacer realidad su sueño, pero en 2013 lo consiguieron.
Para poner en pie Trabensol, cada socio puso 145.000 euros y casi todos ellos vendieron su casa para embarcarse en esta aventura. Pero se trata de una apuesta sobre seguro: si alguno de ellos decide marcharse del centro o fallece, él o sus herederos recuperan esa inversión inicial, ya que quien entre en su lugar aportará esa suma. De hecho, en Trabensol ya tienen una lista de espera de unas 20 personas.
Vivir aquí le cuesta 1.200 euros al mes a un pareja que comparte apartamento, 1.000 euros si se trata de una persona sola. Eso incluye desde comidas y alojamiento hasta lavandería, luz, teléfono, wifi…
«Queríamos envejecer junto a nuestros amigos. Hemos tenido la experiencia amarga de nuestros padres, hemos visto cómo en su vejez estaban muy solos. Aquí es al revés: lo difícil es cruzar un pasillo y no hablar con alguien, lo difícil es que no haya nada que te apetezca hacer», cuentan al unísono José María y María Dolores, ambos de Salamanca. Ella era enfermera; él, funcionario y secretario de varios ayuntamientos.
Baudi, la más nueva inquilina de Trabensol, está encantada. «Me enteré de que existía este lugar, me gustó la idea y me asocié. Tuve suerte: quedó un apartamento libre y me lo dieron». En junio se instaló, y ya se siente como en casa. «Llevaba tiempo buscando algo así, algo que no tuviera nada que ver con una residencia de ancianos».
Apartamentos con servicios entre el asilo y el cohousing
Aunque centros de cohousing para mayores en España sólo hay dos, sí están proliferando los complejos de mayores similares a los apartamentos de vacaciones o a los senior resorts: con servicio de limpieza, comedor… Un ejemplo es Profuturo, en Valladolid. Pero su filosofía es muy diferente a la de las residencias colaborativas, pues la idea es mudarse a un lugar «organizado» donde a uno «le hacen» tareas que ya no desea o puede hacer. Son una opción válida para quienes reniegan del asilo, pero a los que la idea de montarse una casa con un grupo de amigos les parece demasiado hippie… Lo que esta revolución contra el asilo está provocando es que cada vez sean más los geriátricos que no consiguen colgar el cartel de completo.
En España existen 240.000 plazas en residencias de ancianos, y de un tiempo a esta parte las vacantes son numerosas. Además, varios bancos éticos están comenzando a ofrecer préstamos para financiar viviendas colaborativas de mayores. Los bancos tradicionales, por lo general lentos y conservadores, aún no han abierto sus puertas a ese mercado. «Uno decide con quién se casa, en qué quiere trabajar. Pero no dejamos a los mayores elegir el tipo de vejez que quieren», asegura Carmen, directora gerente de Trabensol.
Una apuesta clara por residencias más humanas
Algunas administraciones, conscientes del cambio de mentalidad que está experimentando el colectivo de tercera edad, se están poniendo las pilas. Apuestan por lo que, en el enrevesado lenguaje burocrático, se ha dado en llamar «atención integral y central en la persona». Se trata, básicamente, de cambiar el concepto de la vieja residencia de ancianos y apostar por un modelo nuevo, de habilitar en las residencias tradicionales pequeños grupos de 10 o 12 ancianos que conviven en una especie de piso compartido, con mayor autonomía personal y menos dependencia, con la ayuda de dos especialistas. Y los resultados son llamativamente distintos: los integrantes de esas alas aseguran sentirse muchísimo mejor y más a gusto que los abuelos del geriátrico de toda la vida.
La Fundación Matia, en el País Vasco, fue pionera a la hora de poner en marcha esa iniciativa, al principio en plan piloto. Y como funcionó tan bien, en Euskadi el modelo se ha extendido con bastante rapidez. La atención integral y central también está tomando fuerza en Castilla y León, cuya legislación obligará a que a partir del año que viene todas las residencias comiencen a aplicar este modelo.
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