24 Feb La posición de los hermanos influye en la vida. Y tú, ¿qué puesto ocupas?.
Los primogénitos defienden más el ‘statu quo’ que los hijos pequeños, que son más arriesgados y rebeldes.
Pilar Jericó
¿Tienes un hermano o una hermana? ¿Os parecéis? Y tus hijos, ¿se parecen entre ellos? Si no es así, no te preocupes. Es lo más habitual. De hecho, las mayores diferencias de personalidad no se dan al comparar distintas familias, sino en el interior de ellas. Incluso hay estudios que señalan que la posición de hermano que ocupemos influye en los éxitos que tenemos en la vida. Evidentemente, el orden de nacimiento no determina quiénes somos o cómo nos va a ir; solo afecta a la probabilidad de que nos desarrollemos de una manera u otra manera. En términos generales, parece que los primogénitos defienden más el statu quo que los hermanos pequeños. Los menores son más arriesgados y rebeldes, como se deduce de algunas investigaciones.
El psicólogo estadounidense Frank Sulloway ha analizado con detalle el respaldo qué profesaron algunos científicos a las ideas más revolucionarias de su época. Comprobó que aquellos que eran hermanos menores tenían un triple más de probabilidades de apoyar las leyes de la gravedad de Newton o la teoría de la relatividad de Einstein, especialmente cuando esas hipótesis se consideraban radicales. Antes de que Darwin publicara su famoso estudio sobre la selección natural, 56 de 117 hijos menores creyeron en su tesis, mientras que solo lo hicieron nueve de 103 primogénitos. En el deporte parece confirmarse esta tendencia. En béisbol, por ejemplo, los hermanos menores tienen 10,6 veces más probabilidades de robar una base que sus hermanos mayores (un movimiento muy arriesgado con el que pocos jugadores se atreven). O en el mundo de la comedia, los actores que tienen hermanos poseen un 83 % más de probabilidades de haber nacido el último que lo que el azar habría predicho.
Los hermanos pequeños arriesgan más, mientras que los mayores siguen un camino más tradicional. Cuando se analizan las causas, se deduce que las diferencias de comportamiento entre los hijos se deben a dos motivos: a la forma de educar de los padres y a la rivalidad entre hermanos. Reconozcámoslo: los padres no educamos de la misma forma a nuestros hijos. Los primeros pagan el pato con las normas y las exigencias. Los padres suelen ser más estrictos con los primogénitos y se van haciendo más flexibles con los siguientes. El miedo por ser primerizo se relaja con el tiempo. Cuando la familia crece, los padres ven la vida de un modo más tranquilo. De hecho, cuanto más numerosa, más laxas son las normas para los últimos en llegar. En ocasiones, los hijos pequeños ni siquiera tienen que encargarse de las tareas del hogar; ya están los mayores para hacerlo.
El fundador de la psicología individual, el austriaco Alfred Adler, defendía que en las diferencias entre hermanos no influye solo la educación, sino que también lo hace algo más sutil e inconsciente, la rivalidad entre ellos. Eso es lo que nos hace buscar la atención y diferenciarnos del resto. Los hermanos mayores comienzan la vida siendo hijos únicos, lo que provoca que se identifiquen más con los padres. Cuando son destronados, a menudo les emulan: aplican las reglas, se orientan más hacia el poder y afirman su autoridad sobre el hermano más joven. Se podría decir que actúan como otros padres, lo que favorece un escenario perfecto para que el hijo más joven se sienta más seguro hacia el exterior y se rebele.
Los hermanos mayores tienden a sobresalir de un modo responsable. De hecho, la evidencia demuestra que los primogénitos tienen más probabilidades de ganar el premio Nobel de Ciencia, convertirse en congresistas estadounidenses y vencer elecciones en los Países Bajos. También tienen más tendencia a contratar seguros de vida y de llegar a la cima de las corporaciones empresariales. Un análisis de más de 1.500 ejecutivos reveló que el 43 % eran primogénitos. También suelen ganar hasta un 14% más de salario que sus hermanos menores cuando entran a trabajar en una empresa. Pero esta diferencia se desvanece a partir de los 30 años. A diferencia de los primogénitos, que están más apegados al status quo y arriesgan menos, los hermanos menores están dispuestos a cambiar de empleo con mayor frecuencia, por lo que disfrutan de un aumento salarial más rápido.
En esa lucha por diferenciarse, los hijos intermedios son los más inclinados hacia la diplomacia. Como no pueden dominar ni a los pequeños ni a los mayores, entrenan habilidades como la negociación y la persuasión para llegar a acuerdos y formar coaliciones. Evidentemente, la diferencia de edad entre hermanos influye. Si hay un año de diferencia, no están tan claros los roles, pero si la distancia es superior a los siete años, la rivalidad desciende: no existe tanta tensión en la búsqueda por ser diferentes. Todas estas conclusiones se centran en investigaciones de familias tradicionales. En ellas no hay medio hermanos o hermanos políticos, que hoy es muy habitual. El análisis tampoco presta especial atención a los hijos únicos, donde la variabilidad es altísima y poco predecible. Dicho esto, vale la pena pensar qué posición de hermano ocupamos y cómo somos. Lo dice una primogénita.