La otra familia de los abuelos olvidados

La otra familia de los abuelos olvidados

Técnicos y voluntarios del programa de Cáritas de atención a los mayores cuentan la situación de estas personas, que se agrava aún más en verano

CRISTINA AGUILAR JAENES – SEVILLA

Solos en el atardecer de la vida, sin testigos para transmitir esas historias que los curtieron en la batalla de nuestra existencia y con una vieja ventana desde ese tercer piso sin ascensor como único contacto con la realidad. A ella se asoman, cuando pueden salir de la cama, pensando si ese será el día en el que volverán a ver a aquellos hijos y nietos que tuvieron un día. Con la sensibilidad perdida, los ausentes los olvidan en el momento que más lo necesitan. Sin embargo, los ecos de ese desolador vacío llegan, a veces, a oídos piadosos que aportan consuelo y compañía. Dos aspectos que, tras años de abandono, prácticamente desconocen.

Rosario Silva, a la que todos en La Candelaria y Santa Teresa conocen como «Neni», y Carmen Ruiz, religiosa de las Hijas de Jesús, son dos de esas personas que dedican su vida a auxiliar a los mayores en su propio domicilio, acción que llevan a cabo a través del programa de Cáritas creado para tal fin.

Un proyecto que nació en los años 90 en Tres Barrios y Amate, precisamente donde estas dos mujeres trabajan cada día a pie de calle. Cuentan que en esta zona, en comparación con otros barrios, había (y hay) una población muy envejecida que necesitaba (y necesita) una atención especial. «Desde que empezó el programa de mayores, hemos visto como éstos han ido perdiendo poco a poco el apoyo de sus propias familias. Con el paso del tiempo y avance de la medicina, esos mayores continúan vivos, pero con una mayor dependencia, más soledad y soportando una carga familiar con su reducida paga», asegura Carmen.

Catalina Acedo, coordinadora del programa de mayores de Cáritas Diocesana, apunta a esto último que la crisis económica ha afectado, aun más si cabe, a estas personas. «Estamos hablando de mayores con pensiones no contributivas de 315 euros mensuales, que tienen que atender sus necesidades y las de sus hijos, en un barrio donde el paro se ha cronificado. Malviven con sus pensiones y solos, porque los hijos únicamente aparecen para pedirles dinero a primeros de mes».

EL ESLABÓN MÁS DÉBIL

Hablan de personas de más de 65 años en situación de pobreza severa o exclusión social, con diversas patologías, que vienen solas y sin familia que las atiendan y, generalmente, recluidas en sus viviendas al carecer éstas de ascensor. En este sentido, Cáritas garantiza el aseo personal y la correcta alimentación de los mayores, los acompañan y controlan las asistencias a las consultas médicas y la toma de medicamentos. Asimismo, a través de subvenciones, asisten otras necesidades cuando los mayores tienen un gasto extra que no pueden afrontar, como el arreglo o la compra de un electrodoméstico. Y, también, cubren sus necesidades espirituales.

Así, en 2015 Cáritas atendió, por un lado, a 271 mayores dentro del proyecto de animación, cuyo objetivo es estimularlos a través de talleres de habilidades personales y grupales, de salud, culturales; haciéndoles partícipes en los actos religiosos y en la vida comunitaria de las parroquias. Y, por otro, socorrió a 56 mayores dentro del servicio de ayuda a domicilio. La diferencia entre los primeros y los segundos está, básicamente, está en la capacidad que éstos tengan para poder salir de sus viviendas y desenvolverse en su medio.

No obstante, a juicio de Neni, «esta atención tendría que correr a cargo de los servicios sociales, a través de la Ley de Dependencia. Hay muy poco personal para todos los casos graves de aislamiento y con necesidades que hay. El Sistema de Bienestar no funciona. Los trabajadores sociales tendrían que estar en la calle sacando a flote la situación de estas personas, pero no dan abasto».

Respecto de esto, el trabajo de Cáritas se convierte en una gran cadena en la que intervienen varios agentes. «Los casos más difíciles nos llegan muchas veces por el boca a boca, mediante la alerta de un vecino en plena calle o en las reuniones parroquiales. Pero otras, son los centros de salud o los mismos trabajadores sociales los que nos requieren como primera avanzadilla para ir atendiendo los casos con mayores necesidades», asevera Neni.

«Somos más ágiles a la hora de dar respuesta a los mayores; no hay tanta burocracia y porque tenemos mucho personal voluntario implicado en los procesos», apostilla Catalina.

Manifiestan que la gestión de Asuntos Sociales de la Ley de Dependencia es muy lenta. Y para muestra, un botón:«Tenemos a una mujer que está cerca de cumplir los 100 años. La atendemos desde el año 2006, momento en el que solicitamos la ayuda de la Ley de Dependencia. A día de hoy, todavía no hemos conseguido que la valoren».

En este caso, se trata de una mujer que pierde por momentos la lucidez, que no se acuerda de comer ni de ducharse. «La trabajadora social la visita cinco o diez minutos. Eso no es suficiente para valorar a una persona. Se limita a preguntarle si está bien y ella siempre le dice que sí, pero en realidad no tiene conciencia del estado en el que vive. Y eso sólo se puede saber estando con ellos, acompañándolos a diario, algo que los servicios sociales no hacen porque no tienen capacidad», dice Catalina.

Pilar Galindo, responsable del departamento de acompañamiento en los territorios, que contiene todo el trabajo que hace Cáritas en las parroquias, afirma que «el trabajo de los técnicos y voluntarios está encaminado a que sean, finalmente, los poderes públicos los que atiendan a estas personas. Nosotros hacemos de puente —continúa—, estamos ahí hasta que la Administración actúa, momento en el que nos retiramos». En esta línea, Catalina Acedo concreta que el tiempo medio de atención a los mayores hasta que intervienen los servicios sociales suele estar entre los cinco y los seis años.

NUEVOS HÁBITOS

En la atención a los mayores también han influido las nuevas formas de relacionarse así como los hábitos que se están adoptando en los últimos años, que en nada beneficia a las personas mayores: familias jóvenes trabajadoras que ocupan los pisos que se quedan libres en el barrio y que, además, no pertenecen a él, por lo que desconocen a los vecinos con los que conviven e, incluso, al que vive puerta con puerta.

Las diferentes culturas también tienen que ver en este proceso. «El modo de relacionarse es diferente según la nacionalidad. Los mayores nos dicen que los africanos y los latinoamericanos son más cariñosos. Así que —sigue Neni— entre las personas que no echan cuenta del que vive en frente y esas culturas más desapegadas, los mayores se sienten más solos si cabe».

Por último, lanzan una llamada de atención ante el aislamiento de estas personas, que viene desde las propias estructuras sociales. «El 99 por ciento de la gente que atendemos sólo conocen el derecho que tienen a la Ley de Dependencia a través de nosotros. Únicamente los que nos derivan desde los centros de salud o las unidades de trabajo social están ya inmersos en la petición de la ayuda a la Dependencia, el resto, desconoce los derechos que tiene». En este sentido, Catalina Acedo se refiere a que las personas que atienen, la mayoría, son analfabetas. Personas de 80 años que no saben leer ni escribir y a las que se les requiere un certificado, a través de internet, para optar a la subvención social. «Esta también es una forma de exclusión social: el acceso a las nuevas tecnologías. A las personas mayores se les hace un mundo y cada vez ven más lejos los servicios públicos», concluye Catalina.

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