03 Feb La hipótesis España vaciada.
Retorna la división política urbano/rural como un motor relevante de la competición política.
Juan Rodríguez Teruel
La hipótesis de un grupo político en el Congreso representando la España vaciada es un ejemplo más de una tendencia actual en las democracias contemporáneas: el retorno de la división política urbano/rural como un motor relevante de la competición política.
Ya en el siglo XIX se constituyeron organizaciones políticas para defender los intereses de agricultores y terratenientes ante la lógica centrípeta y urbanizadora que imponían los regímenes liberales. Aquella vieja división política fue desplazada, a inicios del siglo pasado, cuando la generalización del sufragio universal, la irrupción de la clase obrera en la batalla electoral y la consecuente creación de grandes partidos favoreció la nacionalización de la representación política en detrimento de perspectivas locales.
Un siglo después, la polarización entre lo urbano y lo rural recupera importancia en el mundo democrático a medida que la clase social pierde fuerza movilizadora. Pero esta vez obedece a razones diferentes, que algunos identifican con la incapacidad de nuestros modelos de representación, basados en una concepción urbana de lo público, para integrar adecuadamente las necesidades de los ciudadanos en las zonas menos pobladas. Las reglas que emplean las ciudades para competir en la globalización no rinden igual en el mundo rural. Como señalaba Aymeric, el aristócrata francés que había decidido regresar al campo por su compromiso con la tradición, en Serotonina de Michel Houellebecq: “Cuanto más intento hacer las cosas correctamente, menos consigo lograrlo”.
El fenómeno adquiere formas idiosincráticas en cada país, pero posee algunos rasgos comunes. Un nuevo estudio publicado por Michael Kenny y Davide Luca señala que los votantes europeos de circunscripciones rurales expresan mayores niveles de insatisfacción con la democracia y menor confianza en el sistema político. Pero también matiza la impresión de que esas actitudes puedan generalizarse como un tópico. Influyen en ello otros factores que dan margen para que los grandes partidos reaccionen ante la sensación de abandono de sus votantes no urbanos. De no hacerlo, las consecuencias son previsibles: otros estudios recientes apuntan que el voto de protesta en el campo suele vehicularse hacia opciones de derecha radical o populista y contra la UE, aunque esa derivada es mucho menos probable entre quienes tienen acceso a mejores servicios públicos.
En España, ese fenómeno adquiere rasgos peculiares. La España vaciada no se refiere a toda la España rural, sino esencialmente a aquella que mira e interpela a Madrid. Y también es observada desde la capital. El precedente de Teruel Existe ha suscitado la hipótesis de que el nuevo actor parlamentario pudiera determinar mayorías de gobierno.
No es difícil encontrar razones para el escepticismo, comenzando por las exigentes condiciones que establece el sistema electoral para las provincias menos pobladas. Tampoco los precedentes históricos acompañan. Si hasta ahora han sido escasas las candidaturas de estas provincias en el Congreso o en los parlamentos autonómicos al margen de los partidos nacionales, no fue precisamente por la ausencia de fuerzas regionalistas extremeñas, manchegas, castellanas, leonesas y demás, sino por su débil implantación social. En esa perspectiva, el fracaso del Partido Reformista Democrático en 1986 nos recuerda que la suma de varias candidaturas locales a nivel estatal no multiplica sus apoyos: estos siempre acabarán dependiendo de su peso específico en cada circunscripción.
Menos claro aún —y esto resultará clave para la decisión de sus eventuales votantes— es el valor de su presencia parlamentaria. No debemos sobredimensionar la trascendencia de Teruel Existe: su fuerza (limitada) ha venido siempre de la mano de unirse en votaciones con otros grupos regionalistas y nacionalistas, una coalición parlamentaria que a menudo defiende intereses diversos, cuando no contradictorios. En ese sentido, la España vaciada nunca vendrá a remplazar la España periférica en las instituciones. Su única expectativa real es acentuar la fragmentación: rebanar escaños a PSOE, PP y Vox para hacer más complicada la gobernabilidad.
Ese es su contrapunto más significativo: quizá la respuesta más efectiva no provenga de mayorías parlamentarias cada vez más atomizadas, trabadas con el pegamento de prometidas inversiones territoriales (la conocida política del pork barrel), que luego a menudo no se aplicarán, sino sobre una concepción más plural de las instituciones del Estado, comenzando por su propia capital.