04 Jul La escuela de ‘las manadas’
El porno, la normalización y erotización de la violencia o la falta de empatía están detrás de las violaciones en grupo.
ISABEL VALDÉS – MADRID
En cuanto a las cifras, es imposible saberlo. En España no existen datos oficiales específicos sobre delitos sexuales cometidos en grupo, por eso, el proyecto de Feminicidio.net hace el recuento a partir de los casos que aparecen en prensa. Registró 17 en 2016, 14 en 2017, 59 en 2018 y 14 en lo que va de 2019. En los últimos años han contado, al menos, 356 agresores sexuales, y de ellos, alrededor de 87 eran menores de edad, un 24,4%. «Y muy acostumbrados al porno», apunta Lluís Ballester, profesor titular de Métodos de Investigación en Educación de la Universidad de las Islas Baleares y codirector de un reciente estudio sobre la relación entre la pornografía y las relaciones interpersonales de los adolescentes que fija la edad media de inicio en el porno en los 14 años para ellos y 16 para ellas y recoge visualizaciones a los ocho años.
«Cada vez más pornografía, antes y más violenta. Esto produce una desconexión moral en algunos de ellos, un apagado producido por la insensibilización de una práctica [la violación grupal] que permite recuperar el vínculo tribal más primitivo, característico de la sexualidad exhibicionista: hay que mostrar lo que se hace», dice Ballester. Esta característica es relativamente nueva en las agresiones sexuales múltiples y está relacionada de forma directa con el uso extendido de los móviles.
Para la periodista, escritora y experta en género y sexualidad Martha Zein hay un nuevo modelo «que ha pasado de indios y vaqueros a La Manada». Los jóvenes, explica la coautora de Te puedo: la fantasía del poder en la cama (Catarata, 2019), se imaginan que están en una película porno y se comportan como tal, «pero el fondo es una manifestación de poder mal entendido, una ausencia total de empatía». Dice que, si a eso se añade una alta intolerancia a la frustración y un continuo discurso sobre el deseo como motor de vida y la importancia de satisfacerlo, aparece una bomba de relojería. Ahora, uno de los vídeos más vistos de Internet en el mundo, con más de 220 millones de visualizaciones, es una violación grupal con una carga de violencia extrema en la que la joven llora, grita y pide repetidamente que la dejen marcharse. Nadie le hace caso. Los hombres la zarandean, la arrastran y la empujan como si fuese un trozo de carne que amasar.
Relata Bárbara Zorrilla, psicóloga experta en violencia de género, que «en grupo la responsabilidad se diluye y ellos se sienten legitimados para someter a través del daño, eso les refuerza la autoestima, se sienten aplaudidos por sus compañeros y creen que están haciendo una hazaña». Y recuerda que hay que tener en cuenta también las características propias del desarrollo evolutivo de los adolescentes —como la poca conciencia de riesgo, la impulsividad y el sentimiento de invulnerabilidad— y la socialización diferencial de género: «La educación sexual existente se limita a las diferencias biológicas y al uso del preservativo, pero no hay nada sobre el sexo. ¿Cómo se educan en eso? Con el porno, y vuelta a empezar…».
Insiste en eso Núria González, abogada y presidenta de la asociación feminista L’Escola, y habla de la normalización de la violencia, la desvalorización de la mujer y su tratamiento como «cosa», como elementos «naturalizados» que difuminan el componente delictivo: «Esto acaba por parecer normal en un mundo, además, en el que la familia tradicional está desapareciendo y no hemos sabido trasladar los valores positivos que tiene a otros espacios. Buscan su reafirmación mientras consumen violencia a todas horas y no hay una educación que contrarreste esa aberración». El porno es, según esta experta, una escuela para la violación. «Y lo de alrededor no ayuda. No hay más que un vacío político y social. Hace falta voluntad política, inversión en educación igualitaria y conciencia social. Es lo de siempre».
CRECEN LOS DELITOS SEXUALES
Las agresiones sexuales con penetración en España aumentaron un 22,7% durante 2018 —hubo 1.702 delitos de violación denunciados el año pasado, frente a los 1.387 de 2017— y también lo hicieron el resto de agresiones y abusos sin penetración en un 17,5% —12.109 frente a los 10.305 de 2017—.
Los delitos contra la libertad e indemnidad sexual supusieron la mayor subida en el balance de criminalidad del pasado año, publicado por el Ministerio del Interior, con un 18,1% —por delante de los secuestros (17,4%) y el tráfico de drogas (un 9%)—, que tiene el número más alto de agresiones y abusos denunciados en Cataluña (2.598), Andalucía (2.348) y Madrid (2.017).
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