18 Ene La edad ya no sirve para identificar la vejez.
La amplitud y heterogeneidad del colectivo de mayores de 65 años impide seguir considerándolos un único grupo social.
Mayte Rius
“Las encuestas atestiguan lo difícil que resulta identificar certeramente a alguien como viejo en la España actual”, asegura la socióloga e investigadora del CSIC María Ángeles Duran en su estudio Las edades sin nombre , publicado por la Federación Española de Sociología en 2021. Y eso que, según el criterio más extendido -la edad cronológica-, entrarían en esta categoría una de cada cinco personas dado que el 20% de la población tiene más de 65 años.
Pero basta hablar con cualquier sexagenario, septuagenario y muchos octogenarios para ver que no se identifican con los estereotipos asociados a la vejez.
De 0 a 35 se distinguen bebés, niños, adolescentes, jóvenes… Y de 55 a 100 te unifican en sénior.
“Estas personas son más adultas que viejas: no creen que su periodo madurativo ha terminado sino que están en fase de crecimiento, se proyectan hacia el futuro, saben que tienen años pero también mucha vida por delante que quieren aprovechar, llenar de contenido y vivir con sentido y conforme a sus valores; y tampoco se sienten viejos porque muchos aún tienen hijos a su cargo y a sus padres vivos”, dice Javier Yanguas, gerontólogo, psicólogo y director científico del programa Personas Mayores de Fundación “la Caixa”.
Porque no es sólo que la esperanza de vida se haya ampliado sino que, como explica Elisenda Rentería, investigadora del Centre d’Estudis Demogràfics (CED) especializada en envejecimiento, las personas llegan en mejores condiciones de salud y económicas a edades más avanzadas y no encajan en la idea de personas dependientes que está asociada a la vejez.
Considerar a alguien de 65 años viejo no es realista.
La mayor longevidad también hace que el colectivo de mayores de 65 años cada vez sea más amplio, diverso y heterogéneo y más difícil de encajar o ser considerado un único grupo social.
“De cero a 35 años la sociedad nos divide en bebés, niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Y de 50-55 a 100 te unifica como mayor o sénior. Y eso no es posible, porque una persona en la cincuentena no tiene nada que ver con una de 70 años, ni esa con una de 90, ni la de 93 con una de 100”, subraya Manel Domínguez, profesor emérito de Comunicación de la Universitat Abad Oliba CEU y autor de Senior. La vida que no cesa , un ensayo sobre la longevidad que publicará en breve la editorial Diëresis.
Los mayores son una categoría estadística pero comparten pocas asociaciones.
“Los mayores no constituyen un verdadero grupo social; son una categoría estadística, un conjunto de individuos definidos cronológicamente que comparten pocas asociaciones (…); su identidad se debe más a la creación desde fuera que desde dentro”, indica Durán.
Y esa identidad que se les atribuye, los modelos de vejez actuales, no encajan bien con la experiencia de vida y cómo se sienten las personas de 65 o más años. Entre otras razones, porque la longevidad y los cambios sociales están alterando los ciclos vitales.
“Se es niño y adolescente más tiempo, la juventud se alarga, se tienen los hijos más tarde y la entrada en la adultez se retrasa, pero seguimos considerando la entrada a la vejez a los 65 años como si nada hubiese cambiado”, comenta Yanguas.
Y enfatiza que considerar a alguien de 65 años viejo no es realista, porque física y cognitivamente son entre 8 y 10 años más jóvenes que las de hace 30 años. “Algunas sociedades científicas como la Sociedad Geriátrica de Japón ya han planteado no atender como pacientes de la tercera edad a personas por debajo de los 75”, indica.
La jubilación tampoco sirve
Fragilidad y vulnerabilidad marcan la entrada en la vejez
Yanguas apunta que en la vida de las personas sí llega un momento en que la fragilidad va haciendo mella, la persona tiene más dificultades físicas, menos empuje, vive cada vez más en el presente, fija sus objetivos vitales cada vez más a corto plazo, tiene percepción de finitud, le cuesta cada vez más ser contemporáneo, estar al día, y se siente vulnerable. “Cuando tienes esas vivencias, entras en la vejez, pero la edad no define ese momento, porque hay personas que a los 80 están muy bien y otros que a los setenta y pico están cascados”, detalla.
El sociólogo Marcos Bote, profesor de la Universidad de Murcia y especialista en cambio social y vejez, asegura que los cambios sociales fuerzan la redifinición de los ciclos vitales. Ya ocurrió con la adolescencia, un concepto que irrumpió en 1904 porque, al alargarse la etapa formativa ya no se pasaba directamente de la infancia a la adultez mediante la incorporación al trabajo.
“Ahora, los cambios en la esperanza de vida, en la salud y la amplitud y heterogeneidad del colectivo hacen que la jubilación tampoco sirva para marcar la entrada en la vejez y los académicos se debaten entre crear un nuevo término para referirse a la etapa entre la edad de jubilación y la vejez o negar la edad como categoría, dejar de identificar a las personas como grupo social por sus años, del mismo modo que se habla de género fluido para no categorizarlas por su sexo”, afirma Bote.
¿Madurescente, sexalescente, senior…?
Una etapa sin nombre
Prácticamente nadie quiere ser llamado viejo, anciano o integrante de la tercera edad. Y tampoco es correcto llamar a las personas mayores abuelos (sólo lo son de sus nietos), jubilados (no todos lo están) o pensionistas (los hay jóvenes).
Hay otros sinónimos y eufemismos para referirse a los adultos de más edad como seniors, veteranos, retirados, del imserso… Pero, como asegura la socióloga e investigadora del CSIC María Ángeles Durán, “escasean los nombres reivindicativos utilizados por los mayores para referirse a ellos mismos“. Hoy por hoy, mayores es el apelativo que concita más aceptación, pero no faltan en el colectivo quienes se afanan por encontrar otros términos que definan mejor su experiencia de vida, en los que se reconozcan y con los que se sientan representados.
Uno de los propuestos es sexalescencia, que según Manuel Posso Zumárraga, uno de sus principales impulsores, “describe hombres y mujeres que manejan las nuevas tecnologías, que visten a la moda, progresistas, trabajadores, activos en el deporte, con ganas de disfrutar de la vida, aprender, colaborar, viajar, conocer gente nueva y ser dueños de su destino, renunciando a la ubicación como personas de la tercera edad”.
Otro de esos nuevos términos es madurescencia. Lo promueve, entre otros, la plataforma Somosmadurescentes.com, formada por personas “en esa fase intermedia entre la adultez y la vejez y que luchan contra los estereotipos de la edad porque creen que lo que les representa no es su edad sino su talento”.
Mar Forment, profesora de Filología Hispánica de la UB y experta en léxico, admite que todo el vocabulario ligado a la vejez y el mundo senior está bastante denostado, pero al mismo tiempo advierte que estos nuevos términos tampoco han conseguido de momento arraigo y su uso es minoritario.
“Hoy por hoy se usa más senior que sexalescente o madurescente, palabras de las que hay referencias en redes sociales pero que por el momento no figuran ni siquiera en los observatorios de neologismos”, apunta Forment.
En su opinión, antes de buscar una etiqueta para determinado colectivo de personas habría que definir bien el concepto a etiquetar “y ese concepto de adultos mayores pero no ancianos aún se está formando”.
La lingüista detalla que sexalescente y sexalescencia se usan más en el español de América mientras que en España se apuesta más por madurescencia y madurescente.
“Sexalescencia no ha tenido éxito por dos razones; en primer lugar porque recuerda demasiado a adolescencia, que se asocia con inmadurez, y los mayores rechazan esta idea para ellos; y tampoco favorece su uso que se inicie con el prefijo sex, que crea confusión inicial porque recuerda la infinidad de términos asociados con sexualidad o erotismo”, considera Durán.
El profesor de Comunicación Manel Domínguez cree que la etiqueta con menos connotaciones para este grupo de población es senior: “Senior es igual a conocimiento, a actividad, a experiencia”.
El investigador Jeroen Spijker explica que en el mundo anglosajón también han arrinconado palabras como elderly (anciano) por considerarla peyorativa, “pero tercera edad sigue funcionando porque no arrastra tantas connotaciones negativas como en España y ahora puede reconceptuarse como etapa de transición hacia la vejez incorporando cuarta edad para referirse al grupo más próximo al final de la vida. El sociólogo Marcos A. Bote apunta que “en el mundo anglosajón hablan de aging, que no hace referencia a envejecer sino a cumplir años, y eso desdibuja las connotaciones negativas sobre la edad”.
Bote subraya que cada vez son más quienes opinan que son otras características relacionadas con la clase social o el estado de salud, y no la edad, las que definen cómo son los individuos.
Rentería y el también investigador del CED Jeroen Spijker aseguran que en el ámbito científico buscan la forma de no asociar la vejez a la edad sino a otras variables como el estado de salud, el nivel de actividad o la dependencia.
Las personas llegan en mejores condiciones de salud y económicas a edades muy avanzadas.
“El envejecimiento se percibe como algo problemático, asociado a mala salud, dependencia de otros o baja productividad pero no todos los mayores son personas económicamente dependientes –mientras que muchos jóvenes sí–; al contrario, el colectivo de mayores entre 65 y 79 años es más rico y saludable que nunca y no sólo son un importante grupo de consumidores para la economía sino que los estudios realizados muestran que están contribuyendo a sus comunidades más que cualquier otro grupo de edad a través del voluntariado y la prestación de cuidados y de servicios no remunerados”, enfatiza Spijker.
“La capacidad productiva de la persona no incluye sólo el trabajo remunerado, y los estudios revelan que la gente hoy sigue siendo productiva, en actividades no remuneradas, hasta edades avanzadas y es a partir de los 80 cuando se produce la inflexión”, corrobora Rentería.
No se envejece a una edad fija, sino cuando pierdes autonomía e inicias tu última etapa.
Por todo ello, Spijker asegura que no hay una cohorte de edad que se pueda asociar a la vejez. “No hay una edad fija en la que las personas envejecen, sino que es una edad flexible en función de la salud de cada uno, y la vejez llega cuando pierdes autonomía o dejas de hacer cosas e inicias la última etapa de tu vida”, apunta.
Por ello cree que, en caso de utilizarse la edad para identificar la vejez, la referencia no debería ser la edad cronológica, los años desde el nacimiento, sino los años hasta la muerte (en función de los indicadores de esperanza de vida).
Joaquín Solana, profesor de la Universidad Abad Oliba CEU y autor de la tesis doctoral Longevidad, nuevos retos y oportunidades para la dirección y el emprendimiento, considera que el primer paso para romper la inercia de asociar la vejez a tener una determinada edad es eliminar la edad de jubilación, dejar libertad de elección para alargar la vida laboral, y establecer adaptaciones y fórmulas más flexibles de trabajo para los empleados de más edad que les permitan vivir de otra forma esas etapas intermedias hasta la verdadera vejez sin sufrir tanto los perjuicios del edadismo.
El hecho de que la generación del baby boom , los casi 14 millones de personas nacidas entre 1957 y 1977, sea la que está llegando a los 65 años contribuye a intensificar el debate sobre la actualización del concepto de vejez y los prejuicios sobre la edad.
“Son una generación muy novedosa que ha asistido a grandes transformaciones sociales y muy reivindicativa (sobre todo en el caso de las mujeres, que ya vivieron la revolución sexual, la incorporación masiva al mundo laboral y la lucha por la igualdad y ahora reivindican las canas o el sexo en la madurez), y el hecho de ser tantos y por tanto más heterogéneos, además de inconformistas, hace que tengan su propia manera de entender la vejez” y que promuevan cambios, apunta Bote.