26 Ene La dura realidad de las internas durante el coronavirus: ‘encarceladas’ o despedidas.
Muchas de estas mujeres (en su mayoría migrantes) sufren condiciones abusivas, desde el absoluto anonimato, despojadas de sus derechos y con sueldos ilegales. Ahora, tras la llegada de la tercera ola, muchas están teniendo que confinarse y otras tienen miedo a ser despedidas.
Alejandra de la Fuente
Durante el confinamiento muchas de trabajadoras internas del hogar se vieron forzadas a ampliar sus largas jornadas laborales para vivir encerradas en su trabajo durante meses.
Multitud de estas trabajadoras tuvieron su último descanso la segunda semana del mes de marzo y ya no pudieron volver a disponer de tiempo para ellas, durante al menos 3 meses seguidos. Algunas, a día de hoy, siguen sin tener prácticamente un respiro porque las familias no les permiten salir —más que para lo imprescindible— para que no se contagien de covid y no transmitan la enfermedad a las personas que cuidan.
Muchas de estas mujeres (en su mayoría migrantes) sufren condiciones abusivas, desde el absoluto anonimato, despojadas de sus derechos y con sueldos ilegales. Ahora, tras la llegada de la tercera ola, un gran número de estas mujeres están teniendo que confinarse, como ocurrió durante la primera, sin poder salir nada más que para comprar y hacer gestiones.
Mientras tanto, otras tienen miedo de que se vuelva a producir la situación de marzo y tener que volver a estar encerradas durante meses en su lugar de trabajo y en pequeñas habitaciones.
Migrantes, precarias y sin contrato
Carolina Elías, presidenta de la asociación Servicio Doméstico Activo (SEDOAC), lleva años luchando por los derechos de las mujeres que trabajan en el sector doméstico en España. Ella misma ha trabajado como interna y ha sufrido la precariedad laboral y las pésimas condiciones que caracterizan al sector.
Elías, como muchas mujeres internas, ha tenido que despertarse de madrugada para suministrar medicinas y atender a ancianos que no podían dormir. Tuvo que acostumbrarse a dormir «con un ojo abierto» sin poder descansar lo suficiente y ahora dedica parte de su tiempo a reivindicar la igualdad y los derechos de las trabajadoras del hogar.
«Muchas de las internas que trabajan en España son mujeres migrantes. Cuando llegan a España y se encuentran sin el permiso de residencia el primer trabajo que encuentran es dentro del hogar. Estas mujeres suelen aceptar el régimen de interna porque, al no tener los papeles en regla, se ven más expuestas a que, en las redadas, les pidan los papeles, se las llevan detenidas a un CIE y después sean expulsadas», comienza su relato.
«Intentan no exponerse yendo y viniendo al trabajo. Muchas cuentan que es en Moncloa [zona noroeste de Madrid] donde más Policía hay, pidiendo permisos de residencia, porque de esa estación de transportes es de donde salen muchos de los autobuses que las llevan a las zonas ricas en las que trabajan, como pueden ser Pozuelo y Aravaca», cuenta.
La presidenta de SEDOAC explica que otro de los motivos por los que aceptan trabajar como internas es que, en este tipo de trabajo, los empleadores admiten más mujeres sin permiso de residencia.
«Hay muchos empleadores que explican que no tienen dinero para pagar la Seguridad Social y al contratar a una mujer sin papeles se ahorran una cantidad de dinero significativa. Además, muchas personas prefieren coger a una interna sin contrato a la que pagarle poco dinero y poder disponer de ella todo el tiempo que quiera«, asegura.
Encerradas en su trabajo durante el día y en una habitación el resto del tiempo
«Terrible». Así define el confinamiento Carolina Elías para muchas mujeres internas en los hogares españoles.
«Tengo una compañera a la que su jefa le amenazó con despedirla. Esta compañera pidió salir en Semana Santa para ver a su familia y la empleadora comenzó a gritarle que si estaba loca. Además, no paraba de recordarle que era abogada y eso hacía que mi compañera tuviese mucho más miedo», explica.
Carolina cuenta a Público que su compañera intentó salir tres veces. La primera en Semana Santa, la siguiente durante el puente de mayo y la última en el mes de junio. Como su jefa no le dejó salir ninguna de estas veces para visitar a su familia, finalmente tuvo que renunciar al trabajo.
«Aunque estuvo trabajando de lunes a domingo, la empleadora nunca le pagó los fines de semana y ésta tenía que quedarse encerrada en su habitación durante las horas de descanso. Estaba tan angustiada que me mandó una foto en la que, abriendo los brazos, podía tocar todo el ancho de la habitación, de pared a pared. Estuvo todo ese tiempo encerrada en un cuarto en el que solo había una cama», asegura.
Elías relata el caso de otra compañera que ha desarrollado un principio de agorafobia porque tiene prohibido salir a la calle desde la llegada del coronavirus. Ahora, se encuentra en un territorio confinado perimetralmente y, según cuenta, la familia insiste en que no puede ni salir a la calle.
«Esta mujer ha salido un máximo de tres veces desde el mes de marzo. El resto del tiempo se encuentra encerrada en una casa», explica.
Externas e internas ‘encarceladas’ desde la primera ola
Carolina cuenta que ya hay mujeres internas —a las que sí que estaban dejando salir los fines de semana— que vuelven a estar encerradas de lunes a domingo ante el incremento de contagios.
«Está ocurriendo lo mismo que pasó en marzo. Cuando las confinan los siete días de la semana al final acaban trabajando los siete días de la semana. Desde la asociación hemos intentado hacer alguna actividad online los domingos y tenemos compañeras que no se pueden conectar porque tienen que estar trabajando», denuncia.
Además, cuando llegó el coronavirus, algunos empleadores comenzaron a pedir a las empleadas externas que se quedaran de forma interna. Ahora, con la tercera ola vuelve a ocurrir.
«Al principio, los empleadores permitían a las externas volver a su casa (incluso conozco casos de empleadores que las llevaban a su casa, para que no tuviesen contacto con nadie, y las recogían al día siguiente), pero a los pocos días comenzaron a solicitar que fuesen internas y muchas tuvieron que aceptar. Desde aquel momento volvieron a estar encerradas de lunes a domingo y ahora, con la tercera ola, a muchas les volverá a ocurrir lo mismo», explica Carolina.
Despedidas, sin ahorros, sin habitación y sin recursos
Aunque un gran número de internas han tenido que quedarse en casa confinadas desde la llegada del coronavirus, otras han visto su jornada reducida o, directamente, han sido despedidas (debido a la crisis económica derivada de la pandemia).
«Muchas de estas mujeres, al ver su jornada reducida, no podían salir a buscar una habitación en la que quedarse porque se encontraban en mitad del confinamiento. Por otro lado, las que se quedaban sin trabajo lo hacían sin prestación por desempleo (porque nosotras no tenemos ese derecho) y sin ahorros, ya que una parte importante de su salario la envían a sus países de origen», explica Elías.
Carolina asegura que algunas de estas mujeres llegaron a verse en la calle y otras tuvieron que pedir ayuda a sus amistades y a sus redes de apoyo para no verse sin absolutamente nada.
«Han tenido que buscarse la vida. Algunas han tenido que compartir habitación con conocidas o amigas que, a su vez, vivían en una habitación. Además, no hay que olvidar que existía un confinamiento y tampoco podían salir a buscar trabajo», expone.
Elías explica que, ante el repunte de contagios y las nuevas restricciones que pueden afectar a la economía, muchas trabajadoras tienen miedo a ser despedidas como ocurrió durante la primera ola.
Despojadas de sus derechos, con mucho miedo y con una situación vulnerable
Aunque la ley establece que las internas tienen derecho a 10 horas de descanso continuo, la realidad es que muchas de ellas tienen que estar pendientes las 24 horas y esos descansos no se producen.
«Te voy a contar mi caso particular, en una de las casas en las que estuve, la anciana a la que cuidaba tenía ataques de ansiedad durante la madrugada. Claro, la persona que se levantaba durante la madrugada siempre era yo, en ningún caso eran sus hijas. También podemos hablar de las mujeres que tienen que levantarse por la noche a suministrar medicación como si fueran enfermeras, o de las que tienen que levantarse para cambiar un pañal. Ellas en ningún caso pueden tener esas diez horas de descanso ininterrumpidas que se especifican en la ley», asegura Carolina.
Elías explica que conoce casos de internas que, tras contagiarse de coronavirus, tuvieron que seguir trabajando pese a encontrarse enfermas.
«Conozco el caso de una trabajadora que fue contagiada de coronavirus y cayó muy enferma. La familia para la que trabajaba le dejaba la comida en la puerta y la mujer no se recuperaba. Por suerte, tenía una familiar que estaba pendiente de su salud -llamándola a diario- y, un día, tras ver que no cogía el teléfono, decidió llamar a la familia para ver qué estaba ocurriendo. Ésta le comunicó que estaba bien y que se encontraba descansado, pero ella decidió llamar al Samur porque no se fiaba. Al final, fue el Samur el que tuvo que sacar a mi compañera de allí«, finaliza.
https://www.publico.es/economia/dura-realidad-internas-coronavirus-encarceladas-despedidas.html