04 Nov La discapacidad es no creer en ti mismo
Los Juegos Paralímpicos que se clausuran ofrecen lienzos contundentes. Son «escenas de igualdad», como las definen sus protagonistas
JOSEBA VÁZQUEZ
A Morteza Mehrzad, un gigante iraní de 2,46 metros de altura, lo rescató el seleccionador de voleibol de su país, Hadi Rezai, cuando era exhibido como una rareza de feria en espectáculos y programas de televisión de dudoso gusto. Hace de eso cinco años. Ahora, el enorme Morteza, considerado el undécimo hombre más alto de la Tierra, triunfa en los Juegos Paralímpicos de Río. Sus dimensiones, su envergadura, le sitúa en clara ventaja sobre sus rivales en el torneo de voleibol sentado. Contempla el juego muy por encima de la red y el equipo iraní se aprovecha de ello.
El jugador asiático, 29 años cumplidos ayer, debe su exagerado físico a la acromegalia, una enfermedad que produce una secreción excesiva de la hormona del crecimiento. Ya medía 1,90 a los 15 años. Uno más tarde, en un infortunado accidente de bicicleta, se rompió la pelvis y su pierna derecha dejó de crecer al mismo ritmo que la izquierda. En concreto, mide ahora quince centímetros menos, lo que obliga a Morteza Mehrzad a moverse habitualmente en silla de ruedas. El encuentro con el seleccionador Rezai le dio la ocasión de encauzar su vida hacia el deporte. Y lo agradece.
Para Ibrahim Hamadtou, egipcio y jugador de tenis de mesa, no fue necesario ningún estímulo externo. A los 10 años le fueron amputados ambos brazos a consecuencia de un accidente de tren. Un niño, toda la vida por delante, y sin brazos… «Después del accidente estuve mucho tiempo deprimido, sin hacer nada. Era infeliz». ¿Y cómo no? Giro radical: 33 años más tarde Hamadtou ha sido, como el iraní Mehrzad, otra de las sensaciones de los últimos días en Río. Basta una ojeada a alguno de sus vídeos en internet para que la mandíbula te caiga al suelo contemplando la habilidad de este hombre al golpear la pelota de tenis de mesa con dureza y velocidad endiabladas sujetando la raqueta con la boca. Eleva la bolita con un pie y, suspendida en el aire, la lanza con un giro de cuello. Ibrahim ha quedado undécimo en la competición, pero es que ha sido el único deportista en tenis de mesa que no puede utilizar las manos.
¿De dónde ha sacado su fuerza? ¿Quién fue el Hadi Rezai que le rescató? Él mismo. «La discapacidad no está en los brazos o en las piernas. La discapacidad es no creer en lo que quieres hacer, no creer en ti mismo», acostumbra a razonar en las conferencias que imparte por todo el mundo invitado por la federación internacional. Es, con otras palabras, idéntico ‘leit motiv’ al que sustenta el ánimo del nadador mexicano Gustavo Sánchez, ganador de cuatro medallas en Londres 2012, que nació sin piernas y sin brazo izquierdo por una malformación congénita. «Mi filosofía es no rendirme nunca», repite cada vez que se le pregunta.
Diferente verbo, idéntico mensaje.
Nada de compasión
Deportistas con diversidad funcional. O practicantes de deporte adaptado. Sus protagonistas prefieren evitar el término ‘discapacitado’. En general lo admiten pero no les agrada. Aunque si hay algo que de verdad les molesta es sentir que son observados con compasión, esa indulgencia caritativa de una sociedad que a la hora de enfocar el fenómeno a menudo titubea entre el sensacionalismo, el morbo, la tragedia o la sensiblería. «Es mucho más sencillo; se trata de presentar la realidad tal y como es. Estas imágenes son escenas de igualdad y de integración. Ayudan a normalizar la situación, a hacerla visible con naturalidad». Lo dice Julio Roca, presidente desde hace casi un cuarto de siglo del Club Deportivo Zuzenak, insignia del deporte adaptado en Vitoria.
Igualdad e integración. Proteínas para el espíritu. Lo resume el argentino Daniel Germán Zucchi, profesor de Educación Física especialista en deporte adaptado. En su ensayo ‘Deporte y discapacidad’ afirma que «la actividad adaptada representa una importancia real en el desarrollo personal y social del individio que lo practica. Uno de los principales beneficios es de índole psicológica». La mente, la cabeza, el generador fundamental de todo acto humano.
Parece que ese provecho ha vuelto a ser valorado por Marieke Vervoot. La atleta belga anunció que consideraba someterse a la eutanasia, legal en su país desde 2002, tras los Paralímpicos de Río. Ha recapacitado y ahora ha elegido la lucha, la capacidad, creer en sí misma. «Quiero estar con mi familia y mis amigos y dar charlas de motivación».
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