La difícil pérdida de los padres, aunque sea ‘ley de vida’: “Se puede sufrir una angustia existencial”.

La difícil pérdida de los padres, aunque sea ‘ley de vida’: “Se puede sufrir una angustia existencial”.

Decir adiós a los padres, aunque su muerte sea esperada o a una edad avanzada, genera un sentimiento de orfandad y de vacío que puede resultar difícil de superar.

2024. La Vanguardia

Aminie Filppi

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Es ley de vida, pero nunca estamos realmente preparados cuando mueren nuestros padres, ancianos. Sobre todo, si hemos tenido la suerte de que haberlos disfrutado muchos años. Como dice David Kessler, experto en cuidados paliativos y duelo, y coautor junto a la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, de Lecciones de Vida, los padres son la primera relación que tenemos y es angustioso cuando tenemos que decirles adiós. “Y cuando son mayores, y sacas la cuenta, reparas que has vivido con ellos casi toda tu vida”.

Por eso, se habla de que es una de las relaciones más longevas. Perderlos significa mucho más que la ausencia física. Con ellos, desaparecen los últimos testigos de nuestra infancia a modo de ancla simbólica que conecta con la niñez, los valores aprendidos y la propia identidad, como se extrae del artículo Las pérdidas y sus duelos, de Iosu Cabodevilla, psicoterapeuta de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios de Pamplona. Ellos son quienes guardaban recuerdos de nuestra vida que, con su partida, también se van.

Según el documento, no se perderán, eso sí, los recuerdos de una relación significativa, ni podremos eliminar a aquellas personas que han estado cerca de nosotros y de nuestra propia historia, como han sido los padres. Además, para muchos adultos, los padres son un recordatorio constante de sus raíces, de dónde vienen y hacia dónde se dirigen.

Justamente por ello, Joan-Vicent Hernández, periodista jubilado y escritor de 68 años, nacido en Beneixama, Alicante, quiso registrar algunas de las anécdotas e historias que su madre, Teresa, antes de fallecer con casi 102 años. Grabó algunas conversaciones con ella, a modo de entrevistas. “Era la memoria histórica de mi vida y soy consciente de que hay cosas que, ahora que no está, caerán en el pozo del olvido, y voy a desconocer muchas cosas que me habrían interesado”, dice Joan-Vicent.

En general, los psicólogos describen unas fases del duelo, aunque esto no significa que todas las personas tengamos que pasar por su totalidad ni en el mismo orden: el shock inicial, la negación, la rabia, la tristeza hasta que finalmente se llega a la aceptación son las más desatacadas.

Pero cuando nos despedimos de los padres aparecen otras emociones que, en ocasiones, se quedan instaladas, como la frustración o la culpa, “por pensar en lo que se podía haber hecho”, reflexiona la psicóloga Pilar Gil Díaz, directora del centro Terapia y Emoción Psicólogos, de Madrid, quien entiende que “saber que no se va a volver a ver a esa persona tan querida nunca más, es muy potente y deja una sensación vacía, difícil de llenar con nada”.

Decir adiós a quienes nos dieron la vida no solo implica despedirse de ellos, sino también enfrentar una realidad emocional que muchos no anticipan. La psicóloga se centra en este huracán emocional. “La tristeza en estos casos, por ejemplo, es muy fuerte y significativa, aunque siempre depende de la relación que se haya tenido. Si los hijos han estado muy unidos a los padres o han sido cuidadores durante un tiempo, los vínculos están muy fusionados y la pérdida duele más, se genera una dependencia, se produce una angustia existencial y hasta puede perderse algo de la identidad”.

La empresaria gallega Patricia García (55 años) reconoce que su madre dejó un enorme vacío al morir a sus 79. “Teníamos una relación estrecha porque trabajábamos juntas y nos llevábamos muy bien. Su pérdida fue por una enfermedad repentina, con la que sufrí antes y después. No solo era mi madre, sino también mi compañera de trabajo, amiga, y un amor de persona. Cuando falleció me sentí sin rumbo y la extraño mucho todos los días”.

El padre de Patricia murió hace dos años y con 98. “Ya tenía un deterioro cognitivo desde hacía varios años. Su calidad de vida iba deteriorándose cada vez más y no era eso lo que quería para él. Por eso, viví su muerte de otra manera, más calma y ligera”, cuenta a La Vanguardia.

Pilar Gil explica que la muerte de los padres también puede provocar cierta liberación y no por eso se les quiere menos. A veces, es solo por no verlos sufrir más. La experta sostiene“pocas personas se permiten conectar con ese alivio: ‘¿cómo me voy a sentir libre porque mi madre y mi padre han fallecido?’, se preguntan algunos hijos”.

El sentimiento de orfandad, el mayor vacío

La psicóloga sostiene que “el duelo es una de las situaciones traumáticas más presentes en todas las personas. Hay quien viene a terapia por la pérdida de un padre, pero realmente se están rompiendo a llorar por el duelo anterior, el de su madre, que no han resuelto a tiempo. O por constatar que han perdido a los dos”.

Incluso quienes ya han asumido roles familiares como abuelos o pilares de sus propias familias pueden sentirse vulnerables y solos ante la ausencia definitiva de quienes fueron sus guías. No importa la edad. En el fondo, sigue viviendo ese niño o niña a quien le gusta acudir a sus padres para sentirse protegido. Pero cuando se van, esa opción desaparece para siempre. “Las personas integran que lo que se llama familia es la de origen, por lo que cuando se van los progenitores, se sienten solos, sin guías que seguir, sin referentes con una sensación de orfandad”, afirma la experta, quien recalca que la sensación de llamarse ahora huérfanos pesa y, quizá los hijos se quedan adheridos a la idea de que “nadie podrá sustituir el cariñoso abrazo de su madre”.

Esa orfandad, Carlos Nahas, 57 años, abogado residente en Madrid, la vive con sentimientos encontrados. “Por un lado, resignación de no poder cambiar los inevitables hechos de la vida y, por otro, con la esperanza de que algún día pueda encontrarme con ellos, donde quiera que estén”.

Carlos es hijo único, su padre falleció con 75 años, por mala praxis médica, lo que para él fue un shock. No lo fue menos la muerte de su madre que, con 81 años, murió, fulminantemente, de Covid en plena pandemia. Ambas le siguen costando. “Mi padre era mi mejor amigo y mi madre, la que todo me lo consentía. Si bien en los últimos años se nos habían cambiado los roles, ellos siempre estuvieron para mí de forma incondicional y desinteresada. Por eso, cada tanto, les hablo mentalmente, les pido consejos y protección, porque están en mi recuerdo”.

La tentación de idealizarlos

Dicen que el tiempo lo cura todo. A veces, cuando nuestros padres mueren, los subimos a un pedestal, somos más condescendientes, les perdonamos, les adjudicamos heroicidades y más de una historia que nos enorgullezca o fascine.

Joan-Vicent se da cuenta ahora de que idealizaba a su padre, que murió con 60, cuando él tenía 25. “Lo había valorado desde un punto de vista romántico, ya que era el hombre que se había ido a Francia, escribía poesías, que tocaba el saxofón, que vivía la bohemia… A mi madre, también, pero en un segundo plano”. Los últimos 10 años antes de morir, Teresa, la viuda, vivió con su hijo y su nuera, y eso le dio a Joan-Vicent la oportunidad de redescubrir una personalidad diferente y especial. “Había sido muy valiente, había luchado por lo que había querido, se fue a otro pueblo para casarse sin que nadie lo supiera, marchó a Francia, un país desconocido, para presentarme a mi padre… Hoy me doy cuenta y lo tengo claro”.

El duelo tardío y sus particularidades

Cuando la pérdida de los padres ocurre cuando nos acercamos o pasamos de los 60, las emociones son las mismas que si ocurre años antes, pero también se presentan peculiaridades. Aunque muchos consideran que los adultos mayores están emocionalmente más preparados, la pérdida sigue siendo un desafío importante en esta etapa.

“Se trata de un proceso que, a menudo, se vive en silencio, debido al hábito generacional, ya que a los 60, 70 o más, se tiene normalizado el haber cuidado a los padres, vivir con ellos hasta el final, expresar menos sus sentimientos y mucho menos pedir ayuda profesional”, matiza la psicóloga Gil Díaz. Así, se quedan cosas en el tintero, cosas sin hacer y cosas sin decir. Según la experiencia en consulta de la especialista, “hay un gran sentimiento de culpa en las personas que pierden a sus padres, ya que siempre creen que pueden haber hecho algo más para aliviar el dolor final o extender más su vida”.

A nivel de género, “a los hombres de ciertas generaciones les cuesta mucho más hablar de emociones, porque se han criado así, y son generaciones que acumulan ese silencio”, señala. Por eso, pedir perdón, dar las gracias o más muestras de cariño quizá se han quedado pendientes en el tintero, como reconoce Joan-Vicent: “Me faltó decirle que la quería”.

Además, tal y como afirma Debra J. Umberson, profesora de psicología de la Universidad de Austin, Texas, y autora del libro La muerte de un padre: transición a una nueva identidad adulta “justo cuando estamos empezando a enfrentar nuestro propio envejecimiento, por más esperado e incluso común que esto sea, esta pérdida puede ser una de las situaciones más dramáticas que experimentemos”.

Esta experiencia también invita a reflexionar sobre la propia muerte y a replantearnos una nueva relación con ella. Pasados los 60 años se van acumulando pérdidas y la de los padres puede actuar como un espejo que recuerda que, inevitablemente, el ciclo vital se cumple para todos.

“Ya no me es ajena como antes, ni mucho menos la veo lejana”, cuenta Sabina Pocovi, 55 años, profesora de magisterio, que vive en Buenos Aires, y que tiene claro que la muerte de sus padres la ha acercado a ese momento final como parte de su vida.  “Ahora vivo con una sensación de inmediatez y con la necesidad de no postergar”. Ambos progenitores fallecieron en el periodo de tres años. Su madre, recientemente, en agosto de 2024, por lo que sigue el curso de su duelo “con cierta ansiedad, pensando en esa circunstancia, con tristeza, pero sin desesperación”. Con la experiencia y el tiempo, ha ido asimilando el fallecimiento de otros familiares y amigos, “pero he de confesar que no es lo mismo cuando toca despedirte de tus padres. Se siente todo tan físicamente”.

Una etapa de transformación

La orfandad de la que hablábamos antes no tiene por qué ser solo una etapa de pérdida; también puede ser un momento para el redescubrimiento, ya que se abre la posibilidad de cerrar capítulos, reconciliarnos con el pasado y encontrar un nuevo significado en nuestras propias vidas. “Aceptar, vivir y permitirnos sentir plenamente puede ser la clave para convertir esta experiencia dolorosa en una oportunidad de crecimiento personal”, dice la psicóloga.

Muchas personas encuentran consuelo, por ejemplo, en conectar con las lecciones, los valores y los recuerdos compartidos con sus padres. Participar en actividades que honren su memoria, como compartir anécdotas con los nietos o realizar rituales familiares, puede ayudar a transformar el dolor en un homenaje a sus vidas, como se extrae del estudio Resiliencia y duelo ante la pérdida de un ser querido, publicado en Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, de investigación multidisciplinar.

Por otro lado, la psicóloga también hace hincapié en que esta situación invita a enfocarse en el autocuidado. Aprender a expresar emociones a sus círculos cercanos, a amigos, familiares, buscar apoyo profesional si es necesario, y participar en comunidades que compartan experiencias similares pueden ser de gran ayuda en estos momentos.